Columna

Mi relación con: La obediencia

La pregunta de cada año

Por Jazmín Ruiz Díaz Figueredo (@min_erre).

Cada marzo vuelvo a la misma pregunta: ¿Qué significa ser mujer en Paraguay? Ya he escrito, hablado y hasta creado proyectos artísticos dedicados a esta interrogante. Creo que esta obsesión, si podemos llamarla así, se debe a un convencimiento de que, si le encuentro una respuesta satisfactoria, podré entenderme mejor a mí misma, de dónde vengo, dónde estoy, hacia dónde voy. Como un enigma que, de ser resuelto, me dará la clave de la felicidad. Y es que es un poco así.

Para explicarme mejor, les propongo un ejercicio. Piensen, nuestras lectoras, ¿qué querían ser de grandes cuando eran chicas? ¿Cuáles eran sus sueños? ¿Cómo se divertían? Algunas me dirán que ser futbolistas, toras, actrices. Otras —o las mismas— añadirán ser madres, vivir un gran amor, viajar por el mundo. La tercera pregunta puede incluir practicar algún deporte, jugar con amigas, habrá habido las que preferían las muñecas, la expresión artística, leer un libro en la intimidad de la casa o, como en mi caso, todas las anteriores.

Ahora, piensen cómo influyó en estas respuestas el cómo se imaginaban a sí mismas entonces y en dónde están ahora, los mandatos que aprendieron en torno a lo que significa ser niña, ser mujer, ser femenina.

Por muchos años, estuve obsesionada con interpretar ese guión a la perfección: ser una niña y luego una adolescente educada, femenina, atractiva para el sexo opuesto (…), tener un cuerpo tal y un actuar tal… Ser apropiada.

En nuestra identidad, claro, influyen muchos otros factores sobre los que no tenemos control, como la clase social en la que nacemos, la geografía, el contexto en que se nos racializa o no, las capacidades físicas e intelectuales, entre otras cuestiones. Hoy me quiero enfocar en lo que significó ese “ser mujer” que me enseñó la sociedad paraguaya, porque en mi caso ha tenido una influencia fundamental.

Porque sí, los genitales con los que nacemos son cosa de la biología; pero el género, ese guión que se nos entrega ya cuando venimos al mundo para que interpretemos el papel esperado por la sociedad de acuerdo con los genitales que nos tocan, en eso sí hay poder de decisión, de cambio y desobediencia. Por eso, decía Simone de Beauvoir que “no se nace mujer, se llega a serlo”.

Por muchos años, estuve obsesionada con interpretar ese guión a la perfección: ser una niña y luego una adolescente educada, femenina, atractiva para el sexo opuesto desde el momento en que se despertó ese deseo que estaba dormido —pero en la medida justa, sin pasarme de la raya porque eso es ser provocadora—, tener un cuerpo tal y un actuar tal… Ser apropiada.

Por supuesto, lo que pasa con estos guiones tan homogéneos y limitados es que dejan un montón de roles afuera, y eso hace que en mayor o menor medida nos sintamos como que no encajamos en el papel. Ya lo dijo America Ferrera en su famosísimo monólogo de Barbie: “Es literalmente imposible ser mujer (…) Siempre tenemos que ser extraordinarias, pero de alguna manera siempre lo estamos haciendo mal”. Y en algún momento, me harté de tratar de ser la actriz indicada para interpretar ese papel.

Los feminismos, como filosofía, como activismo, como política, como posición en el mundo, tienen en común que cuestionan la idea misma de que haya un guión impuesto. Y a partir de allí, ser desobedientes como práctica primera. O como bien lo dijo bell hooks: “Lo que hacemos es más importante que lo que decimos o lo que decimos que creemos”.

Así como el personaje de Ferrera —spoiler alert— fue la voz que despertó a las Barbies de Barbieland, los textos de las feministas como bell, Audre, Simone, Serafina y tantas otras le dieron sentido a mis ganas de ser desobediente a los mandatos del patriarcado.

Pero la desobediencia no es fácil ni siempre divertida (aunque muchas veces, sí lo es). Es más: ser una mujer desobediente en Paraguay es, por muchos momentos, agotador. Tenemos que mediar la desobediencia tanto en el ámbito público como en el privado. Desde tolerar o no que nuestro estado civil y nuestro cuerpo sea motivo de debate en la mesa familiar a —como me dijo una vez una amiga— tener que preocuparnos de con quién nos acostamos, no sea que resulte un machista encubierto, o peor, que cuando formalicemos el vínculo y entreguemos el corazón, nos lo rompa por partida doble: al enterarnos de que no solo no tenía la responsabilidad afectiva que promovía, sino que era un falso aliado. Dolorosísimo.

Así como veo el horizonte oscuro que se avizora si dejamos a quienes están en el poder marcarnos la ruta, confío en esa resiliencia tan romantizada que se nos ha asignado en el guión como un motor que nos mueve para reclamar lo que nunca debió haber estado en duda.

A esto se suma el agotamiento de tener que ser la “densa”, la “intensa” que debe marcar postura constantemente, no solo para poder aspirar a conquistar derechos que ya estaban consagrados hace 20 años en países no tan lejanos al nuestro, sino para cuidar esos derechos que ya dábamos por sentados como si tuvieran la fragilidad del cristal.

Este año en particular, salir a marchar por el 8M me hizo un nudo en el estómago. En parte es la ansiedad, sí, pero también cómo mi cuerpo me transmite lo que siente que significa ser mujer en Paraguay: por un lado, es un espacio de encuentro hermoso con otras mujeres que, desde distintas realidades, dejamos las diferencias de lado por un día para caminar juntas hacia un futuro en común. Es sororidad, es fiesta, son los carteles elocuentes, es purpurina violeta. Por el otro, es la pena de que, a estas alturas, debamos poner el cuerpo para defender de los cachivaches una ley tan básica y fundamental como la de Protección Integral de la Mujer.

Sin embargo, creo que, a pesar de todo, soy una optimista; pero una optimista crítica. En el sentido de que, así como veo el horizonte oscuro que se avizora si dejamos a quienes están en el poder marcarnos la ruta, confío en esa resiliencia tan romantizada que se nos ha asignado en el guión como un motor que nos mueve para reclamar lo que nunca debió haber estado en duda.

Entonces, ser mujer en Paraguay, ¿qué significa? Lo que hoy y cada día decidamos ser. Significa animarnos a asumir la autoría de nuestro guión original.

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