Cultura

Los tejidos de don Delfín Ramos Sotomayor

Desde pequeño, don Delfín trenza cuero crudo para fabricar los aperos de los animales. Hoy, en el distrito Tambory de Santiago (Misiones). Todos los días, temprano, seca el cuero, lo corta, limpia y teje con la misma pasión que demostró de niño para fabricar los imprescindibles lazos o guachas necesarios en el trabajo de campo. Se trata de un oficio cada vez más singular que, gracias a don Delfín, seguirá encontrándose allí donde el manejo de vacas y caballos lo haga necesario.

Texto y fotos de Fernando Franceschelli.

Don Delfín Ramos Sotomayor tiene 80 años, pero aparenta muchos menos. Es alto y de contextura fuerte. De espalda recta, mientras se conversa con él, muestra la permanente sonrisa propia de quien ha vivido plenamente. Posee, además, la mirada clara y sus manos con la piel tan curtida como los cueros con los que trabaja.

Su historia con la piel de las vacas comenzó desde muy pequeño. En sus propias palabras “de criatura”. Cuando era niño, vio tejer el cuero para la fabricación de los aperos de los animales y comenzó a copiarlos, practicando con las chalas del maíz y las hojas de coco.

Un buen día, un vecino le indicó dónde había muerto una de sus vacas y le dijo que, si quería, podía usar el cuero. Sin dudarlo, lo hizo. Así, comenzó a desarrollar su arte, el del trenzado del cuero crudo.

Lo que este señor manufactura son los aperos o aparejos que se utilizan para manejar a los animales, como las riendas, bozales, cabestros, lazos o sobeos, como los llama él. También fabrica arreadores, guachas y, además, las vainas para cuchillos que, de paso, él mismo crea. Él hace de todo con cuero, explica.

Si bien desde niño se interesó por el oficio, la vida llevó a nuestro protagonista a trabajar como encargado de una estancia en San Juan, algo que hizo por décadas. Durante esos años se casó con Juana Francisca Lezcano y tuvo un hijo, al que llamaron Rubén. Esas labores lo ayudaron a acrecentar sus conocimientos sobre todo lo necesario para el trabajo de campo y, por supuesto, de las piezas que ya sabía preparar.

La vuelta al primer amor

Con los años se jubiló y llevó adelante varios emprendimientos. Habiendo honrado ya todos los mandatos que se supone, en la vida, un hombre debe cumplir; ya cansado y con algunos años encima, decidió regresar a su primer amor: el trenzado de cuero, que podía realizar en su casa y sin mayores inconvenientes.

Según relata don Delfín, se levanta todos los días a las 4.00 de la mañana y después de tomar unos mates, se va al galpón donde tiene su taller. Eso le gusta; sosteniendo la misma sonrisa que muestra francamente durante toda la conversación, asegura que el trabajo lo entretiene, pero, sobre todo, que lo pone contento. Lo hace feliz.

La mayor de las felicidades de este karai aparece cuando la gente llega a su casa y compra sus trabajos. Compras de las que —asegura entre risas— su esposa se lleva, indefectiblemente, un porcentaje y ella, mientras escucha el relato, asiente con mirada cómplice.

Don Delfín y doña Juana se casaron en 1961 y, desde entonces, ella acompaña el trabajo de su marido con paciencia y una sonrisa, mientras disfrutan de la apacible sombra frente a su casa en Tambory.

El legado

Don Delfín nunca antes le enseñó a nadie su oficio pero, recientemente, dio un taller en Santiago (Misiones). Se trató de una capacitación que contó con el apoyo de la Municipalidad de Santiago, de la Gobernación de Misiones y del IPA (Instituto Paraguayo de Artesanía), que certificó los talleres y lo certificó a don Delfín como instructor. ¡Finalmente se había convertido en profesor!

El taller duró cuatro meses y, como resultado, unas 30 personas aprendieron el oficio. Le gustó enseñar, aunque se dio cuenta de que hay gente a la que verdaderamente le interesa y otras personas a las que no.

Durante la conversación con don Delfín está presente su nieto, Rodrigo Alexander Ramos Fleitas, de 5 años de edad. No pierde oportunidad para participar de la conversación y mostrar el interés que tiene por el trabajo de su abuelo mientras lo observa con verdadera devoción, como si de la contemplación de un enorme árbol añoso se tratara, bajo cuya sombra es reconfortante refugiarse y crecer.

Al consultarle a don Delfín cuánto tiempo más seguirá trabajando, asegura que lo hará hasta que se muera porque a pesar de algunos achaques que tiene (propios de toda una vida bajo el sol), todavía puede continuar; de paso, porque siente la misma pasión que antaño por su trabajo. Al mismo tiempo, Juana Francisca exhibe con ternura la pulsera que él le acaba de regalar, una que, por supuesto, fue tejida con fino cuero por su esposo. Así queda demostrado una vez más que, para don Delfín Ramos Sotomayor, hay tejido de cuero crudo, pasión y sonrisas para rato.

La pulsera de cuero que Don Delfín hizo especialmente para Doña Juana, su esposa.

Un proceso artesanal

El proceso de trabajo que utiliza don Delfín Ramos para la elaboración de estas piezas de arte en cuero, es integral. Se recibe el cuero, se lo seca y limpia al sol. Se divide en secciones manejables y después se lo corta en tiras que, una vez moldeadas y perfiladas, se trenzan para dar forma a cada creación deseada. Para crearlas, el cuero se humecta nuevamente con grasa para manipularlo y así también se conserva mejor ante los ataques de la humedad y el sol.

Las herramientas que se necesitan para el trabajo son una buena cantidad de cuchillos y hojas de corte con filos indecibles, además de las diestras manos de Delfín. También leznas, con las que se perfora el cuero para hacer pasar las costuras. El resultado son trenzados y costuras de increíble minuciosidad y fortaleza.

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