De la extracción y el uso de la arenisca en Misiones
Tras millones de años de formación, la piedra arenisca del departamento de Misiones sigue su travesía y se consolida como un material altamente atractivo para diversas aplicaciones constructivas y decorativas, en todo tipo de espacios. Su ductilidad y versatilidad la convierten en la opción ideal para una amplia variedad de usos. Además, su extracción, manipulación y comercialización generan beneficios directos para las familias locales, quienes participan activamente en cada etapa del proceso, desde la cantera hasta la venta del producto final.
Texto y fotos de Fernando Franceschelli. Tratamiento digital: Beto Sanabria Britos.
Fue durante el origen de nuestro mundo; todo comenzó hace unos 400 millones de años, cuando cantidades incalculables de diminutos granos de cuarzo, fragmentos de conchas marinas, restos de vida primitiva y de roca volcánica fueron desplazados por el vaivén de las placas tectónicas, el flujo de aguas de mares interiores y, sobre todo, vientos inimaginables.
Era un momento en que el planeta apenas comenzaba a tomar forma, una muy diferente a la que conocemos hoy. A través de estos movimientos, el material se fue acumulando; el enorme peso de su superposición y la presión que ello generó dio origen a lo que hoy conocemos como rocas sedimentarias, un tipo de piedra que nació de la acumulación y compactación de elementos durante la formación de la corteza terrestre.

Esa roca, que conocemos como arenisca, forma parte de nuestro paisaje actual, que con predominantes tonalidades rojizas es la protagonista que da inicio a esta historia.
La fuerza de la picapedrera
Élida Almada tiene 39 años y la fortaleza física de alguien dedicado al entrenamiento de alta intensidad. Podría destacar levantando pesas o empujando grandes cargas en un gimnasio de vanguardia. Sin embargo, su potencia corporal no proviene de entrenadores ni de mancuernas, sino de su trabajo cotidiano: golpea incansablemente enormes bloques de roca con la determinación de quien sabe que debe destruir algo para obtener lo que necesita.
Así, extrae del paisaje la roca que le da sustento, de una de las canteras de la compañía Cerro Costa, a pocos kilómetros de la ciudad de Santa María, Misiones. Esta madre de pocas palabras tiene una hija, Liliana Beatriz (20), y un hijo, Alexander (18). Recuerda con una sonrisa que comenzó esa labor a los 15 años. Lo curioso es que, al preguntarle por qué empezó, su respuesta es sencilla: necesitaba dinero para comprarse ropa, y así arrancó en este oficio.

Hace poco, Élida decidió probar suerte en Argentina. Sin embargo, esta experiencia no funcionó, y con un simple “no me hallé” justifica su rápido regreso a su Misiones natal y a la cantera. Hoy, puede trabajar de lunes a viernes para acumular una carga de piedra, lo que le representa unos G. 200.000 de ingresos.
En realidad, Élida y los cientos de picapedreros que extraen la materia prima de allí lo hacen, principalmente, porque no existen muchas alternativas laborales en la zona. Pero, además, son, de alguna manera, herederos de una tradición ancestral. Como testimonio de ello, basta con visitar la torre del campanario de la antigua reducción de Santa Rosa (de unos 20 metros de altura, construida íntegramente de piedra arenisca) o el reloj de sol (también esculpido en el mismo material) ubicado al costado del Museo Diocesano de Arte Jesuítico Guaraní, en la ciudad de San Ignacio, por mencionar un par de ejemplos que están relativamente cerca de la casa de Élida.

Allí, se puede comprobar cómo los europeos que llegaron en el siglo XVII para implantar el sistema de reducciones, junto a los indígenas con los que trabajaron, aprovecharon la riqueza lítica de la zona. Utilizaron las piedras no solo para grandes construcciones, sino también para esculturas y decoraciones que aún hoy, más de cinco siglos después, siguen impresionando.
Si bien el periplo de estas piedras comenzó hace millones de años, hoy continúa en las manos de personas como Élida, que las extraen a pura fuerza de brazos y piernas, en un proceso que no ha cambiado en cientos de años.
En las canteras de la zona, que se asemejan mucho al paisaje de Marte por lo árido y lo rojo, la roca se golpea una y otra vez con una barreta (barra de metal de unos dos metros de largo, con punta afilada) para desprender del muro de ese enorme cráter, formado por manos humanas, pedazos relativamente manejables, cada uno de varias toneladas.

Una vez identificados los trozos adecuados, Élida, con golpes repetitivos y una fortaleza y destreza física notables, utiliza una maza para ir sacando fragmentos irregulares más pequeños, de unos pocos kilos, que servirán para empedrar calles o hacer cimientos, mientras que los de mayor tamaño se cortarán en bloques que serán usados en la construcción de muros o piezas regulares más pequeñas para revestimiento y decoración. Por último, los de dimensiones variables se emplearán para crear esculturas de diferentes tamaños, según la habilidad de quien las trabaje.
Las manos del escultor
Este es el comienzo de un nuevo capítulo en esta aventura de la piedra de Misiones, un trayecto que toma forma de la mano de otro personaje central, Darío Bony. Con 30 años y oriundo de la ciudad de San Ignacio Guazú, a pocos kilómetros de las canteras de Cerro Costa, él se define con orgullo como escultor.

Al observar algunas de sus obras, expuestas en su casa con amplio patio, no cabe duda de que su autodefinición está acertada. En su espacio, rodeado de árboles, una huerta bien cuidada y una pequeña plantación de mandioca, descansan grandes bloques amorfos de la porosa piedra.
Entre sus obras en proceso destacan una fuente, un san Miguel Arcángel y unos bloques bastante grandes, que sostendrán esculturas en la renovada iglesia de la ciudad de Santa Rosa. De hablar pausado y medido, Darío explica que su aventura con el arte comenzó hace muchos años, de la mano del fallecido artista ignaciano Koki Ruiz, quien le enseñó a dibujar y pintar.

Con el tiempo, continuó su aprendizaje con el reconocido escultor Gerardo Farías, y hace 13 años decidió dar un paso decisivo y comenzar a trabajar de manera independiente con la piedra. A partir de entonces, la demanda de sus obras fue en aumento.
Y el final del cambio
Hoy, Darío trabaja diariamente bloques de roca de diversos tamaños y espesores, con los que produce desde grandes cuencos para fuentes hasta placas más finas en donde aparecerán dibujos de minuciosa precisión, que bien podrían colocarse en las cocinas o los patios de quienes valoren este material y trabajo. En estos días prepara unos relieves con señalética para veredas, que se están renovando en su ciudad.

Si bien el trabajo del escultor se ha modernizado con la utilización de máquinas eléctricas —como amoladoras y diversos discos de corte, siempre con protección adecuada, máscaras para evitar respirar el polvo, ropa resistente y zapatos de seguridad—, en esencia el trabajo se sigue haciendo como en la antigüedad: a puro golpe de cincel y maza, de acuerdo con los trazos de un dibujo previamente hecho o el mismísimo instinto del escultor.
Finalmente, los choques entre las placas tectónicas, los golpes de la maza de Élida y el cincel de Darío acercan estos trozos de roca roja al final de su odisea, donde terminarán como decoración de algún patio, revestimiento de un muro o simplemente superficie de un camino. Así, la piedra, que comenzó su viaje en las entrañas de la tierra, toma una forma completamente distinta, con el agregado que con fuerza y pasión le dio cada uno de los personajes que intervienen en esta mutación interminable, como nuestra vida misma.
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