Retrato de un artista deambulante
Paraguay vio crecer a un artista que hoy conquista las galerías del mundo a partir de un único concepto que, honestamente, son varios: el constante movimiento. En estas páginas, reflejamos las anécdotas que dan cuenta del Ida y vuelta de Sebastián Boesmi.
Por Laura Ruiz Díaz. Dirección de arte: Gaby García Doldán. Dirección de producción: Betha Achón. Producción: Sandra Flecha. Fotografía y retoque digital: Javier Valdez.
En el arte, de cualquier tipo, se deja un pedacito de sí. En música, literatura, teatro o pintura, el creador deposita su ser fragmentado en la obra. Cada trazo es una huella de sus experiencias, pasiones y emociones y, además, es la expresión por la cual se comunica. Hoy hacemos un repaso por esta relación con un ejemplo muy claro: Sebastián Boesmi. Multifacético, aventurero y sensible transformador del mundo que lo rodea, el pasado miércoles cerró con éxito la exposición Ida y vuelta, que más que una muestra de obras, es una declaración de su visión como creador.
Su primera migración fue involuntaria. Si bien nació en Salta (Argentina), emigró a Paraguay a los cinco años de edad y Asunción lo vio crecer. Se desarrolló en la madre de ciudades y quienes lo conocieron de pequeño ya atisbaban en lo que se convertiría. Por eso, de cada viaje, sus padres le traían de obsequio libros sobre arte.
Su primer amor fueron las tablas. Estudió teatro por poco más de dos años en el Instituto Municipal de Arte (IMA) de Asunción y en El Estudio, pero no rindió el examen final porque jamás buscó ser actor. Su pasión era la pintura y la llevaba en la sangre: su madre pintaba y su abuela, de joven, fue profesora de dibujo.
“Sabía que quería pintar, pero no lo veía posible porque siempre le tuve mucho respeto al arte, no creía que iba a poder”, explica. Estudiaba Historia del Arte en sus libros y lo veía como algo “enorme e inalcanzable”. Y lo sigue haciendo.
La idea del viaje permea por completo su obra. De hecho, antes de recibirse quería ver qué pasaba fuera del país y asistió por un año a The Arts Student League of New York (Estados Unidos). De mañana trabajaba como oficinista para costear sus estudios y por la tarde se dedicaba a aprender: “Volví con todo un lenguaje muy arraigado y sólido”.
En 2009 obtuvo el premio Henri Matisse y viajó a París al año siguiente, con el patrocinio de la Embajada Francesa. Realizó una residencia en la Citê Internationale des Arts y decidió quedarse a vivir en Europa. “Muchas veces, para evolucionar tenés que dejar ir, y yo dejé atrás lo que Paraguay me daba y me sigue dando, que es todo este cariño y apoyo”, manifiesta y agrega: “Quería aprender más como artista, que mi espíritu creciera, desarrollarme. No soy un tipo conformista, siempre quiero ver qué hay después”.
La migración forma parte de la identidad paraguaya; el aháta aju, el ida y vuelta. El movimiento. A nosotros nos marca la búsqueda de nuevas oportunidades que nuestro contexto no nos proporciona, pero podría hacerlo. Y ese es el hipertexto que subyace al trabajo de Boesmi.
Simbología intencional
Una cereza, una rana y una mariposa: la simbología de los apliques del traje de Boesmi. Él busca, en cada detalle, ofrecer distintas capas de significado. La primera infiere el detalle; la segunda, la adaptación en distintos elementos (tierra, agua), y la tercera representa por antonomasia la transformación que, justamente, atraviesa toda su obra.
Proceso de autoconocimiento
Para Sebastián, conversar sobre su vida y contar mil anécdotas es como una de sus piezas, llenas de elementos que se relacionan de cerca con su yo-artista: “Podría hablar horas y relatar historias porque siento que viví 500 vidas en una. Eso se ve en la obra”.
“En el mejor de los casos, tu obra tiene que parecerte, debe ser como vos, no como lo que ves de otros o querés que sea porque está de moda”, explica. Entonces, el ser artista implica, necesariamente, un proceso exhaustivo de autoconocimiento. “Saber quién sos, de dónde venís, aceptar tus referentes, entenderlos, tener una buena manera de expresarte con respecto a tu trabajo”, destaca.
Plantea que “el arte está en todas partes, todo el tiempo, pero es muy fugaz, hay que moverse”, por eso es que no se queda quieto. Para él, la pintura es visceral, como un calor interno implacable. ¿Cómo gestiona esta energía? Con trabajo.
Cuando el flujo creativo amaina, se dedica a investigar un tema y sus conceptos en la biblioteca, o visita museos. Si no es pintar o investigar, entonces es gestionar. Si bien desde hace poco cuenta con un agente, siempre se dedicó a desarrollar e implementar su propia estrategia de marketing y comunicación para llegar a los coleccionistas. “Si no pinto, hago un dosier o me comunico con mi galerista o mi curador”, detalla.
“El arte no es tu arte nomás, también está la gente que te rodea”, afirma, y por eso se involucra con colegas y sus proyectos. Se considera una persona muy sociable y gregaria, aunque disfruta sentarse en su taller solo, con su silencio.
Performático
“Cuando estudiaba teatro, mi cuerpo era mi herramienta principal, no la pintura, los lienzos ni los marcadores. Me encanta lo performático, lo lúdico. Siempre fui dinámico e inquieto”, dice. De hecho, performance y juego están presentes en su producción.
Hay dos ejemplos clave que hablan de esta relación intrínseca entre lo performático y lo lúdico en la obra de Sebastián Boesmi. La primera es La deportada: le robó la bombacha (sí, leyeron bien) a una trabajadora migrante y la ensució con tierra roja frente a la galería donde la expuso, en España. ¿Qué pasó?: “Cuando eso mucha gente intentaba migrar desde Paraguay y no la dejaban entrar. Vendían hasta su bombacha para irse”.
La tierra roja simboliza el trabajo. El objeto fue enmarcado en una exposición llamada La migración, en un centro cultural español. “El día de la apertura, fui con un rotulador y escribí La deportada, porque quería que se exponga y si lo hacía antes podía resultar conflictivo o chocante”, asegura. Poco después la obra fue vendida y la ganancia, entregada a la legítima dueña de la prenda.
La otra es Yo colecciono viejitas. En esta serie, que comenzó en su juventud, entrevistaba y filmaba a señoras de todo el país que tuvieran una historia que contar. Así conoció a doña China Grande, que se llamaba así porque tenía una hermana gemela que nació antes. Fueron a su casa y le explicó el proyecto, puso el trípode y empezó.
Al mirar la sala, Boesmi se dio cuenta de que estaba llena, pero llena, de regalos sin abrir, con envoltorios que claramente ya llevaban años así. “Le pregunté por qué los tenía y me dijo: ‘No, mi hijo, seguro son sonseras. A mí me gusta más la idea de mantenerlos cerrados porque me acuerdo siempre que me obsequiaron algo’. La señora no los abría”, recuerda. Ya no le importaba qué había ahí adentro, ella únicamente quería mantener el recuerdo del presente que le habían dado. “Entonces le dije: ‘No, señora, usted es la artista’. Todavía me emociona esa historia”, agrega.
La estética del movimiento
A la obra de Sebastián Boesmi la atraviesa la transformación. Su última exposición, en la galería Matices, se llamó Ida y vuelta. Y bien nombrada, pues explora los vaivenes de la actualidad desde los acontecimientos históricos, como la hiperconectividad y lo digital; conceptuales, concepciones como la vida y la eternidad, y hasta de soporte, porque como dijo Marshall McLuhan, el medio también es el mensaje (al menos por ahora).
Para él, la eterna mudanza y empezar de cero en otro país es un recurso importante para alimentar su fuerza creadora. Actualmente y desde hace cuatro años se estableció en España, pero vivió en Francia, Alemania, Estados Unidos y hasta Sudáfrica.
“Que me mueva de aquí para allá es una performance. El hecho de que esté en mi taller pintando en Berlín o en Ámsterdam, París, Praga o Barcelona, Nueva York, Miami o Johannesburgo, ya tiene un gran componente performativo”, destaca.
En algunos lugares arrancó con ventaja porque recibió premios que le dieron el puntapié inicial para establecerse, mientras que en otros no. “No me iba por un par de semanas, sino a vivir. Esa experiencia de empadronarme, buscar residencia y un nuevo circuito de artistas fue sustancial para mi obra”, asegura.
Ida y vuelta por su trayectoria
Rivelazione es la serie digital que empieza con una pintura acrílica a la cual se le agrega una composición del músico paraguayo Javier López. Además, fue editada por Camilo Moreno. Expuesta en una pantalla Led, parece hecha con inteligencia artificial, pero no: “Cada cuadro que se ve caer en la pantalla somos nosotros, que hicimos un corte, es como un gran collage”. El trabajo feroz pesa 35 gigabites. Si bien hay un parecido con imágenes desarrolladas por IAs, estas están cargadas de componentes humanos.
Para Boesmi, es fundamental trabajar con otras personas. “El alcance de un solo artista es limitado para proyectos tan contemporáneos. Pintar para hacer una escultura está a mi alcance, soy yo; pero para algo más actual, hace falta más gente”, manifiesta. Así, logra una conversación fluida entre lo digital y la materialidad.
Graffitis imaginarios es un conjunto en desarrollo que dibuja desde siempre. Empezó a ponerle nombre en 2007, cuando vivía en Nueva York, y aclara que son series abiertas. Lo que quizás a primera vista parezcan garabatos sin planificación previa, muy pronto se vuelve símbolo y demanda la búsqueda inmediata de sus significantes y relaciones. A Undigital, en cambio, podemos enmarcarla en lo posdigital: utiliza recursos tecnológicos para nutrirlos de nuevos conceptos. El lienzo es tomado por una imagen que puede asemejarse a algo creado por inteligencia artificial, quizás, pero es muy distinto. Explora el glitch, los bites, los circuitos y esos otros errores digitales; hasta se atreve a explorar paisajes imaginarios.
Por otro lado está la colección de neones, tan característica y asociada con él. La desarrolla hace una década y la expuso por primera vez nueve años atrás: “Siempre fueron figurativos, pero hace un año empecé a trabajar en la abstracción. Hablan de cosas intangibles: eternidad, línea de vida, la crisálida no solo física sino también espiritual”.
Seguir contemporáneo
Su gran interés es hacer cosas que sigan contemporáneas en 10 o 20 años. “Ese es mi gran desafío como creador, aparte de no extinguirme”, se ríe. Pero su fuerza creadora nunca paró: “La verdad, yo tengo un compromiso y una pasión muy grandes, y un agradecimiento también a todas las personas con las que me crucé en este camino”.
“El arte en el fondo supone muchísimas cosas, y una de ellas es un estado de encuentro, hace que la gente se junte y al final las imágenes son excusas para el diálogo”
Un estado de encuentro
La exposición en la galería Matices de Asunción fue un éxito. Lo que queda, para él, es puro agradecimiento. Mencionó a los colaboradores, la prensa, los auspiciantes, los galeristas y los coleccionistas, pero sobre todo a quienes asistieron a compartir. Para Boesmi, es clave que la muestra tenga ese componente social y cultural.
Pero, además, un componente educativo también. “Me importa mucho que lo que yo haga tenga un impacto en la gente”, dice. Claro que reconoce que el impacto ya está al momento de colgar las obras y que estas reflejen un discurso, pero para él, la búsqueda está en lograr ir más allá, hablar durante la visita guiada e incluso presentar un taller.
“Para mí fue importante dar, quería devolver algo a la comunidad también”, sostiene. Un factor que considera fundamental en el marco de la exposición de arte es la educación, por eso el taller gratuito. “Busqué compartir lo más interesante de esa experiencia formativa, la resumí, la condensé y quise traerla a este contexto con artistas emergentes y estudiantes de arte”, acota. Boesmi se encuentra en proceso de presentación de tesis de un máster en Arte Contemporáneo por la Universidad Complutense de Madrid, apoyado por el Fondo Nacional de la Cultura y las Artes (Fondec).
Así, Sebastián nutre de contenido político y social a sus obras y busca democratizar la experiencia de formación europea: «No podés estar exento de lo político, todo gesto que hacés es un gesto político”, explica.
“La gente estaba ávida por entender qué pasaba en la obra, por escuchar, ser parte”, comenta. Y agrega, parafraseando a Nicolas Bourriaud como al paso: “El arte en el fondo supone muchísimas cosas, y una de ellas es un estado de encuentro, hace que la gente se junte y al final las imágenes son excusas para el diálogo”.
Manifiesto para quienes vienen
“A mí me interesa mucho que el arte y los artistas se reproduzcan como los gremlins cuando se mojan, por eso hago los talleres”, dice Boesmi. Y agrega: “Quiero que el arte contemporáneo paraguayo crezca y se profesionalice más”.
El mensaje para las figuras emergentes es que no hay reglas. Pero el artista debe estar ligado a su tiempo y aceptarse permeable, afectivo y comunal. “Hay que seguir el flujo de lo que te habla el mundo de hoy, creo que tenés que estar un poco alineado. Es importante valorar y reencontrar tu postura en tu contexto. No hay necesidad de representar el mundo que ven tus ojos, simplemente presentalo, no lo representes, presentalo con tu timbre, tu manera, tu poesía y aceptá su complejidad”, cierra.
Meditar y nadar
En sus ratos libres, ama nadar; para él no hay nada mejor que esa actividad a primera hora del día e ir a su estudio “con la energía del agua. Para mí es muy importante también el silencio, quedar en blanco; cuando nado, me encuentro en otro elemento, nadie me habla, no hablo con nadie: estoy en total abstracción”.
Complementa esta actividad con la meditación: “Así hallo el equilibrio, lo típico: cuerpo, mente, alma. Cuando vos tenés más o menos eso, se ve en tu obra y también en vos”.
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