Nota de tapa

Padres Migrantes

Pies que nacieron viento

Habitar la identidad como un conflicto, llevarla a espacios de discusión en la familia y criar a los hijos e hijas en la multiculturalidad, es una decisión política que muchos papás asumieron cuando vinieron a vivir a Paraguay. Les dedicamos este homenaje en su día.

El nombre de Byung Chil Ahn significa doble 7, que es un número mágico en muchas regiones del mundo; es un puente que  conecta al 3 -que representa a lo sagrado- con el 4 -que simboliza lo terrenal-. Para Ahn no es coincidencia haber llegado al país en 1977, hace ya 43 años. Nació en Seúl, la capital de Corea del Sur, donde pasó también su infancia con sus seis hermanos. Ahora, cuando se detiene a pensar, se da cuenta de que todos están viviendo en distintos países.

Cuando tenía 15 soñaba con dedicarse a la psicología, y así fue hasta su primer año en la universidad. En octubre de 1976, su padre le dijo que irían a América del Sur y él aceptó emocionado. “Mi papá siempre dice que le hubiera gustado un montón tener un título universitario porque eso le iba a dar muchas oportunidades. Pero nosotras le decimos que no es tan así porque él sabe muchísimo más que otros comerciantes. Tiene que valorar también todo su aprendizaje empírico”, dice Anahí, una de sus cuatro hijas.

Según cuenta Byung Chil, en esa época, sus compatriotas tenían dos o tres actividades primarias, trabajaban con la primera necesidad. Una vez en Asunción, abrieron una despensa en el barrio Las Mercedes a la que le pusieron de nombre “Luisito”,  y en 1977 ya estaba en el Mercado 4 a las 4.00 de la mañana haciendo las compras. “Aprendimos a trabajar. Para mí fue una gran escuela. Yo soy el único que no pudo terminar mi universidad en nuestra casa. Por eso siempre les exigí a mis hijas que finalicen sus estudios”, cuenta.

Maurizio Bussini es de Milán, Italia, y el menor de cuatro hermanos. También vino a Paraguay por iniciativa de su padre en 1976. Ambrogio era carpintero e inventor y peleó en la Segunda Guerra mundial. En los años 70, visitó Latinoamérica para asistir a un campeonato mundial de tiro a la paloma y cazar con sus amigos. En compañía de otros italianos recorrió Argentina, Uruguay y Paraguay, pero quedó encantado con nuestro país.

En ese entonces, Maurizio estaba haciendo el servicio militar en Italia y su madre le dijo que vaya a conocer Paraguay y que, si le gustaba, irían todos. Pero su mamá nunca pudo venir, falleció al poco tiempo. Así fue como Maurizio decidió acompañar a su padre al corazón de Sudamérica, se casó y él mismo se convirtió en papá. Su hija Tiziana acompaña la historia mientras nos va contando de su riquísima pasta por videollamada.

“La vida en Paraguay es próspera, divertida y cálida. Con muchas oportunidades, lo primero que hicimos con mi papá fue la importación de la fórmica, y después de repuestos para Alfa Romeo. Mi familia política es liberal y tenían reuniones secretas con mucha música. Formé una hermosa familia e hice relaciones con buenos amigos que tengo en mi vida hasta hoy. Algunos viven acá y otros en el extranjero, pero siempre son parte cercana a mi corazón”, dice.

Aarón Luther Menezes es de São Paulo, Brasil, y ya estaba acostumbrado a migrar. Sus padres eran misioneros evangélicos y antes de Paraguay vivieron en Bolivia. Vino con su familia en 1982, estudió en el colegio Centro Regional e hizo cuatro años de teología en São Paulo. Después de casarse con Nancy Kondratiuk, estudió Derecho en la Universidad Católica de Encarnación. Hoy tienen cinco hijos que recibieron una educación plurinacional porque nacieron en Argentina, Brasil y Paraguay.

A su padre le pareció buena señal que, aunque no tuvieran aún todos los documentos para ingresar a sus hijos al colegio, les permitieran ingresar a la institución. “Llegué apenas cumplidos los 14 años y Paraguay pasó a ser mi país. Mis padres y mis hermanos regresaron y se cuestionaron por qué yo no volvía. Este fue el lugar que elegí para vivir y educar a mi familia”, sostiene.

Milthon Martínez, sin embargo, ya era papá cuando llegó a Paraguay en 2003. Vinieron de Bogotá con su esposa Marisol Sarta y sus dos hijos: Airym y Daniel. Cuando Marisol se recibió de licenciada en Educación le salió una oportunidad para tomar una maestría en la Universidad Americana, entonces vino a estudiar, pero al cabo de unos meses hubo una reestructuración en la empresa en la que él trabajaba en Colombia. Ese fue el puntapié inicial para probar suerte en Paraguay.

“Con mi esposa les inculcamos la forma de ser colombiana: abierta, servicial y alegre, con mucho swing también, y de participar y servir a los demás”, dice Milthon, “nunca interferimos con su desarrollo aquí, nosotros nos integramos y dejamos que ellos fueran parte de Paraguay. Fue una relación abierta y eso ayudó a que los lazos con el país funcionaran correctamente. El respeto, la hermandad y el amor”.

Cuando las raíces caminan

“Tú tienes pies y tienes manos/ pero no se ven/ si tus pies hoy nacieron viento/ déjalos correr/ y si tus manos con las plantas/ déjalas crecer”, canta Luis Alberto Spinetta en el tema A estos hombres tristes, en el que hace un manifiesto a la soledad. Y la paternidad pareciera significar lo opuesto: uno nunca más estará solo. Hay personas que prefieren echar raíces en su tierra porque allí es donde se sienten a gusto. Otras no pueden. Algunas necesitan caminar un poco para encontrar su lugar en el mundo. Para otras, caminar es su lugar en el mundo.

El idioma, que es un rasgo cultural muy fuerte de los países, en muchos casos significó un desafío. Luis aprendió castellano hablando con sus vecinos y clientes. En el barrio lo querían mucho porque tenía una personalidad muy divertida y jovial. De a poco, Byung Chil se convirtió en Luis. Algunos le siguen diciendo Ju’i (rana, en guaraní) de cariño. Años más tarde decidió llamar Froggy a su hamburguesería que estaba ubicada en República Argentina y Eusebio Ayala.

En el caso de Milthon, él ya hablaba castellano pero le costaban un poco ciertas expresiones propias del país. “Al principio me costaba la idiosincrasia del pueblo paraguayo, la pronunciación de muchos términos, la forma de hablar, y ese fue uno de los retos para adaptarnos rápidamente. Por otro lado, las costumbres gastronómicas y los lugares eran diferentes, pero no era tan difícil tampoco”, reconoce Milthon.

En palabras de su hijo Daniel, siempre hubo una marcación muy fuerte en el acento. “Conmigo ha sido muy notorio porque yo no entendía lo que me decían, pero después el oído se fue adaptando. A veces siento como si siempre hubiera vivido acá, porque tantas cosas son muy similares que uno no se da cuenta de si está en un país o en otro sino que está aquí ayudando, sirviendo y compartiendo, disfrutando la vida”, considera.

Airym recuerda que cuando vino por primera vez con su familia quería empaparse de la cultura paraguaya: el guaraní, los viajes al interior, comer milanesa, tomar tereré. “Dejás a un lado lo que traés. Yo ya no escuchaba casi cosas colombianas, quería leer y escuchar todo de acá. Después de muchos años recién empecé a sentir que la diferencia cultural pesaba, porque empiezas a recordar que es importante también lo tuyo, lo que comiste siempre y, aunque ya me sentía una paraguaya más, no está mal sentir nostalgia y extrañar”, reflexiona.

Para Aarón fue fácil sumergirse en esta cultura. Agradece todos los días a Dios por que no solo pudo sobrevivir sino que además pudo vivir bien. Llegó un momento en que no sabía qué lugar era su patria porque amaba a todas por igual. A su parecer, cada una tiene un toque mágico distinto: la música, la poesía, la idiosincrasia, la forma de hablar, de tratar, los modismos, las comidas.

“Yo no sé qué proporción de Brasil, Paraguay o Argentina fue lo que terminó haciendo en mí, lo que sé es que después de mis 50 años veo con mayor intensidad esas particularidades, esas cosas que tuve en el pasado. Me acuerdo del charango, la guitarra y la quena, el zapateo de Salta, el baile de Brasil. Es fácil vivir como un padre extranjero en Paraguay porque, hacia donde mires, ves personas de distinta procedencia”, explica.

Las enseñanzas de papá

Tiziana Bussini se acuerda de cuando su padre le secaba el pelo los domingos, de cuando la llevaba al colegio, de cuando le forraba los libros y le enseñaba matemáticas. “Él fue y sigue siendo un papá muy presente para mí”, expresa. La mamá de Tizi agrega que Maurizio era diferente a los que había en la década del 80. “¿Cuántos papás en esa época participaron del nacimiento de sus hijos? Maurizio cambió pañales, daba el biberón. En ese aspecto fue un papá extranjero diferente”, cuenta.

“Mi papá es una persona honesta. Algo que él me enseñó desde que tengo conciencia es que vos podés morirte sin nada pero lo que va a quedar hasta el final es tu palabra. La palabra tiene que tener valor”, expone Anahí. Ella lo describe como trabajador, disciplinado e inquieto. “No se puede quedar quieto nunca. Yo, cuando es feriado, estoy despierta hasta tarde y él a las 4.00 ya se levanta. Te juro que no entiendo”, dice entre risas.

Rebeca se acuerda muy bien de los momentos en que su papá estuvo para ella cuando recibió bullying en el colegio. Le enseñó a mantenerse firme en sus valores, a sobreponerse a las situaciones difíciles y a decir siempre la verdad. “Muchas veces escucho a amigos que me dicen ‘mi papá quiere que haga Medicina y estoy probando por tercera vez y no logro ingresar, pero no quiere que estudie otra cosa’; y yo puedo decir que mi papá es una persona íntegra. Él es un papá que ama de verdad”, asegura.

Las historias se van tejiendo entre conversaciones de padres e hijos que transcurren por video. En pantallas separadas se los ve a Daniel y a Airym muy cerca, hablando de sus experiencias como migrantes desde pequeños en la ciudad de Tunja y en Neiva (Colombia). Dani, que ahora también es papá, siente que Milthon le enseñó a perderle el miedo a empezar de cero: “Ese empuje que siempre tuvo con mi mamá, nos transmitía la seguridad de que todo estaba bien si estábamos juntos y trabajando hacia un mejor futuro”.

Recuerdan a Neiva como una ciudad opuesta a Bogotá: calurosa, tropical, húmeda, parecida a Asunción. Allí pasaron su infancia. Luego, en sus años de preadolescencia fueron a Tunja, una ciudad más bien fría. Fue tanta su resiliencia ante el cambio cultural que, cuando vinieron a Paraguay, pudieron aggiornarse sin demasiadas dificultades.

Lo mejor de ser padre

Cuando se les consultó qué era lo mejor de ser papá, todos contestaron lo mismo: tener hijos. Aunque resulte un poco redundante, sienten que pudieron inculcar a sus hijos e hijas muchos de los aprendizajes que sus padres les dejaron a ellos. Claro que no fue fácil: tuvieron que trabajar mucho para ganarse su espacio, y todavía en ocasiones deben probar su pertenencia a la sociedad.

“Nuestra generación tiene esa bondad de adaptarse a sus padres; y sin embargo, en este caso, nosotros tenemos que adaptarnos a la nueva generación”, dice Luis. Lo mejor de ser padre, para él, es vivir cada día. «Yo, particularmente, soy un tipo bendecido. En mis 43 años en este país tengo construida la familia, vivimos juntos en la misma casa todavía y todo el día trabajamos. Tratamos de no traer problemas de labor a casa y a veces es inevitable. Pero creo que ahora soy una versión mejorada de mí mismo gracias a mis hijas”, considera.

Como en su casa todos eran varones, Maurizio siempre quiso tener una nena, y Tiziana fue su sueño hecho realidad. “El orgullo que siento por mi hija, verla hoy crecida e independiente me llena el alma. Poder compartir con mi hija, pasarle las tradiciones italianas, la comida, que pueda ser mi heredera en tradiciones familiares”, esboza. 

“Cada día que pasa te vas dando cuenta de que estás aprendiendo a ser padre y que Dios es tan bueno, y que cada hijo es una sorpresa, tiene cualidades y talentos distintos. Yo creo que ser padre es una bendición. Cada hijo que tengo es un regalo que recibo. Ser padre, para mí, es compromiso, responsabilidad”, explica Aarón.

Milthon considera que ser padre es dar libertades a los hijos, y disfruta de la cercanía que tiene su familia a pesar de la distancia impuesta en este momento por la cuarentena. “Nosotros somos muy mimosos en Colombia. Con los abuelos también es así, tanto que uno los trata de ‘abuelitos’. Es algo entrañable”, concluye.

Fue Rafael Barrett quien escribió antes en su libro El dolor paraguayo: “Yo no tengo temor. Yo hablaré. No lamentéis que os hable un extranjero. No soy un extranjero entre vosotros. La verdad y la justicia, cualquiera que sea la boca que la defienda, no son extranjeros en ningún sitio del mundo. Y si lo fueran, ¡qué dignos seríais de infinita lástima!”.

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