Cultura

Las manos de Ña Nena

Instrumentos de la cultura

La historia comenzó hace unos 50 años, cuando su mamá, Bienvenida Monges, dejó la docencia, decidió apostar por la alfarería, y se instaló en la ciudad de Areguá. Es su hija, Bienvenida Páez Monges, mejor conocida como Ña Nena, quien hoy continúa con el legado, con el mismo esmero que cuando todo comenzó.

Texto y fotos de Fernando Franceschelli

En la inmensa galería de la casa hay un par de mesas rústicas y algunas sillas; muchos cajones y estantes cargados de mercadería, y restos de arcilla por doquier. Las paredes son testimonio de la antigüedad de la casa que, a juzgar por sus características, pudo haberse construido casi con seguridad en el siglo XIX. La pintura original dio paso a un color indefinible, entre rosado y ocre. Al llegar, los gatos montoneros rodean al visitante como increpando por la irrupción.

En este microuniverso color tierra y bajo una luz inexplicablemente encendida en pleno día, Ña Nena, sentada, esgrafía un jarrón con la minuciosidad de quien acaricia a alguien a quien realmente quiere.

Con un andar gastado y lento propio de sus 69 años, ella recorre la casa con orgullo y muestra cada una de las instancias del trabajo con arcilla. Su relación con la alfarería comenzó hace unos 50 años, cuando su mamá, doña Bienvenida Monges, decidió dedicarse a este ámbito en Areguá. De sus tres hijos, dos se dedicaron al negocio familiar; tras el fallecimiento de Domingo, hermano de Bienvenida, hoy Ña Nena es quien continúa con el legado. Al oficio también se dedican sus sobrinos, los hijos de Domingo (o Nene, como lo conocían en la zona).

En la alfarería Páez Monges el proceso comienza con la preparación de la arcilla en el lugar, en unos grandes piletones donde el caolín y la arcilla negra, que vienen desde el departamento de Cordillera, se mezclan, depuran y decantan para la obtención de la mejor materia prima. Lo obtenido se amasa y se almacena con la cantidad de humedad adecuada para usarla en moldes o en el torno, cuando la clientela así lo requiera.

Eso les permite fabricar una variedad de obras cocidas en sus propios hornos, donde utilizan leña obtenida de restos de poda o árboles que caen con las tormentas. El abanico de piezas que aquí se producen es acotado, pero bello y de excelente calidad. Se trata de objetos torneados, como planteras, jarrones, jardineras (planteras rectangulares) y elementos utilitarios para la cocina.

La casa-taller

En esta edificación luminosa y de techos altísimos, el barro está presente en cada centímetro de la construcción. Los productos que se apilan en cantidad en las habitaciones cubren los fantásticos pisos con diseños en forma de polvo, producto del ir y venir de macetas o jarrones a punto de terminarse. Un adorno más de la casa son los seis gatos que acompañan a esta mujer trabajadora, cual custodios de su enorme paciencia.

Con un poco de detenimiento, se pueden encontrar las fotos, los adornos y las salpicaduras de arcilla cruda en lo alto de las paredes, que llegan hasta ahí de manera inexplicable, también presentes en las ropas de cada uno de los habitantes del lugar, que parecieran vestidos con alguna clase de camuflaje diseñado en la paleta de colores tierra. En el centro de todo, mimetizadas con la casa, las manos de Ña Nena tienen casi los mismos colores y pliegues que el material con el que trabaja.

Con amor y una pequeña herramienta que fue alguna vez un cuchillo, desbasta pequeñas líneas del engobe (la pintura natural con la que se cubre el jarrón en el que trabaja ahora), y descubre el color y la textura del barro. El objeto es esgrafiado y una vez que está completamente seco, pasa a uno de los dos hornos con que cuenta la familia. Ya cocidas, las piezas estarán listas para su exhibición y venta.

Parte de un gran legado

Ña Nena conversa pausadamente y con tranquilidad, reflexión y alegría. Habla del trabajo, del que dice que lo es todo, y también de su hijo, Pablo Rafael Martínez Monges, de 32 años, quien no faltó al legado familiar y también se hizo alfarero.

Si bien ella se dedica sobre todo al esgrafiado ‒lo que hace sentada y con quietud‒, todavía es capaz de cumplir con parte del trabajo más pesado, como cargar el horno y controlar el quemado de las piezas, tal cual lo hacía cuando era más joven. Asimismo, dedica tiempo a las tareas de la casa, como cocinar y limpiar.

Lamenta que la gente no valore como se debe a la artesanía, y a la alfarería en particular, mientras recuerda con pena la reciente muerte de Antonio Rejala, uno de los mejores torneros de Areguá. Aclara que cada vez hay menos personas que se dediquen a operar el torno, a pesar de los cursos gratuitos que ellos mismos organizaron para capacitar a los más jóvenes, pues el asunto despertó poco interés.

Si bien no es una familia “que pase sus vacaciones en el extranjero”, como dice la matriarca, se trata de un buen oficio que les permite cubrir sus gastos de educación, salud y alimentación dignamente. Además, considera que es importante preservar y difundir la artesanía, ya que, afirma, sin este conocimiento no hay cultura.

Mientras tanto, rodeada de los felinos y sentada con la paz que trasmite alguien que se sabe diligente con el mandato de vivir, Ña Nena continuará trabajando en sus piezas de barro, pues afirma que en cada una de ellas se expresa un sentimiento y en cada jarrón o plantera que termine sigue colocando, como hasta ahora, una esperanza que viajará a donde el objeto vaya.

Para quienes quieran conseguir las piezas de Ña Nena, su casa-taller está en la ciudad de Areguá, en la loma, a tan solo una cuadra de la histórica iglesia, sobre la calle Carlos Antonio López entre Teniente Rojas Silva y 25 de Diciembre. También pueden contactar con la alfarería al teléfono (0291) 432-201.

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