Cultura

Un titán con adn japonés

El horno que podría producir porcelana

Hace casi 17 años nació el horno Noborigama, de la Asociación de Artesanos Aregüeños. En este tiempo, se formaron cientos de personas para fortalecer y promocionar la cerámica, tan propia de la ciudad donde se emplaza. Se trata de una tecnología antigua que desde los primeros días del confinamiento de la pandemia puso en destaque la producción y plantó la semilla del perfeccionamiento y la aplicación de técnicas menos difundidas.

Texto y fotos de Fernando Franceschelli.

Como si de un enorme monstruo mitológico se tratara, con dos ojos rectangulares y una boca cuadrada a ras del suelo que solo engulle madera, se yergue este mastodonte. En torno a su mirada tiene un antifaz negro. A los lados, las orejas humean, y de su enorme cuerpo emana un calor insoportable que puede llegar a más de 1000 °C.

Un ejército de artesanos, diminutos en comparación, lo cuidan y miman. Alimentado solo con leña de eucaliptos de reforestación y en un proceso que puede durar hasta nueve días desde el encendido hasta su vaciado, en su interior se cocinan más de 1000 piezas pequeñas de barro que, con esas enormes temperaturas, se convertirán en objetos, utilitarios o decorativos, de gran calidad, resistencia y valor estético. Gracias a ese buen infierno, el esmalte con el que se las cubrió se vitrificará y les dará un acabado brillante y perfecto. Se trata del horno de varias cámaras de la asociación que se encuentra sobre la ruta que une Areguá y Patiño, a no más de cinco minutos de la iglesia del centro de la ciudad.

Desde la tierra del sol naciente

La cerámica y la alfarería como técnicas de fabricación han formado parte de la evolución humana desde tiempos inmemoriales. La necesidad de cocción del barro estuvo presente en prácticamente todos los rincones del planeta siempre. Sin embargo, el desarrollo de la tecnología que optimiza esa cocción, reduce el consumo de combustible y logra elevar a mayores temperaturas los hornos fue creciendo en la medida que el conocimiento se acrecentó en pocas partes del mundo. Los ceramistas buscaron por siglos mejorar algunos aspectos de la elaboración de piezas de arcilla, para aumentar su resistencia estructural, elevar los grados a la hora de la cocción o con el uso de esmaltes para ampliar sus usos.

Así, en el siglo XVI aparecieron en Japón los primeros hornos escalonados o Noborigama, es decir, de muchas cámaras. Estos cuentan con varios espacios interiores en donde se colocan las piezas crudas, lo que permite la producción en masa. Además, están construidos en desnivel para aprovechar el declive del terreno y hacer que la temperatura que se acumula en la primera cámara pase a la siguiente más elevada y así, sucesivamente, a todas. Esto permite eliminar las variaciones en el acabado de las piezas y mejorar la eficiencia térmica en el proceso, calor que alcanza incluso 1300 °C.

En nuestro país, la cerámica está presente también desde tiempos anteriores a la conquista. Aunque de manera bastante rudimentaria técnicamente, los guaraníes fabricaban piezas de arcilla con fines utilitarios y ceremoniales, si bien los sistemas de cocción eran más sencillos que, por ejemplo, los utilizados en la misma época en el extremo oriente. Si bien las técnicas se enriquecieron con la incorporación de conocimiento foráneo, en nuestro país se sigue haciendo la cochura del barro con leña, en hornos rudimentarios y poco eficientes energéticamente. Cabe aclarar que aquí también hay gente que se dedica a la cerámica con modernas máquinas eléctricas o a gas, más ligadas al arte que a la artesanía.

Una joya poco conocida

El Noborigama de la asociación, único por sus dimensiones y características en toda Sudamérica, nació hace unos 17 años, gracias a un proyecto apoyado por la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional (JICA). El lugar funciona como un polo para la transmisión de conocimiento en materia de arte cerámico de manera integral. Pedro Cristaldo, socio fundador de la agrupación (que cuenta con 142 socios), hoy encargado de producción, cuenta que la construcción de esta joya —que en su exterior mide unos nueve metros de largo por tres de ancho y otros cuatro o cinco de alto— llevó casi un año, entre 2005 y 2006, y para su realización se usaron ladrillos refractarios fabricados en nuestro país, de modo a lograr materializar las cuatro cámaras que lo conforman.

Como si de la protectora sombra de un gran árbol en verano se tratara, en torno a él, y de la mano de instructores locales, se dictan talleres vivenciales y clases de modelado del barro, de uso del torno, de fabricación de moldes y también de la preparación de esmaltes a partir de materiales naturales no tóxicos. Incluso se enseña a fabricar herramientas para los ceramistas, con la participación del docente voluntario japonés Taku Imaizumi.

Además del emplazamiento del horno, el lugar cuenta con un salón de ventas, abierto de lunes a lunes. Allí se puede adquirir todo tipo de tazas, platos, fuentes, vasos y jarras, salidos de las entrañas de este monstruo gentil y preparados por las manos de cualquiera de los artesanos que cocinan sus piezas en él, tanto de la asociación como de otros no agrupados en ella. Lo que aquí se genera es un abanico de opciones para el mejoramiento de un arte o artesanía, según quien lo analice, que tiene mucho potencial de cara al futuro.

Para cristalizar este proceso de crecimiento, asegura Pedro, después de mucho trabajo, hoy cuentan con una tecnicatura de seis meses, que cuenta con la certificación del SNPP. Esta formalización busca capacitar mejor a los ceramistas. Es, tal vez, la única opción de educación formal en la materia en nuestro país.

Uno de los grandes beneficios que ha producido este inusual horno fue generar una pequeña corriente de crecimiento en el mejoramiento de piezas, para revalorizarlas ante los clientes que se acercan a buscarlas, con una cotización mejor.

Uno de los objetivos que los socios se plantean para el futuro es la posibilidad de llegar a producir porcelana, un tipo de cerámica blanca y translúcida, compuesta de caolín, feldespato y cuarzo, completamente libre de óxido de hierro, con la que podrían producirse piezas realmente finas. La materia prima para producirla existe, además del horno capaz de alcanzar altas temperaturas, que es imprescindible. Por eso, este espacio de Areguá lo hace posible.

Lo que están haciendo por ahora con el gres (la materia prima que utilizan normalmente hoy) es prepararse y aprender lo necesario para mejorar el nivel, una suerte de paso previo a ese objetivo final. No tener la experiencia que están adquiriendo ahora con el uso del horno sería como intentar pasar del primer grado de la escuela, directamente a la universidad, explica Pedro. Tal vez, en un futuro no tan lejano este monstruo bueno, con el pequeño ejército de liliputienses que lo manejan, ofrezca desde sus entrañas piezas con más hermosos acabados aún.

Mientras tanto, en torno a su corazón que late constante desde hace 17 años y que irradia calor, una parte de nuestra cultura seguirá mejorando, creciendo y reproduciéndose. Como si de ese calor emanara la vida.

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