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Tagatiyá

La sutil invitación del agua

El arroyo Tagatiyá nace en las serranías de San Luis, al norte del país, recorre una buena parte del departamento de Concepción, atraviesa el distrito de San Alfredo y desemboca en el río Paraguay. A lo largo de su recorrido, alimenta su caudal de varias nacientes en los bosques circundantes que, gracias a la particular geología del lugar, acentúan la transparencia de sus aguas y eso lo convierte en una verdadera joya con la magia y el encanto propios de un cuento de hadas.

Texto y fotos de Fernando Franceschelli.

Podríamos afirmar que el nombre de nuestra nación hace referencia a la presencia de agua que nos caracteriza. Con la enorme cantidad de ríos inmensos que nos atraviesan y los abundantes arroyos, en general abunda. Así como nos identifica su presencia, también es posible decir que la frescura de nuestra joven población, el brillo del sol que golpea aquí y la potencia del verde de nuestro paisaje son de la misma manera característicos.

En una arbitraria analogía, podríamos asegurar que el arroyo Tagatiyá es una buena síntesis donde se conjugan todos esos elementos: agua, frescura, brillo y potencia verde se encuentran en él.

Fotografía: Fernando Franceschelli.

Es un curso de agua abundante que en el tramo que atraviesa la estancia Ña Blanca tiene retazos de felicidad que no se encuentran en cualquier otro sitio. En charla con la dueña del lugar, Blanca Ferreira Abente, de 73 años y porte poderoso (ña Blanca) sentada bajo el fresco de un lindo quincho junto a su parral y a su casa en el mismo lugar, a unos 80 km de Concepción, ella nos cuenta que aquí es posible encontrar paz.

Al lugar se llega con facilidad gracias a la ruta 22, completamente asfaltada, que pasa por el lugar. Para ingresar al predio se abonan G. 20.000 y eso da derecho a permanecer en el sitio toda una jornada. Hay vestidores y baños, y quienes decidan pasar el día junto al arroyo pueden ingresar con alimentos y bebidas. Mucha gente trae bebidas alcohólicas y eso genera problemas, se queja con firmeza.

Fotografía: Fernando Franceschelli.

Algo de historia

Leticia Núñez, nieta de ña Blanca, de 27 años de edad, está temporalmente en el lugar. Con actitud tan potente como la de su predecesora, cuenta que en los 70 su abuela y abuelo, Roque González, hoy de 82 años, se hicieron cargo de esta tierra para criar ganado.

Con los años, conscientes de la joya que escondían y con la tremenda ayuda que significó el asfaltado de la ruta 22 que pasa frente a la propiedad, hace apenas cuatro años decidieron abrir al público las visitas al arroyo. Hacía tiempo había llegado una comitiva acompañada por quien fuera la ministra de Turismo del momento para conocer el lugar y desde ese día no dejaron de recibir curiosos y aventureros que querían recorrerlo.

Fotografía: Fernando Franceschelli.

La entrada a la estancia es de unos 500 metros de tierra y ripio. Una vez dentro, los visitantes encontrarán alojamientos con camas dobles y simples, baño y acondicionadores de aire. También hay grandes espacios donde comer y relajarse en hamacas y, si se solicita con tiempo, es posible acceder a deliciosos platos, “bien caseros”, aclara la señora.

En la estancia, son unos 2500 metros de arroyo para visitar, donde hay alguna infraestructura como escaleras de madera que facilitan el acceso al agua y en ciertos tramos, toboganes. También construyeron hamacas que transmiten la idea de estar en un lugar completamente idílico en el que es posible balancearse apaciblemente sobre el agua.

En los espacios habilitados del arroyo, encontraremos increíbles ollas de agua cristalina en la que se ven nítidamente nuestros propios pies sobre una fina arena blanca. Además, abundancia de peces de diversos tipos y tamaños a los que está absolutamente prohibido pescar. Todo esto completamente rodeado de un verdor que encanta. El interminable canto de pájaros solo es interrumpido por la inesperada presencia humana. Allí también se puede acampar en lugares destinados a ese fin, no tan cerca del agua.

Fotografía: Fernando Franceschelli.

Lo salvaje

El norte del país puede ser un lugar bastante salvaje, donde aún es posible encontrar vida silvestre que asombra. Y los alrededores del Tagatiyá no son la excepción. Desde yaguaretés y pumas hasta serpientes de todo tipo viven aquí, explican las mujeres que custodian el lugar. La vegetación es exuberante, sobre todo cerca de las fuentes de agua. Allí hay mucha sombra, gracias a los altísimos árboles nativos y una enorme cantidad de gruesos tacuarales.

En medio de tanta paz se hace inconcebible que existan personas capaces de arrojar latas de bebidas o botellas al cauce, pero sucede. También hay algo de basura alrededor de los espacios donde la gente pasa el día, almuerza o hace asados. Se trata de una violación a la integridad de un lugar mágico, que la dueña y sus hijas combaten diariamente como celosas custodias del paraíso. Ellas explican a los visitantes la importancia de cuidar el lugar y recogen sistemáticamente los residuos, por más pequeños que sean.

Fotografía: Fernando Franceschelli.

Según Leticia, en lo más profundo de su corazón siente que tal vez las visitas de turistas no hacen más que dañar ese paraíso. Quizás gracias a la lejanía de las ciudades de nuestro país donde se encuentra esta maravilla acuática y al esfuerzo de los responsables del lugar, el descuido de algunos visitantes vaya siendo subsanado con la educación y el cambio de paradigmas, tan necesario en nuestra nación.

Así, gracias al trabajo de la matriarca ña Blanca; de sus hijas Alba, Blanca y Ana, y sobre todo al encanto de sus aguas, este maravilloso lugar rodeado de verdor seguirá invitándonos sutilmente a pensar en la necesidad de preservar el entorno, de cuidar nuestra casa común, también al prójimo y, por supuesto, a apaciguar el implacable calor.

Fotografía: Fernando Franceschelli.

PARA ACCEDER A ESTE PARAÍSO
El contacto con la estancia Ña Blanca, para reservar alojamiento o comidas, es a través del teléfono (0982) 917-792 o de su cuenta de Instagram @estaciablanca. Para acampar no es necesario reservar lugar previamente.

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