Psicología

Fantasías oníricas

Cuando las paredes son espejos

Los cambios de rutina de la cuarentena alteraron los ciclos y los contenidos de los sueños. Aparece un tiempo que nos interpela, que convierte a las paredes en espejos y nos revela el estilo de vida que llevábamos antes del inicio de la pandemia. ¿Qué soñamos en el encierro?

La pena es un peso que crece y se agrava con el insomnio”, dice Demetrio en la obra de William Shakespeare A midsummer night’s dream (Sueño de una noche de verano), un escenario en el que los límites entre la fantasía y la realidad se desdibujan. La experiencia onírica estuvo presente hace siglos como un misterio en la humanidad. Fue protagonista de grandes textos literarios. El más obvio quizás es La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, pero también están los que nos hacen pensar en su estructura, como Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll; La metamorfosis, de Franz Kafka, o Pedro Páramo, de Juan Rulfo.

Según revelan especialistas entrevistados, muchas personas experimentan fantasías oníricas con más intensidad durante el confinamiento, y una explicación posible es la angustia que nos produce el contexto del coronavirus. Mientras vivimos un momento de rematerialización de nuestros espacios, en el que los objetos domésticos adquieren
una nueva relevancia, hay un mundo que se nos revela distinto: el de los sueños.

Es prácticamente imposible hablar del tema sin antes mencionar al padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, y una de sus obras más importantes: La interpretación de los sueños (publicada en 1900). Allí, el neurólogo y psicoanalista austriaco afirma que existen procesos mentales que van más allá de nuestro pensamiento consciente. Ese libro tendió un puente entre la psicología y los estudios sobre el mundo onírico a través de un componente mental: la expresión del inconsciente.

“Uno tiene mucho más contacto con su propio espejo cuando está encerrado”.

María Eugenia Escobar Argaña

Freud consideraba que los sueños guardan relación directa con el inconsciente y que allí todo tiene su propio mecanismo de figuración. Pueden aparentar estar fuera de la realidad, pero permiten que el mismo exprese lo que está reprimido. En el sueño se viven como ordinarias situaciones fantásticas, y esa mezcla entre lo exagerado y lo verosímil los hace significativos.

En estos momentos en que habitamos el hogar más que antes y sentimos miedo a lo que está por llegar, se producen alteraciones no solamente en la fisiología, sino también en la forma de los sueños. Así lo explica María Eugenia Escobar Argaña, psicoanalista y miembro de la École Lacanienne de Psychanalyse (Escuela Lacaniana de Psicoanálisis). En sus palabras, las personas están contando situaciones internas diferentes a las del inicio de la cuarentena, donde todo era más novedoso: quedarse en la casa, ver tevé, revisar los libros. Ahora, empiezan a angustiarse.

“A nivel psíquico y relacional se están agotando los recursos, porque el yo tiene una manera especial de manejarse en situaciones de miedo, angustia y terror, además de su reserva energética libidinal. Pero, en este tiempo en el que ya pasa tanto, la gente empieza a aburrirse, a enojarse, a fastidiarse, a sacar la parte más nerviosa de uno; los ambientes familiares se caldearon. Aparecen episodios de pesadillas y, generalmente, no están tipificadas”, expresa Escobar.

Según revelan especialistas entrevistados, muchas personas experimentan fantasías oníricas con más intensidad durante el
confinamiento, y una explicación posible es la angustia que nos produce el contexto del coronavirus. Foto: Getty Images.

Dormir y soñar en cuarentena

El “mundo covid” trae consigo alteraciones de los niveles de ansiedad. Eso, a nivel fisiológico, implica mayor producción de cortisol, que altera el mecanismo regular del organismo para generar y mantener las horas de descanso. La cantidad y calidad de horas de sueño se ven afectadas por el estrés al que estamos expuestos. Aunque no necesariamente toda la gente duerme menos o peor.

De acuerdo con Laura Yasy Galeano Ríos, MSc. en Neurociencias y Educación por la Universidad de Bristol, los episodios oníricos que recordamos como una breve historia se dan en la etapa de REM (Rapid Eye Movement) del sueño. “La primera vez que esto sucede es, aproximadamente, 90 minutos después de quedarnos dormidos. A esta etapa le sigue una más profunda y, una vez que entramos al sueño REM, nuestras habilidades motoras se encuentran reprimidas, por lo tanto, podemos vivenciar experiencias mentales que no se manifiestan a nivel físico”, define.

Jesús Irrazábal —licenciado en Filosofía por el Instituto Superior de Estudios Humanísticos y Filosóficos (Isehf) de la Sagrada Compañía de Jesús, y médico pediatra— hace una distinción entre dormir y soñar. Según narra, cuando dormimos se pierden los mecanismos de relación que se recuperan con el despertar, pero permanecen continuos los signos de vida (latidos cardiacos, respiración), mientras que cuando soñamos aparecen elaboraciones figurativas, como en un cuento fantástico.

María Eugenia Escobar Argaña, psicoanalista y miembro de la École Lacanienne de Psychanalyse (Escuela Lacaniana de Psicoanálisis). En sus palabras, las personas están contando situaciones internas diferentes a las del inicio de la cuarentena, donde todo era más novedoso. Foto: Gentileza María Eugenia Escobar.

Quizás es más común que los adultos prefieran quedarse dentro de la casa a trabajar o leer un libro, pero tres meses de cuarentena pueden significar un daño para los niños y adolescentes que están sin sus espacios de sociabilidad. «Estos momentos que vivimos son traumáticos, porque nos acercan a situaciones de mucha angustia, incertidumbre, miedo y, sobre todo, de esta expectación que define la angustia por un futuro que no se sabe. Entonces, de ahí parte lo que algunos filósofos están definiendo como un momento de calamidad”, refiere Escobar.

“Situaciones como el estrés crónico que pasamos en la actualidad definitivamente alteran el ritmo, la calidad y la cantidad de la dormida. Se descansa en periodos cortos, no de una manera reparadora, con muchos exabruptos. El sueño se altera porque existe un estímulo externo que provoca una gran vulnerabilidad, y ese momento se va a expresar en el sueño, como una represión o un deseo que está procurando salir por todos lados porque son momentos de mucho riesgo del yo”, puntualiza Irrazábal.

El sueño tiene un contenido manifiesto, que es la realidad ficticia que uno ve mientras duerme, y una parte latente, que es el inconsciente desde donde se causa y se origina. Este utiliza mecanismos primarios: la condensación, el desplazamiento, la condición de figurabilidad que los hace extraños o surreales. “Así como hay episodios angustiantes y verdaderas pesadillas, también existen momentos reparadores; casi sin saber por qué, uno se despierta con cierta paz privada, como el abrazo del padre o la madre de cuando éramos niños o niñas”, dice el filósofo.

De acuerodo a Jesús Irrazábal, licenciado en Filosofía por el Instituto Superior de Estudios Humanísticos y Filosóficos (Isehf) de la Sagrada Compañía de Jesús, y médico pediatra, los seres humanos «somos haciéndonos» porque «nos hacemos siempre con otros». Foto: Fernando Franceschelli.

María Eugenia Escobar define al inconsciente como una memoria del olvido, es todo lo que uno no quiere recordar por represión pero que luego emerge en el sueño. Cada subjetividad tiene su propia historia y esta se presenta diferente de acuerdo con la situación. Ahora, lo que nos iguala a todos y todas es que sufrimos ansiedad, temor, expectación y eso puede facilitar el contacto con las debilidades individuales.

“Uno tiene mucho más contacto con su propio espejo cuando se encierra. Hay veces que estamos entre cuatro personas en una casa, o entre dos, pero siempre uno está mucho más aislado y eso hace que nos hagamos preguntas que dejamos de lado: dónde estoy, qué quiero, a dónde voy, cómo me siento. Tendemos a tener pensamientos más melancólicos o de tristeza, y eso obviamente moviliza nuestro inconsciente”, refiere.

Revivir experiencias traumáticas

Uno tiene sueño en varias ocasiones en la noche. Hay veces que dormimos 10 minutos y los experimentamos igual, aunque sintamos como si hubieran transcurrido horas. En las etapas del REM, que es cuando estamos soñando, se hacen combinaciones nuevas entre lo que ya tenemos en nuestra memoria autobiográfica y las nuevas vivencias. Cuando nuestras experiencias recientes se ven altamente cargadas de aspectos emotivos, se entiende que estas etapas suavicen los picos extremos de impresiones emocionales o experiencias que tuvimos durante el día.

“El cóctel clínico en el cual nos encontramos cuando estamos en la etapa de sueño REM es un ambiente que le permite al ser humano repasar experiencias fuertes, incluso traumáticas, en un espacio en el que la mente está contenida, protegida. El cerebro necesita revivir esos momentos para sacar el peso altamente emocional o traumático que traen consigo”, sostiene Laura Yasy Galeano.

La nitidez con la que recordamos los sueños, sigue María Eugenia, tiene que ver con el momento en que volvemos a la consciencia. Si uno despierta durante el REM, los recuerda nítidamente. Una imagen puede condensar hasta siete imágenes juntas. La característica de un sueño traumático es que se repite. “La compulsión a la reiteración domina los síntomas neuróticos, también hace que un sueño repetitivo se patologice. Se puede volver algo rígido o que no permite dormir, eso se llama neurosis postraumática”, prosigue la psicoanalista.

Laura Yasy Galeano Ríos, MSc. en Neurociencias y Educación por la Universidad de Bristol, explica que los episodios
oníricos que recordamos como una breve historia se dan en la etapa de REM del sueño. Foto: Fernando Franceschelli.

“El cerebro necesita revivir esas experiencias durante el sueño para poder sacarle el peso que esos recuerdos altamente emocionales o traumáticos traen consigo”.

Laura Yasy Galeano

“Las vivencias en la pandemia producirán sueños bien diferentes en cada uno de nosotros. Nos va a llevar a un momento de vulnerabilidad muy parecido a este porque eso está plasmado en la memoria y puede salir como un manifiesto de que algo se da por detrás de la imagen. Entonces, se vive una vulnerabilidad de otro momento histórico por la energía con la que se padece. Por ejemplo, una enfermedad que tuve en mi infancia o una operación”, refuerza Irrazábal.

“Los casos de gente que vive sola, separada de su familia, o aquellos covid positivo, por ejemplo, que están en albergues o internados en lugares especiales, creo que son más difíciles y dejarán secuelas más traumáticas. El efecto es amplio, sustancial y, de alguna manera, duradero. Esto así no más no se va”, reflexiona Escobar.

Hacia un cambio cultural

El hábito es una acción cultural que ordena la vida de un sujeto, tanto es así que cuando vemos a una persona muy desordenada, pensamos que no está bien. El ser humano tiende a sus hábitos y las sociedades, también. “Posiblemente ahora haya un cambio interesante. A veces da la impresión de que esto está movilizando y a lo mejor toda una generación se queda con esto. Como pasó en México con el terremoto o acá con el incendio del Ycuá Bolaños”, expone la psicoanalista Escobar.

Sobre las estrategias para reinterpretar el mundo en tiempos de pandemia, Jesús Irrazábal considera que es importante darle muchas voces a la solución. “Hay un aforismo de Buda que dice: ‘No puedo elegir el dolor, pero sí cómo sufrirlo’. Que las estrategias nos permitan elegir la manera de padecer; no solamente encerrados, delante de una cámara, también es posible estar delante de un libro, de los seres queridos, aunque sea breve, porque eso es difícil de sostener. Otra estrategia es que los seres humanos somos haciéndonos. Nos hacemos siempre con otros”, esboza el filósofo.

Hay sociedades que borran y otras que hacen de las situaciones traumáticas, episodios para recordar. María Eugenia cita el caso de los grupos de judíos que siguen haciendo películas sobre el Holocausto para no olvidar: “Nosotros de alguna manera tenemos presente el episodio de la Guerra Guasu, el exterminio de un pueblo. Yo creo que sí nos marcó con una determinada manera de ser. En ese sentido hay una herencia histórica que depende mucho de cómo se transmita y cómo se elabore”.

“Todo el mundo ahora dice que el día pasa muy rápido, y eso es cierto, creo que es porque estamos en un momento de apresuramiento interno de que las cosas cambien, que pase algo, que venga la vacuna, la curación como una cosa más fantasiosa. Hay expectativas que hablan de que el mundo cambiará y será diferente, que va a movilizar otra cosa. No sé si será así. A veces uno vuelve, lamentablemente, a la normalidad que es, en realidad, una vuelta a hacer las cosas rápido y mal”, concluye.

“La memoria, así como el sueño, es también un concepto escurridizo que da testimonio de su propia complejidad”.

La presencia ubicua de la memoria en nuestro paisaje cultural nos obliga a considerarla no solo coma una herramienta fundamental de inspiración y creación, sino también como un componente esencial de nuestro mundo moderno. En este periodo, como una reacción abrumadora a una sociedad en constante cambio, la memoria se ha mantenido como mecanismo de defensa contra la disolución de identidades.

La nostalgia por un mundo perdido genera creación literaria. Eso mismo sigue siendo, a veces, el único rastro de la existencia de ese lugar, cultura o experiencia. Por eso, surgen en este contexto los diarios de la cuarentena, por ejemplo, que ayudan a registrar esta etapa y sirven para no olvidar quiénes somos, qué queremos y no perdernos en la angustia. El concepto y la evocación de la memoria tienen escritores encantados como Proust y Nabokov, que la convirtieron en el catalizador de su producción artística.

Sin embargo, la memoria, así como el sueño, es también un concepto escurridizo que da testimonio de su propia complejidad. Sus usos y abusos son emblemáticos de nuestra ansiedad colectiva por definirnos constantemente. En nuestra sociedad, obsesionada con las narrativas personales y las tecnologías de comunicación, vale la pena reflexionar sobre el surgimiento paradójico y la importancia de una creciente memoria colectiva, de hecho global, que nos obligue mirarnos al espejo.

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