Nota de tapa

Pido la palabra

“La humanidad le debe al niño lo mejor que pueda ofrecer”

Vivimos en una sociedad marcadamente adultocentrista, en la que, cuando los grandes hablan, los niños y niñas deben guardar silencio y no interrumpir. El adultismo es una práctica social arraigada y normalizada. En esta edición de Pausa, rendimos homenaje a los infantes al escuchar sus ocurrencias en una sencilla y breve charla con Santi Flecha Domínguez (5) y las gemelas Giulianna y Antonella Guerrero Espínola (5), quienes nos exponen su cosmovisión, sus preferencias y opiniones, tan dispares como hermosas. Además, adultos profesionales hablan de cómo construir infancias más felices y guiar sin invalidar.

Por Evelin Benegas. Dirección de arte: Gaby García Doldán y Betha Achón. Dirección de producción: Betha Achón. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Fernando Franceschelli. Arte de tapa: Beta Ruttia. Locación: Owoki salón de eventos.

¿Cuántas veces escuchaste “porque yo digo”, “cuando seas grandes vas a entender” y “no te metas en la conversación de los adultos”, cuando eras niño? Las relaciones interpersonales entre un chico y un adulto por años se dieron de forma vertical y autoritaria. No fue sino hasta la aparición de la teoría del apego, formulada por el psiquiatra y psicoanalista John Bowlby, que el tablero fue moviéndose hacia otra dirección. Bowlby se destacó por su interés en el desarrollo infantil y los principios de sus teorías se convirtieron en pilares de la crianza respetuosa. Esta filosofía destaca la importancia de un trato más justo y respetuoso en la crianza de los niños, sin buscar obediencia ciega. 

En este punto seguramente ya te surgió una pregunta: ¿Quién cría sin respetar? Para la médica pediatra, puericultora, consultora de porteo y mamá Sabrina Critzmann, la respuesta no es tan obvia. “Por ejemplo, cuando nos tropezamos con un chico no le pedimos disculpas, nos enojamos y le decimos que salga del camino. ¿Vos le dirías a tu compañero de trabajo cuánta comida tiene que comer? Se objetiviza a los niños, se plantea que tienen que hacer cierta cantidad de cosas y nos olvidamos de que son personas”, declaró la profesional argentina a un medio de prensa. 

Se objetiviza a los niños, se plantea que tienen que hacer cierta cantidad de cosas y nos olvidamos de que son personas.

Sabrina Critzmann, pediatra, puericultora, consultora de porteo y mamá.

Ya en 1924, la Sociedad de Naciones, por primera vez, reconoció y afirmó la existencia de derechos específicos de los niños, pero no fue sino hasta después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 que reconocieron ciertas deficiencias en el documento anterior. Entonces decidieron elaborar una segunda Declaración de los Derechos del Niño, pues consideraron nuevamente la noción de que “la humanidad le debe al niño lo mejor que pueda ofrecerle”.

Para evitar discriminar, subordinar y relegar las ideas y sentimientos de los más pequeños, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia sugiere, por ejemplo: involucrarles en las decisiones, escuchar y valorar sus aportes frente a un tema o problema, tomar en cuenta sus opiniones sin verlas como una falta de respeto o una amenaza a la autoridad, resolver los conflictos de forma pacífica y evitar llegar a la violencia.

Infancia dorada

De niños nos impresionaban las cosas simples, como el olor a cocido quemado de abuela, el sagrado opening de Dragon Ball Z, el Toddy licuado con pan y manteca por las tardes calurosas o el curso que tomaba nuestro barquito de papel en la calle luego una intensa lluvia. ¿Cuándo olvidamos que fuimos niños? ¿Ser adulto es entregarse a la monotonía y la seriedad de la vida? No precisamente, al menos para Pedrito Bareiro, artista de animación infantil que convive muy de cerca con los chiquitos. “Compartir con niños es volverse uno de ellos y dejarse llevar por esa magia. Trabajar en este rubro es lo máximo; ellos son transparencia, sinceridad, inocencia, imaginación y siempre energía pura. Yo no le llamaría trabajo a lo que hago, para mí es una pasión, una vocación”, declara. 

Trabajar como payaso para animar las fiestas infantiles no solo desafía su creatividad, sino que le demanda estar actualizado siempre para lograr total sintonía y conexión, entonces la paciencia deja de ser un esfuerzo y fluye sola. “El volverse adulto implica solo más responsabilidad  y compromiso, ya depende de cada uno hacerlo monótono y serio, o de lo contrario seguir viendo la vida como un niño”, afirma, pues valora la visión y la perspectiva de los pequeños. 

Para la maestra parvularia Ximena Solís, todos los días están llenos de colores y tantísimo cariño que le dan sus alumnitos. “No hay un solo día en que no te rías y pases bien con ellos. Su espontaneidad hace que ninguna jornada sea igual a la otra, no tienen filtros y son muy auténticos”, dice. 

Santi Flecha Domínguez (5).

Una cita en sillitas 

La mañana estaba fresca. Era, tal vez, uno de los últimos días de frío. Agosto llegó con el estallido de lapachos rosas; algunos de un color más pálido, otros más vívidos, todos roban la atención del acelerado transeúnte que sin importar la prisa se queda admirando sus flores. Día perfecto para la cita con los chiquitos Anto y Giuli Guerrero, y Santi Flecha. Fue una jornada de juegos, pinturas y dibujos, y un brevísimo ping-pong cuyas respuestas están escrita en la más sincera fidelidad. El primero en llegar fue el caballero. Entusiasta y con mucha energía, preguntó cuál juego le estaba permitido. Al rato acudieron las hermanas Anto y Giuli, y el parecido entre ellas es tan asombro que resulta casi imposible individualizarlas. Después de hacer un reconocimiento del terreno, fueron invitados a hacer unos dibujos y charlar a la par.

Hola, Santi. ¿Podés decir tu nombre completo?
Sí. Santi Santiago Flecha Domínguez. 

¿Cómo va tu mañana, te gusta el lugar?
Bien— responde sin demasiado ánimo a la charla superficial, hasta que llegamos al tema de interés.

¿Cuál es tu olor favorito? 
Todos, el perfume. 

¿Te gusta el olor de la lluvia?
Ay, claro que no. El agua no tiene olor— respondió algo molesto por la obviedad.

¿Te gustan los dibujitos, cuál es tu favorito? 
Me encanta Cars, ese es mi favorito. Los de Sonic no me tanto porque están mal hechos. Me gusta el videojuego, la historia, pero no me el dibujo (de la última película). Están muy mal hechos —insiste—. Por eso, en la escuela hice un sonicmeme de pollo. 

¿Podrías hacerme un dibujo?  
Voy a dibujar pero siempre hago un poquito desafinado. ¿No importa? Este es un tren, el amigo rojo de Thomas.

¿Te vas al pre-escolar, de mañana?
Me voy tempranísimo. Ayer me fui tempranísimo, yo sé porque estaba amaneciendo. 

¿Y cómo es cuando amanece?
Sube el sol y el cielo es rojo. Cuando sube el sol, la luna baja.

¿Es hermoso el cielo, verdad? El mundo es tan grande, ¿vos me podrías decir qué es el universo? 
Eso se llama el espacio, en donde van los astronautas. Ellos son humanos con trajes. 

¿Para qué crees que van al espacio? 
Para flotar, obviamente. Y también para ver los planetas. 

Santi, me gustaría que me expliques también qué es el amor. 
Es cuando le amás a alguien, le abrazás, le besás.

Antonella Guerrero Espínola (5).

Finaliza, liberado al fin, y retoma su itinerario de juegos: es el turno de probar el trampolín. Las gemelas hablan bajito, hay una leve diferencia entre el tono de voz de cada una, lo único distinguible pues son exactamente idénticas. Estérilmente intentamos hablar con ellas por separado, la cosa viene en combo o nada, sin posibilidad de negociar. Lo particular de estas hermanas es que en muchas cosas están de acuerdo, pero no temen expresar una opinión diametralmente opuesta.

Muy serias pero entusiasmadas por las hojas blancas y tantos colores, comienzan a dar formas a sus dibujos. El nivel de detalle impresiona y las preguntas empezaron por: 

¿Quién les enseñó a dibujar tan bonito? 
G: – Nadie, aprendí sola— Responde austeramente. 

Anto se limita a perfeccionar a su heroína, absorta y muy concentrada. 

¿Ustedes podrían decirme que es el amor? 
A: – Es querer mucho, portarse bien. 

¿Y vos qué me decís, Giuli? 
Lo mismo que Anto.

¿Se despiertan de mañana para ir a la escuela?
G: – No. Mi abuela me despierta. 
A: – Ella sueña bonito. Yo tengo pesadillas. 

¿Cómo es un sueño bonito?
G: – Hay una persona llamada señor Jesús. Y Él hace que la gente tenga lindos sueños. Pero a veces Antonella no le dice gracias al señor. Entonces el señor le deja que tenga pesadillas. Se enoja. 

En este momento la discusión entre las hermanas de cinco años se vuelve tensa, filosófica. Antonella, quien hasta el momento había sido muy reservada con sus respuestas, plantea la clásica paradoja de Epicúreo, en la que se cuestiona la existencia del mal y del sufrimiento humano. Esto desbordó el límite de la imaginación de esta humilde servidora, la dejó sin palabras para mediar, ni seguir indagando a fondo por la sorpresa. 

¿Qué vos creés que de eso, Antonella? 
Yo no creo en Dios.

Ah, ¿no? 
A: – No, porque no ayuda a los niños de la calle, parece que siempre está de vacaciones. Además, yo nunca le veo. Nunca vi que el señor Jesús ayude a ningún nene. 
G: – El señor Jesús no puede aparecer como vos querés— interrumpió, furiosa, Giulianna.
A: – Hasta que no vea a Jesús, no voy a creer— asevera Antonella sin titubear. 

Giulianna Guerrero Espínola (5).

La siguiente pregunta fue necesariamente para la mami de las niñas, Leticia Espínola.

¿Hay dos vertientes en la educación de ellas en casa? ¿Cómo llegaron a esta conclusión? 
Solitas. Van a una escuela religiosa. Giulianna eligió creer y Anto cuestionó tanto que se hizo atea, a menudo pone en problemas a sus profes con sus cuestionamientos y preguntas.

Ellas tienen la libertad de elegir en qué creer, asegura la mamá, pues se respetaron sus individualidades desde muy pequeñas. La tensión se disipó cuando cambiamos el espinoso tema.

Giuli, ¿cuál sería el trabajo de tus sueños?
Quiero irme con mi mamá en su trabajo, porque yo le extraño. 

¿Preferís los días soleados o con lluvia? 
A: – Me gustan los días de lluvia porque el sol es demasiado caliente. En estos días hace un calor muy poderoso, eso no me gusta. 

Si fueses un animalito, ¿qué animalito serías?
G: – Sería un caballo, porque corren mucho. 

Si tuvieras una tienda, ¿qué venderías? 
A: – Frutas y locotes. 

¿Por qué? 
A: – Porque algunas veces el locote sirve para crecer. Y si no crezco, voy a ser enana, entonces como el locote aunque no me guste, pero no muerdo, trago nomás. 

Si fueras fotógrafo como aquel señor, ¿qué fotos sacarías? 
G: – A los conejos, a los caballos. Me gustan los animales.

Entre ellas se pierden en sus narrativas de diferentes animalitos y las historias sobre ellos. Ya muy poco les interesa la interacción con su interlocutora. Naturalmente van caminando hacia el patio y dejan atrás las lecciones de vida y filosofía para dedicarse a su oficio: ser niñas. 

Ya lo decía el pediatra español Carlos González, en su libro Bésame mucho: “Los días más felices de nuestra infancia son aquellos en que nuestros padres (o nuestros abuelos, hermanos o amigos) nos hicieron felices. Incluso cuando nos parece que nos hizo feliz un tren eléctrico, si miramos mejor siempre hay personas detrás: los padres que nos lo entregaron con una sonrisa o con un elogio”.

El autor cree que observar a nuestra infancia y a nuestros padres con una nueva luz es posible, y deja la siguiente reflexión en la última página: “Miramos a nuestros hijos y nos preguntamos qué día, qué frase, qué aventura quedarán grabados en su memoria para siempre; qué dolores quedarán clavados en su alma y qué alegrías guardará como un tesoro. Los días más felices de su hijo están por venir. Dependen de usted”. 

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