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Manos genuinas que tejen futuro

Pulseras y collares hechos con semillas de Leucaena y bolsos de caraguatá; fajas de hilo o lana; cestería de palma, carandilla o bolsones de totora, son algunas de las artesanías que se exhiben en el salón gestionado por el Comité de Artesanas Genuinas. Conformado por 112 mujeres trabajadoras de la comunidad indígena Qom, San Francisco de Asís de Cerrito, Chaco, este espacio permite la supervivencia a la mayoría de las familias de una colectividad prácticamente olvidada.

Texto y fotos de Fernando Franceschelli

Foto: Fernando Franceschelli

Es un sencillo salón cuadrangular de material cocido, sin revoques y techo de chapa, con un par de ventiladores y decoraciones multicolores pintadas a mano, directamente sobre las paredes. Se construyó en 2019 gracias al apoyo del Fondo Nacional de la Cultura y las Artes (Fondec). Allí, sobre varias mesas se exhiben piezas de extraordinaria minuciosidad y belleza, en su mayoría fabricadas con fibras vegetales para quien quiera acercarse a la comunidad y adquirir un pedazo invaluable de nuestra cultura.

Foto: Fernando Franceschelli

La artesanía de los qom, que siempre fue producto de la fabricación de artefactos de uso doméstico, hace tiempo representa prácticamente la única fuente de ingresos para un pueblo excluido y en particular para sus mujeres, que conforman el comité. Tal vez por eso cuando se les pregunta qué representa la artesanía para ellas, las respuestas pueden ser bastante extensas y reflexivas.

Relatos en primera persona

Así es el relato de Librada Flores, secretaria de la Asociación de Artesanas Genuinas que hoy congrega a 112 mujeres. Ella tiene 39 años y teje cestos de totora y palma desde que se casó a los 18. Tiene formación como docente y es maestra de preescolar por las tardes. Según explica, dedica sus mañanas “a la producción de cestería y alfombras. Cumplo los pedidos que recibo, que a veces son muchos o grandes y otras, muy pocos”. Cuenta que aprendió el oficio simplemente viendo a las ancianas de su comunidad. A su hija no le interesa tanto aprender, pues no le gusta ese oficio y, por lo tanto, de momento no sigue los pasos de su madre. Algo que Librada anhela es la posibilidad de mandar al exterior sus trabajos y el de sus compañeras. Así se potenciaría el valor de lo que hacen, pues las invitaciones que reciben para ferias locales no alcanzan. Victoria Ramírez, de 67 años, es la presidenta de la asociación. Con mirada firme y seria explica que, si bien hace diferentes productos, sobre todo confecciona tejidos de totora, fajas de hilo y pantallas. Comenzó cuando tenía 20 años; aprendió de su mamá y, a su vez, ella les enseñó a sus hijas. Con el tiempo, sumó a su marido, que también aporta a la producción.

“si bien algunas mujeres hacen trabajos domésticos y otras labores fuera de la comunidad, lo que producen con sus manos es prácticamente la única fuente de ingresos para la mayoría de las familias” explica el cacique Alfonso Benítez.

Un caso similar es el de Ana Villalba, de 48 años. Ella hace bolsones y pantallas. Comenzó a producir a los 15 años junto a su mamá, quien le enseñó, tal como ella hizo con sus propias hijas y asegura que esto le “proporciona los ingresos necesarios para darles de comer”. Victorina Ramírez, con sus 71 años, solo habla qom y las arrugas de su piel no se condicen con la agilidad con la que se mueve frente al telar donde produce fajas de hilo. Comenzó con 18 años más o menos según recuerda, copiando a su mamá, y hasta hoy produce con sus expertas manos. Finalmente, está Rebeca Suárez, de 35 años, que con una enorme sonrisa produce collares de Leucaena y piezas de carandilla, mientras enseña a su hija de 15 años para que continúe con la tradición y tenga una fuente de ingresos en el futuro.

Foto: Fernando Franceschelli

El cacique de la comunidad, Alfonso Benítez, resume cómo funciona la generación de artesanías, de la que también participan hombres, y explica que “si bien algunas mujeres hacen trabajos domésticos y otras labores fuera de la comunidad, lo que producen con sus manos es prácticamente la única fuente de ingresos para la mayoría de las familias”. Entre algunas de las dificultades que sufren para continuar produciendo, menciona que a veces no hay materia prima para trabajar. Por ejemplo, el caraguatá propio del Chaco más profundo, que tal vez por la depredación es cada vez más difícil de encontrar. otro problema es conseguir vehículos que traigan las diferentes fibras vegetales desde donde se recolectan hasta la comunidad o, en todo caso, el dinero para pagar el transporte. El ir y venir de las manos de estas mujeres y unos pocos hombres es repetitivo, minucioso y firme. Finos listones de la hoja de caranday se entrecruzan perpendicularmente por encima y por debajo de tiras idénticas. Estas cintas naturales que nacen del peciolo seguirán el entramado en un vaivén que se repetirá una y otra vez hasta el fi n de la hoja, que al secarse toma un color ocre claro. la longitud de cada tira de la planta, que fue cortada siguiendo la línea de las nervaduras propias de la especie, dictará la forma general del tejido que se está haciendo. Las manos curtidas tejen sin parar y dan los toques finales a la tradicional pantalla, tan común en Paraguay como el sol y el verde; esas mismas manos continuarán tejiendo retazos de cultura ancestral, hablando de necesidades vitales y de la indiferencia que sufren. Tal vez, este salón cuadrangular les permita tejer un mejor porvenir para ellas y sus familias.

Foto: Fernando Franceschelli

Mas información: Para adquirir las artesanías de los Qom, acercarse al salón de ventas, ubicado en la misma comunidad, que se encuentra a 500 metros de la ruta Transchaco, en el kilómetro 47, o comunicarse directamente con el líder Alfonso Benítez, al (0994) 796-207.

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