Nota de tapa

El poncho para’i de 60 listas

Memoria y práctica vivas

El poncho para’i de 60 listas inicia oficialmente el camino que se concretará con una candidatura ante la Unesco, con la expectativa de que sea incluido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Sería la primera vez que una artesanía paraguaya integre esta lista. En este número de Pausa recorremos los procesos, las historias y leyendas de esta prenda que fue mucho tiempo masculina en el uso, pero cuya elaboración se viene transmitiendo de generación en generación, a través de la labor de mujeres. Hoy, esta tradición se encarna en doña Rosa Segovia.

Por Jazmín Ruiz Díaz Figueredo. Fotos de Felipe Román Sitjar (cortesía del IPA).

Una técnica compleja

La jornada empieza a la mañana temprano. Cuatro artesanas ocupan sus lugares, según sus respectivas funciones dentro del proceso. Si buscamos seguirlo paso a paso, primero se prepara la urdimbre para el telar. Dos palos se disponen al aire libre enfrentados, a unos 10 metros de distancia. La maestra artesana Rosa Segovia junta los hilos y los lleva de una punta a la otra. Este ir y venir toma aproximadamente dos horas si lo hace sola.

Luego, las funciones se dividen en tres, como las piezas que hacen al poncho para’i de 60 listas. En la parte trasera de la Escuela de Salvaguarda, en una suerte de quincho, están sentadas frente a frente y a unos metros de distancia Jazmín y Sara, quienes se encargan de los flecos. Para este proceso, una pasa los hilos alrededor de una paleta de madera; mientras, la otra los separa con ayuda de los dedos. Para completar las dos tiras de cuatro metros y medio cada una que lleva el poncho, trabajan por cuatro días. A medida que avanzan en esta labor, acercan sus sillas hasta terminar tocándose las rodillas, por lo que Rosa alecciona con picardía que “para hacer los flecos hay que llevarse bien”.

Los dibujos salen de mi cabeza, de lo que se me ocurre. Mi tía me enseñó tres variaciones, y cuatro son de mi invención”.

Doña Rosa Segovia.

Al otro costado del telar se ubica Maximira, quien se dedica muy concentrada a la elaboración de la faja. Este proceso no solo es complejo; también hay una gran labor creativa involucrada, ya que al armar la urdimbre se decide en un cuaderno cuadriculado cómo se distribuyen los hilos, y esto determinará el diseño geométrico de la faja. Este proceso de elección lo hace Rosa y lo llama “jeporavo”: “Los dibujos salen de mi cabeza, de lo que se me ocurre”, comenta al respecto. Cuando le consulto sobre la variedad de motivos posibles, me responde: “Mi tía me enseñó tres variaciones, y cuatro son de mi invención”.

Un poncho de 60 listas requiere ocho metros y medio de faja, proceso que tarda ocho días, pero puede llegar a los 15 cuando se trata de los diseños más complejos. “Mis clientes argentinos son muy exigentes. Le sacan fotos al libro y me mandan… Pero esos ya no ofrezco porque ella —refiriéndose a Maximira— me dijo que ya no va a hacer”, comenta Rosa. A lo que esta responde: “Es mucho trabajo; al terminar, me duelen las manos”.

El libro en cuestión es Ponchos de las tierras del Plata (2002), en el que la historiadora y antropóloga argentina Ruth Corcuera escribe sobre la prenda en América y le dedica un apartado a Paraguay, con imágenes de estas prendas confeccionadas originalmente por Basilia Domecq, la mujer cuyo nombre se menciona en los relatos sobre el poncho de 60 listas durante la época de Solano López.

La tercera parte de la labor le corresponde a doña Rosa y es la realización del cuerpo del poncho. Este proceso también es complejo pues, además de precisión y habilidad, requiere destreza física. Alrededor de 10 horas durante siete días se trabaja en un telar de cintura. Esta técnica que comparten distintos pueblos originarios de Latinoamérica demanda un compromiso del cuerpo tanto en postura como en tensión muscular.

El poncho de 60 listas se realiza en la Escuela de Salvaguarda, ubicada en la ciudad de Piribebuy, a 73 km de Asunción. “Somos 10 a 12 mujeres las que trabajamos en este grupo. Hay veces que estamos desde las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche. Hasta 18 horas al día invertimos de vez en cuando para terminar un pedido”, comenta la maestra artesana.

Además del trabajo complejo, arduo y colaborativo necesario para la elaboración de la prenda, la materia prima con la que se realiza es un detalle no menor, porque es sumamente costosa. El poncho de 60 listas requiere un hilo mercerizado de gramaje fino que se importa del Perú. Cada cono del material cuesta G. 80.000 y un poncho usa 16; un poncho cuesta G. 2.500.000, lo que significa que más de la mitad del valor se va en compra de materia prima. Pero cuando se trata de asegurar calidad, doña Rosa no escatima ni en precio ni en horas de trabajo: “Me dicen que soy exagerada, pero mi trabajo es minucioso. Hay que hacerlo bien”.

Entre la memoria y la leyenda

En Piribebuy se teje no solo el poncho, sino las memorias de un pueblo que enfrentó los horrores de la guerra. Saberes e historias se transmiten en las familias de generación en generación. Para la artesanía textil, la técnica fue pasando de madre a hija. Las narrativas sobre el origen del poncho, principalmente orales, se heredaron junto con la técnica y están íntimamente ligadas a la Guerra contra la Triple Alianza (1864-1870).

“A mí, mi tía me contaba que en la época en la que vino madame (Elisa Alicia) Lynch a Piribebuy, el mariscal (Francisco Solano) López tenía la casa de su abuela a 3 km de acá, cerca de una laguna”, recuerda doña Rosa: “Entonces, madame Lynch venía a Piribebuy en vehículo, y los tahachi, que serían los soldados de la comisaría, le llevaban a caballo esos tres km, hasta la compañía Tape Guasu. Al lado de donde ahora es la comisaría de Piribebuy estaba la casa de Basilia Domecq, y así fue que Madama Lynch la encontró tejiendo un poncho. Entonces se acercó y le pidió uno, que le llevó de regalo al Mariscal López. Tenía 60 listas”.

A Basilia Domecq se le atribuye ser la pionera de la confección del poncho para’i de 60 listas. Hay numerosas versiones, pero la que rescata la tradición de tejedoras que anteceden a Rosa Segovia es que Teotista Salinas (1927-2020), tía de la artesana, quien heredó la técnica de su bisabuela, Presentación Salinas, quien a su vez la aprendió directamente de Basilia Domecq. Presentación continuó el legado y se lo transmitió a su hija Hilaria, quien a su vez enseñó a su hija Eudosia, y ella, a la suya: Teotista. Esta historia se puede escuchar de la voz misma de Teotista en una entrevista grabada y hecha por Reina Cáceres que ha sido publicada en el libro Historias, diseños y colores. Poncho para’i de 60 listas.

Y aquí se marca un quiebre, pues como describe una entrevista de 1992, publicada en el desaparecido diario Noticias y rescatada por Estelbina Miranda de Alvarenga en el libro Artesanías tradicionales del Paraguay (2001), Teotista —entonces la última conocedora de la técnica completa de elaboración de este tipo de poncho— expresa: “No quise que mi hija se dedicara a este trabajo, porque es muy sacrificado y se gana muy poco. Por eso hice que estudiara y hoy es profesora”.

Doña Rosa Segovia.

La otra parte nos la cuenta doña Rosa, nombrada en 2019 Tesoro Nacional Vivo de la República del Paraguay por la Secretaría Nacional de Cultura. Ella comenzó a aprender la técnica a los siete años, pero se dedicaba exclusivamente al telar de la fajita y del poncho. Su rol como la sucesora de Teotista se definió en 2012, cuando en la mesa familiar se discutió quién continuaría en la familia con el legado de su tía y aprendería los secretos del poncho en su totalidad (urdimbre, flecos, faja y cuerpo).

Así recuerda doña Rosa los orígenes del poncho que integra la lista de artesanías consideradas Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación. Más allá de los detalles en las distintas versiones, el rol y la figura de Basilia Domecq son una constante. Fuentes diversas, y con distintos matices, se refieren a ella como la pionera de su confección. Algunas versiones la presentan también como emprendedora y precursora de la caña de Piribebuy, conocida como caña tyky por su destilación gota a gota.

De hecho, su nombre está grabado en una placa dedicada a las “Heroínas de Piribebuy” en el Museo Histórico Pedro P. Caballero de la ciudad. Allí nos recibe su director, Miguel Ángel Romero, quien explica que ese título recuerda a las 100 mujeres que, junto a 1600 defensores, se enfrentaron al ejército invasor de 20.000 aliados el 12 de agosto de 1869, en la trágica Batalla de Piribebuy. Sobre el poncho, menciona que era una prenda predilecta tanto para el arriero como para el soldado, porque los protegía del frío y la lluvia por las noches, y era “escudo contra el acero” en tiempos de guerra.

Sobre el poncho, menciona que era una prenda predilecta tanto para el arriero como para el soldado, porque los protegía del frío y la lluvia por las noches, y era “escudo contra el acero” en tiempos de guerra.

Menciones similares aparecen en el libro Desde el typói: Crónicas del vestir paraguayo (2012), de Milda Rivarola: “El coronel uruguayo León de Palleja describió el uniforme de los soldados paraguayos durante la Guerra Grande. […] ‘Sus compañeros de infantería llevan idéntica camiseta, la misma mantilla y el mismo calzoncillo y (…) un poncho de lana (…). Jamás pasan la cabeza por el poncho, se complacen en llevarlo —en marchas, en combates y a pie firme— terciado y rebozado sobre el hombro, como hacen nuestras mujeres con un chal, y en esta disposición hacen todo, sin que les estorbe el acomodo. No se puede negar que la costumbre o la naturaleza los ha dotado de cierta habilidad para llevar el poncho a la estudiantina’”. (pp 24-25)

Durante la Guerra Guasu, Piribebuy se constituyó como la tercera capital de la República. Gran parte de los documentos que componían el Archivo Nacional de la República, y que se llevó a esta ciudad desde Asunción, fue quemada en la plaza durante la batalla que allí aconteció. Otro tanto se llevó el ejército aliado. Esto podría explicar por qué contamos con tan pocos registros anteriores a la guerra.

En cuanto a las 60 listas, don Miguel Ángel cuenta que otra de las leyendas de origen hace alusión a que, tras la batalla, se enterraron a 60 soldados de ambos bandos envueltos en el poncho en esta misma plaza, que se encuentra frente a la iglesia de la ciudad. A partir de allí, la prenda pasaría a llamarse “de 60 listas”.

De tradición familiar a patrimonio universal

El 14 de julio, Paraguay celebró un hito histórico: la Secretaría Nacional de Cultura (SNC) y el Instituto Paraguayo de Artesanía (IPA) propusieron la candidatura del poncho para’i de 60 listas como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad ante la Unesco. Esto fue en el marco de una reunión del Comité Nacional de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, donde la propuesta fue aprobada de forma unánime.

Para el ministro de Cultura, Rubén Capdevila, esta decisión “expresa la voluntad política de las instituciones culturales, aglutinadas en el comité, por preservar una técnica artesanal tradicional de gran importancia para nuestra cultura, un elemento identitario muy importante, cuyas técnicas estaban en riesgo de desaparición. Significa la voluntad de comunidades, las propias artesanas y artesanos, de preservar sus saberes tradicionales, estas técnicas tan valiosas que se vienen transmitiendo de generación en generación”.

Por su parte, la presidenta del IPA, Adriana Ortiz, expresa que este evento marca la culminación de un trabajo arduo de dos años y medio. “Al ingresar al IPA, empezamos a hacer un sondeo de las técnicas que se encontraban en peligro de extinguirse por la falta de más maestras artesanas, e identificamos como la primera técnica en rojo al poncho para’i de 60 listas. Fue entonces que fundamos la Escuela de Salvaguarda y allí inició el proceso con la SNC para inscribir la técnica como Patrimonio Cultural Intangible, con el objetivo final de postularlo ante la Unesco”.

Empezamos a hacer un sondeo de las técnicas que se encontraban en peligro de extinguirse por la falta de más maestras artesanas, e identificamos como la primera técnica en rojo al poncho para’i de 60 listas.

Adriana Ortiz, directora del IPA.

“Para nosotros —agrega Capdevila— este es un paso fundamental para dar continuidad a los planes de salvaguardia, agotar todas las instancias por preservar estas técnicas tradicionales de la artesanía paraguaya, por garantizar la transmisión de generación en generación de estos saberes, y por supuesto, la preservación de nuestra identidad, que se encuentra en cierta medida contenida en cada una de las técnicas artesanales. Paraguay se caracteriza por tener un riquísimo patrimonio inmaterial”.

Ortiz concluye que, en el marco de los trabajos que vienen realizando, muy próximamente estarán lanzando el libro Poncho para’i, que es la memoria de la Escuela de Salvaguarda donde doña Rosa, Tesoro Vivo, se cerciora de asegurar el legado de su tía Teotista y las mujeres que le precedieron, a las próximas generaciones de artesanas.

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