Columna

Mi relación con la soledad

La odisea de Circe

La Reina Malvada de Blancanieves era una tirana que vivía sola en su castillo y no hablaba con nadie más que con su espejo encantado. Maléfica, la bruja antagonista de La bella durmiente, estaba tan sola y era tan despreciada que no la invitaron al nacimiento de la princesa Aurora. Ella, en su amargura, maldijo a la recién nacida a morir a la edad de 15 años, al pincharse el dedo con un aguja.

En la mitología griega, la hechicera por excelencia es Circe, quien habita sola en la isla de Eea. En La odisea, convierte a la tripulación de Ulises en cerdos y los desvía de su camino de retorno a casa.

Como habrán identificado, lo que estas tres villanas tienen en común es muy claro: la fábula que nos enseñaron desde que tenemos el suficiente entendimiento para escuchar cuentos. La mala de la historia es una mujer sola.

Este mito no solo aparece en la ficción. “Sos demasiado contestona (argel, inteligente, exigente). Así te vas a quedar sola”. Frases de este estilo no escuché una, sino incontables veces a lo largo de mi vida.

Con el paso de los años, esa frase se volvió más y más presente: demasiado seria, demasiado enfocada en tu trabajo, demasiado independiente, demasiado libre, demasiado viajera.

A medida que avanzaba en la vida, la lección se fue sofisticando, pero el mensaje detrás era el mismo. El castigo a ser “demasiado” algo es siempre la soledad. Como una profecía autocumplida, lo que yo consideraba logros parecía, a la vez, confirmar que ese era mi destino.

Hace unos años, ante mi primer gran desencanto amoroso, empecé terapia. Fui esperando que mi psicóloga me ayudara a resolver mi problema, a romper la maldición. Grande fue mi decepción cuando lo primero que me dijo fue que lo que pasaba era que no se trataba de encontrar la fórmula para triunfar en el amor, sino de dejar de pensar que esa era la única forma satisfactoria de relacionarse. Que, en realidad, lo que me faltaba era aprender a estar sola.

Tardé muchos, muchos años en entender esa frase que se sentía como sentencia. En ese ínterin viví aventuras y desventuras que fueron poniendo a prueba mi resiliencia, en mi búsqueda de un final feliz.

Porque yo no era una bruja malvada, yo tenía amigos y familia que me querían, yo era una princesa, pero que no estaba encerrada en el castillo y que tenía un problema en la trama: no había príncipe que la viniera a rescatar.

Pero claro, esos no eran los cuentos que había leído de niña. En La odisea, las mujeres son como Penélope, la esposa que espera bella y paciente a su amado Ulises mientras este protagoniza las aventuras; o como Circe, la hechicera solitaria y amargada que convierte a los hombres en cerdos.

El castigo de Circe se vuelve un viaje de liberación donde encuentra y despliega todo su poder, literal y metafóricamente hablando.

No fue hasta que leí Circe, la reinterpretación feminista de esta historia de la mitología griega a cargo de la autora Madeline Miller, que entendí lo que mi psicóloga me intentó transmitir en esas primeras frustradas sesiones de diván. En esta novela, para empezar, la protagonista es ella y Ulises, un personaje secundario. Nos enteramos de que Circe es la hija de Helios, dios del Sol y el más poderoso de los titanes, y la ninfa Persei. Pero Circe es “una niña extraña: no es poderosa como su padre, ni viciosamente seductora como su madre”. Solitaria, merodea los palacios del Olimpo y va descubriendo que posee el poder de la magia, que usa para ganarse la compañía de un mortal que la traiciona. Hace enojar a Zeus y él la destierra a la isla de Eea.

El castigo de Circe se vuelve un viaje de liberación donde encuentra y despliega todo su poder, literal y metafóricamente hablando. La mirada de Miller me hizo entender que, como Circe, me había contado a mí misma mi historia a través de los mandatos sociales de lo que se espera de una mujer, e interpretado como castigo lo que, en realidad, ha sido un cuento maravilloso de liberación.

La odisea no es de Ulises, que de hecho se llama así porque “Odiseo” es su nombre griego. La odisea del siglo XXI merece rebautizarse con nombre de mujer, de brujas y hechiceras. Porque ni estamos solas ni amargadas ni esperando que nos rescaten. Y sí, somos “demasiado”. Pero eso está demasiado bien.

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