Cultura

75 años de juventud

Haruki Murakami

El nombre del escritor japonés Haruki Murakami figura cada año —y desde hace muchos— entre los candidatos al Premio Nobel de Literatura. Y pese a que no haya sido elegido por la Academia Sueca, el jurado del Premio Princesa de Asturias sí valoró su trayectoria literaria y le concedió el pasado 2023 el premio Princesa de Asturias de las Letras. El 12 de enero pasado cumplió 75 años, y ¡con nueva novela bajo el brazo!

Por Amalia González Manjavacas para EFE Reportajes.

Si le preguntamos al público que nos diga un título de Murakami, la mayoría nos dirá «Tokio Blues», novela con la que a finales de los ochenta, un joven y desconocido escritor japonés, Haruki Murakami, obtuvo su primer y sonoro éxito en el mercado internacional.

Desde entonces, el escritor japonés más famoso del planeta —y eterno candidato al Nobel— que abarca diferentes géneros: novela, ensayo o relato corto, ha llegado a varias generaciones de lectores de muy distintas procedencias, pasando en apenas dos décadas de ser autor de culto a autor de bestseller; superventas de calidad, sí, pero bestseller al fin y al cabo.

En sus historias pueden encontrarse referencias de todo tipo, a la tradición occidental como Dostoievski, Fitzgerald u Orwell, a manifestaciones de la cultura popular, como la música, el cine o las series de televisión, que le acercan al gran público.

Hijo de dos profesores de literatura, nació en Tokio el 12 de enero de 1949. En 1975 se graduó en Literatura, Música e Interpretación. Apasionado de la literatura norteamericana y de la música anglosajona, regentó en su juventud un local de jazz al tiempo que traducía al japonés a Truman Capote, Scott Fitzgerald, J.D. Salinger o John Irving.

Su trayectoria literaria comienza en 1979, cuando publica su primera novela, Escucha la canción del viento, por la que obtuvo el Gunzou Literature Prize para escritores japoneses noveles y dio origen a la conocida como Trilogía de la rata, que seguiría con Pinball, 1973 (1980), dándose a conocer con La caza del carnero salvaje (1982), por la que fue galardonado con el Premio Noma para nuevos escritores, a la que siguió tres años después El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas (1985).

Pero el éxito le llegó de la noche a la mañana en 1987, con Norwegian Wood —versión original de la ya mencionada Tokio Blues—, obra que sale precisamente a partir del título de una canción de Los Beatles, una novela que le dio repercusión internacional, se tradujo a más de 40 idiomas y hasta tuvo una adaptación cinematográfica. Le siguieron Dance, Dance, Dance (1988), Al sur de la frontera, al oeste del sol (1992), Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1994), Underground (1997); Sputnik, mi amor (1999), Kafka en la orilla (2002), o After dark (2004), títulos que no hicieron más que consagrarle —y encasillarle— como el mejor escritor de bestsellers.

Murakami es también conocido por su afición al maratón, deporte que practica con asiduidad y experiencias que dieron para el conocido ensayo: De qué hablo cuando hablo de correr (2007), donde una vez más demuestra cómo, con una redacción sencilla, sintética y cinematográfica, se puede contar la vida cotidiana, elevándola a ese imperturbable duelo de contrarios entre realidad y ficción con lo que lleva cautivando más de cuatro décadas a millones de lectores.

Entre sus títulos más leídos destaca la trilogía 1Q84 (2009-2010), tres tomos publicados en homenaje a la gran obra de Orwell, 1984, uno de los autores a los que más admira Murakami. Con Los años de peregrinación del chico sin color (2013), vendió más de un millón de copias en Japón.

Autor muy querido, de esos que crean adicción como la música favorita, aunque el Nobel se le resiste, entre sus galardones figuran el Premio Yomiuri (Japón, 1996), el Premio Mundial de Fantasía (EEUU, 2006), el Asahi Prize (Japón, 2006), el Franz Kafka (República Checa, 2006), el Premio Jerusalén (Israel, 2009), o el Hans Christian Andersen de Literatura (Dinamarca, 2016).

Solitario, reservado y extremadamente tímido

Haruki Murakami encarna el prototipo de escritor solitario y reservado; se considera extremadamente tímido y siempre subraya que le incomoda hablar de sí mismo, de su vida privada. Pero no de cosas concretas. En el ensayo De qué hablo cuando hablo de escribir (2018) reflexiona sobre la literatura, la imaginación, los premios literarios y confiesa, por ejemplo, que cuando comenzó a escribir le bloqueaba la responsabilidad de redactar en un idioma que conocía perfectamente y, por tanto, le exigía un nivel culto, elevado, ante lo que se le ocurrió, a modo de reto, hacerlo en inglés, lengua que no dominaba y que le llevó a escribir con frases simples y palabras básicas, dando así con lo que sería una de las claves de su éxito.

El resultado de aquel experimento le gustó y se tradujo al japonés, poniendo así «la primera piedra del millón de páginas de sintaxis escolar que le conocemos» —apunta el periodista Alberto Olmos con su agudeza habitual—, es más: “Su simpleza es enternecedora, por lo que es normal que sus novelas se lean a toda velocidad: lo que se escribe a toda prisa se lee también a toda prisa”.

De ahí que los intelectuales de su país no le tuvieran —al principio— mucho aprecio al consagrarse como autor de bestsellers. Y es que, como se suele calificar a Murakami, es uno de los pocos autores que dieron el salto inverso de escritor de prestigio a autor de superventas en todo el mundo.

Pero él, a sus 75 años, cuando acaba de publicar (en Japón) La ciudad y sus muros inciertos, Murakami, equilibrado, sigue sin salirse de sus rutinas, de lo que se espera de él. Humilde como pocos, sin darse la menor importancia, a pesar de la máquina de hacer dinero en la que se han convertido sus novelas, este hombre tranquilo, sencillo, inalterablemente cotidiano, se considera como un funcionario de la escritura: “Escribo mis diez páginas a diario como cualquier persona que ficha a la entrada y a la salida del trabajo”.

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