Cultura Música

La música de Peteke Peteke

Magia del pasado en el siglo XXI

Yaguarón, conocida principalmente por su magnífico templo franciscano, alberga una banda tradicional de músicos. No muy lejos del centro de la ciudad y con enormes dificultades supieron resguardar, a lo largo de los siglos, un breve pero mágico conjunto de sonidos armónicos y rítmicos, proveniente de la simbiosis de las culturas indígena y criolla, propia del periodo colonial y los primeros asentamientos en nuestro territorio.

Texto y fotos de Fernando Franceschelli.

La ciudad de Yaguarón y sus alrededores son la cuna de muchas historias fantásticas propias del pasado. El mito sobre la existencia de túneles para llevar oro, que conectaban el antiguo templo de San Buenaventura con la Catedral de Asunción; la evidencia que algunos aseguran tener sobre la magia propia de su cerro homónimo, o las historias sobrenaturales ligadas a la telúrica bruja Micaela Yahari son solo algunos ejemplos.

Si bien el asfalto y el reguetón de la radio la diluyen, el día lluvioso y oscuro acentúa la sensación de llegar a un lugar especial. Al entrar a la compañía Guajayvity, a pocos minutos del centro de la ciudad, por un tortuoso camino de tierra roja, entre típicos cultivos de maíz y mandioca y un notable verdor, persiste una muestra de magia verdadera.

El arte y la magia

No se trata del fragmento de un libro de Harry Potter. Esta magia es real y existe desde hace tiempo gracias a músicos que por generaciones han sabido conservar sus sonidos. Con sus oídos e instrumentos como verdaderas herramientas mágicas, son capaces de transportarnos en el tiempo y el espacio a lo más profundo del periodo colonial.

Peteke Peteke es una banda de músicos populares cuyos integrantes conservan de manera empírica piezas musicales enteramente instrumentales. Ellos supieron fusionar ritmo y armonía, propias de la cultura indígena, con la lutería ancestral, para ligarlas a la sociedad colonial, que las incorporó hasta nuestros días y cuyo nombre proviene de la onomatopeya de uno de los ritmos que se generan al tocar.

Rodeado de abundante verde, montones de niños y el ladrido de perros por todos lados, encontramos a Doroteo Garay Guanes, de 57 años. Él es hijo del célebre don Gumersindo Garay, el tradicional director de la agrupación durante décadas, fallecido en 2019. Doroteo acompañó desde pequeño a su padre en las presentaciones y hoy es uno de los nueve miembros del grupo. El repertorio que ellos interpretan es de piezas de más de 300 años que tocaban los antiguos señores en ceremonias y manifestaciones religiosas y profanas, y está compuesto de nada más que 10 temas instrumentales, entre los que se destacan Procesión, Chiricote y Che vallemi Yaguarón. De estas piezas no se conoce autor o época en que se crearon, afirma Doroteo y aclara que todo lo relacionado con la banda proviene de un pasado incierto y poco definido.

Lo que sí está muy claro para el músico es que la fabricación de los instrumentos es obra exclusiva de ellos y se trata de una lutería que heredaron de sus antepasados, que transmitieron ese saber desde tiempos inmemoriales.

El antropólogo Guillermo Mito Sequera, uno de los responsables de evitar la desaparición de esta tradición musical gracias a los registros que hizo entre 1970 y 1972, detalla que los instrumentos que confeccionan estos artistas populares no profesionales se dividen entre aerófonos, cordófonos y percusivos. Entre los aerófonos (de viento) está el turú, hecho del cuerno del ganado vacuno ahuecado, que se hace sonar con la vibración de los labios en contacto con el extremo más fino. También están los mimbys, pequeñas flautas fabricadas con una pequeña sección de tacuarilla cuyo extremo se tapa con cera de abeja. Entre los cordófonos (de cuerdas) está el gualambáu, un antiguo instrumento usado para rituales mágicos indígenas que consiste en un arco de madera con los extremos unidos por un cordón de hojas de cocotero, que se golpea con una pequeña ramita, más una caja de resonancia hecha con una calabaza. Finalmente están los percusivos (de percusión), los angua pârârâ, que son cajas cilíndricas de madera de timbó ahuecadas, cuyos parches se hacían anteriormente de cuero de venado o perro, y hoy, de vaca.

El origen y su valoración

Sobre los antecedentes de la banda, el investigador yaguaronino Walter Fernando Díaz Ayala afirma que la música de los Peteke Peteke tiene su origen en la antigua tradición de las bandas populares de los pueblos misioneros y las reducciones. Estas eran muy importantes, ya que formaban parte de los acontecimientos más importantes de la vida civil y religiosa. Por ejemplo, de las procesiones de los santos o de los difuntos, asegura.

La música que ellos hacen hoy representa el legado más importante de la tradición musical misionera, con sus características originales que sobreviven en el Paraguay. Gracias a esta relevancia, la Secretaría Nacional de Cultura declaró Patrimonio Cultural del Paraguay a los sonidos ancestrales, además de las técnicas y oficios relacionados con la confección y elaboración de los instrumentos musicales de Peteke Peteke, destaca.

Y Guillermo Sequera agrega que lo importante a resaltar es que los universos sonoros de los pueblos milenarios constituyen una referencia histórica superlativa para analizar y comparar sus experiencias colectivas. El caso de Peteke Peteke (como otras, denominadas bandas hy’ekue) aparece entre el periodo de 1550-1600, en un proceso de hibridación cultural entre indígenas y los primeros pobladores con el aporte de sus propios patrimonios ceremoniales e instrumentales y sus particularidades locales.

Pero lo fundamental tiene que ver con la planificación de la orden franciscana, que inventa la reducción misional y aplica el ordenamiento territorial de los ecosistemas productivos llevados a cabo por la población local. Con ella surgen protourbanidades (que dicho sea de paso no es el caso de Asunción, que en ese momento apenas reunía a sus primeros habitantes en torno a un puerto de palos).

El desarrollo sucede en los territorios franciscanos y así es fácil de imaginar que el sistema reductor necesitara de un “amueblamiento” particular y eficaz; de un nuevo universo sonoro, vocal e instrumental, que modele el surgimiento de una verdadera dominación cultural en el que los pueblos vigilados y condenados al modo de producción también sintieran la necesidad de resistir, de rebelarse a la opresión con la invención de textos, coreografías y también melodías e instrumentos en el ejercicio de intercambio de técnicas y conocimientos interculturales, al interior y exterior de las misiones.

Un nuevo mundo a imaginar, donde la participación de los nativos y los primeros pobladores hicieron sus aportes a la maravillosa inventiva transcultural. Y al que se sumó el aporte altamente significativo de los esclavos, “hermano negro”, en palabras de Josefina Pla, que se convierten en verdaderos aliados «afroguaraníes», dice el antropólogo.

Mientras tanto, Doroteo aclara que entre los miembros de la agrupación —que integra a sobrinos, hijos, nietos y bisnietos de don Gumersindo—, él es el más viejo, y Josías López Rojas, de 9 años, el más chico. Los veteranos se encargan de enseñar a los jóvenes de la familia el repertorio, para que no desaparezca, como casi sucedió décadas atrás.

Los adultos del grupo se dedican principalmente a la agricultura, a pesar de no poseer tierra propia para cultivar, y también a la albañilería. Así, la música queda en segundo plano, pues no representa una prioridad para el sustento familiar. Así, en algún momento estas actividades fueron dejándose de lado hasta casi olvidarse completamente. A pesar de este descuido, hay gente que realmente valora a estos músicos y su arte.

Recientemente, gracias a la Municipalidad de Yaguarón y su Secretaría de Cultura, con el Fondec, frente a la casa del fallecido Gumersindo, donde hoy vive su viuda, Estefana Guanes, se construyó una casa kuláta jovái con técnicas tradicionales que en un futuro no tan lejano se convertirá, según el proyecto, en el museo de los Peteke Peteke.

Allí, los visitantes podrán ver fotos, comprar algún disco o libro, conocer el proceso de fabricación de los instrumentos o simplemente escucharlos tocar, para acentuar más aún el orgullo que Doroteo afirma sentir cuando la gente los aplaude. Lo mismo que Orlando Fabián Garay, de apenas 12 años, que hoy ejecuta el gualambáu y el turú frente a un atento público, y asegura que se siente feliz de hacerlo.

Para los yaguaroninos es inconcebible un festejo sin los Peteke Peteke. Por ejemplo, el 16 de agosto, en la fiesta de San Roque (que según la tradición oral fue el primer santo patrono de Yaguarón) o el primer domingo de setiembre en la procesión de Kurusu San Roque, sus sonidos acompañan al cortejo hasta su ermita en las afueras de la ciudad.

Así, a pesar de las vicisitudes de esta manifestación artística propia de personas que trabajan con las manos, se hace evidente que hay gente que sí valora a esta banda y su magia, y que espera de corazón que continúen enseñando a sus pequeños el arte del sonido, que como todo tipo de magia, a pesar de ser etérea e intangible, está presente y es posible sentirla y disfrutarla en lo más profundo del corazón.

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