Cultura

Una ciudad moldeada por muchas manos

Entre las creativas figuras de barro, postres de frutilla, historias fantasiosas, un lago que pide auxilio, la disputa con nuevas construcciones y la conservación del patrimonio, las y los artesanos de Areguá moldean la cultura viva de una ciudad mítica.

De la mano de El Cántaro Escuela Popular, recorreremos los caminos del barro. Pasear por el casco histórico de Areguá es encontrarse siempre con alguna curiosidad. Ya sea una casona a la que nunca le prestaste atención, una nueva fi gura de cerámica o algún postre creado a partir de frutilla. Para quienes viven allí, esos paisajes son parte de su cotidianeidad, pero en realidad, ¿los sienten parte de ellos?

Hace unos años, en la Escuela Popular El Cántaro se dieron cuenta de que muchos niños y niñas no conocían los patrimonios del centro histórico de su ciudad y, por ende, no sentían pertenencia, en especial hacia las casonas antiguas, las casas particulares de quienes muchas veces solo habitan sus propiedades los fines de semana.

“Esas mansiones a las que ustedes llaman ‘patrimonio’ nunca se abrieron para nosotros y siempre están vacías”, decían alumnos y alumnas. Para Joe Giménez, directora de la institución, era una respuesta válida; ese rechazo se daba porque no existía una apropiación de los espacios que nunca pudieron ver más allá de las rejas.

Para las y los integrantes de El Cántaro, era importante trabajar ese tema con los chicos. Entonces se les ocurrió tomar fotografías de las casas, imprimirlas en blanco y negro, realizar un taller para pintar esos paisajes y hablar sobre los Patrimonitos de Areguá. “Durante tres años nos pasamos pintando espacios de la ciudad con fotocopias. No solamente hablábamos de las fachadas, sino también de los tipos de azulejos, ventanales o las clases de empedrados que hay en nuestra ciudad. A la par les íbamos explicando qué es un patrimonio y por qué es importante conservarlo”, menciona Giménez.

Catorce artesanos y artesanas compartieron sus historias para crear los caminos del barro.

Aquel experimento fue la semilla de un librito para colorear con la imagen de 30 casas coloniales, que sería repartido a niños y niñas de colegios públicos de la ciudad. Junto con la Comisión Pobladores del Casco Histórico imprimieron 1.000 copias de Patrimonitos, pintando Areguá.

“Nosotros en El Cántaro trabajamos mucho la cultura viva comunitaria. En ese sentido, creemos que los chicos deben apropiarse de las cosas para que tengan sentido en sus vidas. Lo que hicimos fue generar ese puente para que ellos sientan una cercanía y desarrollen una relación con las casas. Fue un cambio de mirada, dejaron de ser solo observadores y pasaron a ser parte”, asegura la gestora cultural.

La iniciativa no solamente cambió el parecer de los chicos y las chicas, sino también de los dueños de los casas, que decidieron abrir sus puertas para que sus vecinitos conozcan por dentro su acervo arquitectónico.

“Conseguimos que ellos (los propietarios) sientan que deben participar más; que aunque sean sus casas particulares, si ellos quieren realmente mantener el patrimonio, la comunidad tiene que sentirse parte. Entonces generamos ese diálogo, porque no se trata solo de que ellos mantengan sus residencias impecables, sino que la comunidad se apropie de eso, porque finalmente es lo que permitirá que continúen”, agrega.

Hacedores anónimos

La experiencia del trabajo del libro y su impacto en los niños y niñas fue bastante positiva para los integrantes de
la escuela, por lo que querían seguir profundizando en el tema; pero esta vez, hablar de quienes cada día moldean
la cultura viva de la ciudad: las y los artesanos del barro.

En palabras de Joe, son “héroes anónimos”, ya que incansablemente crean y cocinan los símbolos de la ciudad,
pero muchas veces sus nombres y rostros están escondidos detrás de sus trabajos. La idea era poner el foco en
ellos y en sus historias.

Fue difícil la selección, ya que en Areguá existen muchos trabajadores del barro, pero decidieron centrarse en
14 personalidades. Asimismo, armaron un grupo integrado por voluntarios y gente profesional de la comunidad y
realizaron la impresión gracias al apoyo que recibieron del Instituto Paraguayo de Artesanía (IPA).

“Y mis manos son lo único que tengo, mis manos son mi amor y mi sustento”, cantaba el artista chileno Víctor Jara. Para muchos artesanos de la mítica ciudad de Areguá, es así: llevan años explorando las bondades del barro, utilizando su imaginación para desarrollar personajes originales o nuevas formas de ánforas y transmitiendo sus conocimientos a quienes deseen aprender, con sus manos como principal herramienta.

Marcelo Gauto, estudiante de Psicología Comunitaria, y Alejandra Corvalán, ilustradora y diagramadora, fueron los encargados de visitar los talleres de estos artistas. Algunas entrevistas duraban más de dos horas; varios de ellos narraban por primera vez sus historias de vida. Sentían satisfacción al tener dos jóvenes de su comunidad atentos a captar su esencia.

El proceso de investigación duró dos meses; habían recolectado tesoros que darían vida al nuevo libro: Patrimonitos, los caminos del barro. Noelia Buttice se encargó de armar los pequeños relatos que acompañan las imágenes, que
narran la trayectoria de artesanos como Juan Eva Martínez, con 50 años de trabajo; la hermandad de las Vera, unidas
por la sangre y por la pasión hacia las figuras como flores, pájaros y árboles frutales; y la relación espiritual de Henry Centeno con su materia prima, entre muchas otras.

“Los niños y niñas no podían creer que sus vecinos estuvieran en un libro, porque toda su vida les vieron de otra forma. Es muy diferente cómo un chico que participa de la creación de una publicación que él está pintando, que le está dando vida, mira a la persona que sale en ese material. Ahora lo va a cuidar y esa es una pequeña semilla”, manifiesta Giménez.

Para la ilustración de los artesanos y artesanas, Alejandra trató de retratarlos en sus ambientes: sus talleres. Algunos fungían a la vez de cocina, otros de lugares de descanso, pero todos representaban ese espacio acogedor para los artistas.

Los libros fueron repartidos en encuentros como ollas populares, ya que las clases siguen suspendidas y en esos espacios podían encontrar a niños y niñas de la comunidad. Además, están disponibles para ser retirados de El Cántaro, el Centro Cultural del Lago y tres escuelas públicas de la zona.

Sin embargo, cuando empezaron a regalar estos libritos se dieron cuenta de que muchos chicos no contaban con lápices de colores, así que hicieron un llamado a la solidaridad. Gracias a las donaciones de la Comisión Pobladora del
Casco Histórico y al grupo Amigos de Areguá (integrado por varios propietarios de las casonas), niños y niñas pueden darle color a los patrimonios vivientes de su ciudad.

Joe menciona que fue un trabajo colaborativo en el que no solo los y las artesanas fueron protagonistas, sino toda la comunidad. “Los chicos que donaron los lápices, el que hizo la entrevista, la que diagramó, el que se encarga de repartir: es un trabajo comunitario”, subraya.

Les encantaría que se replique el trabajo; Joe se pregunta, por ejemplo, cuántas historias guardarán las artesanas
del ñandutí en Itauguá, los talladores de madera en Tobatí o los creadores de pelotas en Quiindy. Invita a otras comunidades a hacer suya la iniciativa y adecuarla a su territorio.

Gracias a la solidaridad y colaboración de los vecinos y vecinas, en Areguá los niños pueden darle vida a los patrimonios de su ciudad.

“Nos dimos cuenta de que hace falta registrar más, y no solamente a los artesanos. Estamos preparando ahora el banco de historias, para no perder más la riqueza que tenemos. Estos registros van a permitir que los chicos se apropien y que queden para otras generaciones”, comparte.

Los sonidos de Areguá

“Las aves que nos reciben a la mañana, los gallos que cantan, los animales en general; el viento, la naturaleza, la iglesia con su campanadas, el lago que pide auxilio, los arroyitos; el cotidiano caminar por las calles de Areguá, esas casonas que nos hablan y tienen tantas historias”, describe Gustavo Díaz, director de El Cántaro, al armar el paisaje sonoro de su ciudad.

Hace unas semanas, desde El Cántaro, Díaz y un grupo de vecinos lanzaron el medio comunitario y colaborativo El Barrofónico, un altavoz para toda la cultura oral que recorre los rincones de Areguá.

“El Barrofónico es un proyecto anhelado hace un par de años: el de tener una radio comunitaria acá en Areguá. Si bien existen radios, la mayoría son muy comerciales y a veces hasta politizadas. Nuestra idea es contar con un medio de comunicación con y para la comunidad, pero nos dimos cuenta de que no es tan sencillo. Entonces presentamos un proyecto en fases a la Secretaría Nacional de Cultura; esta parte es la creación del podcast”, expresa.

Los patrimonitos también tienen lugar en el Barrofónico. Sonidos del barro, la serie de podcast que narra sus historias, se puede escuchar en las plataformas de audio como Spotify y Soundcloud.

El primer material que presentaron, en forma de podcast, es la serie Sonidos del barro, basada en el libro Patrimonitos, los caminos del barro, producido y narrado por integrantes de la comunidad. El mismo se encuentra disponible en diferentes plataformas digitales como Spotify, Soundcloud, Google Podcast, etcétera, y además están en
redes sociales como @barrofonico.

El medio se constituirá en un punto de unión para dar voz a la comunidad, conocerse mejor y darle valor al patrimonio tangible e intangible de su territorio. Actualmente lanzan periódicamente los capítulos de Sonidos del barro, pero más adelante quieren trabajar en entrevistas, contar iniciativas positivas e información sociocultural, amplificar música original de la zona, etcétera.

Para Gustavo, concretar este sueño es muy importante, porque por un lado impulsa la práctica de trabajar de forma colaborativa, y por otro, se trata del rescate de sus historias, de aquellas que les identifican en el territorio que habitan. “Si no conocemos eso, no podemos valorar, y si no valoramos, descuidamos. Así se van perdiendo nuestros patrimonios”, afirma Gustavo.

Menciona el hecho de que Areguá fue declarada por la Unesco como Ciudad Creativa, gracias a la producción
artesanal, pero que si realmente no se conoce ni se valora el acervo, ese es un simple título.

Joe siente que lastimosamente ya perdieron muchas historias: tan solo este año partieron dos artesanos muy importantes de la comunidad. Pero al menos está contenta con que ahora se encuentren recopilando todos esos testimonios para armar un registro invaluable.

Este mes abrirán una convocatoria para que las personas de la comunidad presenten historias grabadas, con una extensión máxima de dos minutos; ficción o no ficción. Luego seleccionarán algunas para trabajar un guión y la producción sonora, de modo a difundirlas después a través del medio.

“Es importante tener un registro porque el arte es eso: una representación de lo que hacemos. El artesano está
todo el día conectado a ese material que en Areguá es la cerámica. Pero también hay frutilleros, canoeros, piriceros.
La idea es profundizar en estas historias, en nuestros cotidianos, conocernos mejor como personas y como comunidad”, sostiene el promotor cultural.

Así, el tintineo de los colgantes, la promoción del bollero, el bus pasando por el empedrado, los ladridos de los perros callejeros, las voces de las chiperas y cuanta vida sonora haya por Areguá tendrá un pequeño lugar en el banco de historias que están construyendo desde El Barrofónico.

Patrimonitos, para pintar

El libro Patrimonitos, los caminos del barro está disponible para su distribución de forma gratuita. En el centro de Areguá se puede encontrar en la Escuela Popular El Cántaro (Beato L. Guanella) y en el Centro Cultural El Lago (Fulgencio Yegros 855). En Asunción, se retira del Centro Cultural Juan de Salazar (Tacuary 745 esquina Estados Unidos) y del Instituto Paraguayo de Artesanía (Dr. Justo Prieto).

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