Psicología

¿Hacia dónde vamos?

Las redes sociales y el autodiagnóstico

La rápida proliferación de contenido en plataformas como TikTok favoreció la circulación de información específica sobre trastornos como ansiedad, depresión y TDAH como nunca antes. ¿Hasta qué punto es beneficioso informarnos sobre salud mental sin buscar ayuda profesional?

Nunca antes tuvimos tanta información sobre bienestar mental al alcance. Ahora bien, ¿qué uso estamos dando a este conocimiento? ¿Propicia un cambio de conducta de manera positiva, para conocernos mejor o hacer una introspección necesaria? ¿O nos lleva a autodiagnosticarnos sin rigor?

“Estas señales indican trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH)”, “así se ve la tristeza por ansiedad”, son aseveraciones de publicaciones en redes sociales, ejemplos reales con los que me encontré al escribir esta nota. El auge de contenido fácilmente digerible que lleva a conclusiones tendientes al autodiagnóstico es algo que nuestros entornos conocen muy bien, sin importar el rango etario.

Para conocer opiniones autorizadas y con el debido sustento científico, hablamos con dos destacadas profesionales paraguayas de la salud mental que trabajan estos temas en el consultorio y en el ámbito académico.

“Hoy en día es muy común oír a personas decir que tienen TDAH o están deprimidas porque vieron un video en TikTok donde alguien describe ciertos síntomas”

Milva Valdez, psicóloga clínica especialista en terapia cognitivo conductual (TCC), terapeuta con enfoque basado en evidencias y docente.

En busca de respuestas: ¿Información o confusión?

“Hoy en día es muy común oír a personas decir que tienen TDAH o están deprimidas porque vieron un video en TikTok donde alguien describe ciertos síntomas. Esto no siempre viene de la nada: generalmente reflejan la necesidad humana de buscar causas y de alguna manera entender lo que es uno. Las redes sociales, al ser tan accesibles, se convierten en un lugar donde mucha gente busca respuestas”, reflexiona Milva Valdez, psicóloga clínica especialista en terapia cognitivo conductual (TCC), terapeuta con enfoque basado en evidencias y docente.

Influye el hecho de que esos contenidos estén presentes de forma cotidiana, cercana, lo que genera un fuerte efecto de identificación. A su criterio, esto no está libre de riesgos, como el caer en un diagnóstico incorrecto: “Ver uno o dos síntomas y pensar que eso explica todo puede retrasar tratamientos importantes o hacer que se ignoren otras posibles causas, incluso médicas, que deben evaluarse profesionalmente. Por ejemplo, hay enfermedades físicas —cardiacas, hormonales, autoinmunes, entre otras— que también causan fatiga, cambios de ánimo o problemas de concentración”.

La investigadora, psicóloga y docente Maureen Montanía coincide con esto: “Los autodiagnósticos, en general y en todas sus formas, son peligrosos porque se hacen a espaldas del criterio científico, de todo su bagaje, preparación y actualización. Ni siquiera un profesional de la psicología puede hacerlo porque su juicio estará teñido de subjetividad; no existe todavía el ser humano con la capacidad de mirarse con ob- jetividad, nos es naturalmente imposible hacer este ejercicio. A lo sumo llegaríamos a elaborar hipótesis diagnósticas, pero la certeza siempre la encontramos afuera, en la mirada de un otro con credenciales y respaldo ético-profesional”.

“Los autodiagnósticos, en general y en todas sus formas, son peligrosos porque se hacen a espaldas del criterio científico, de todo su bagaje, preparación y actualización”

Maureen Montanía, investigadora, psicóloga y docente.

Pero, ¿qué implica buscar un diagnóstico? Maureen considera que es crucial hacer la salvedad de que mirarse y buscar comprenderse en justa medida es siempre un ejercicio saludable y aconsejable; una alta capacidad de introspección hace una gran diferencia en este ámbito. “Pero no es lo mismo cuestionarse y llevar esas dudas a un espacio profesional para examinarlas apropiadamente que autovalerse de intuiciones o una lectura rápida (o extensa, pero sin base alguna) para definirse”, detalla.

La profesional aclara que “la palabra diagnóstico implica en sí misma procesar datos minuciosamente para alcanzar un conocimiento profundo; es decir, capacidad de observar, seleccionar una medición, medir rigurosamente e interpretar los resultados como corresponde. Por eso es un término común en investigación y medicina, campos donde, curiosamente, no se relativiza tanto la complejidad del trabajo”.

La psicología frente al espejo digital

Esas lecturas que hace la gente sobre su propia realidad pueden afectar tanto positiva como negativamente a la hora de buscar una opinión profesional, de acuerdo con la mirada de Milva. “En algunos casos, ver un video ayuda a entrar en consciencia de las señales y lograr que alguien diga ‘necesito ayuda’. Pero también hay situaciones en que las personas se convencen de que tienen algo, se encasillan en un diagnóstico y no están dispuestas a escuchar otra opinión, ni siquiera la de un profesional. Eso genera frustración, resistencia al tratamiento o rechazo al diagnóstico real”, subraya.

Milva Valdez, psicóloga clínica especialista en terapia cognitivo conductual (TCC), terapeuta con enfoque basado en evidencias y docente.

Para Maureen, parte importante de la conversación de por qué la gente recurre a las redes masivamente se debe a la baja consideración que se tiene de la psicología como disciplina científi ca. “Todavía —y sobre todo en estas latitudes— es vista como una ciencia social de segunda clase, confundible con la astrología o el coaching”, afirma.

Le preocupa que, incluso en la comunidad de profesionales, no siempre primen los criterios científi cos: “A nivel nacional, la realidad es que se utilizan técnicas y teorías obsoletas dentro y fuera de las universidades, del sistema de salud, entonces se comprende que todos sientan que tienen algo que decir, que la psicología sea vista como un espacio libre para opinar, sentenciar y definir. Pero ese es un error grave”.

Si sumamos nuestra falta de cultura científica general y el débil sistema de salud, se entiende sobradamente que la gente esté desorientada y a merced de explicaciones sobresimplifi cadas. Y a través de estas, expuestas a soluciones mágicas, típicamente. “Si a esto le sumamos además la necesidad creciente de inmediatez por el uso de internet y la crisis de salud mental que vino con la pandemia de covid-19, tenemos una ecuación ideal para la dependencia de redes sociales como espacio de conexión y expansión psicológica”, reflexiona.

“Si a esto le sumamos además la necesidad creciente de inmediatez por el uso de internet y la crisis de salud mental que vino con la pandemia de covid-19, tenemos una ecuación ideal para la dependencia de redes sociales como espacio de conexión y expansión psicológica”

Maureen Montanía.

Entre la ansiedad y el algoritmo

Maureen Montanía forma parte de un equipo de trabajo de la Universidad Católica de Asunción cuya investigación, aún en curso, encontró que los niveles de desesperanza, depresión, ansiedad y estrés aumentaron cuatro años después de la pandemia (2020-2024) y que, además, a diferencia del primer momento cuando afl oraron mecanismos de afrontamiento, hoy se ve un desgano general incluso al enfrentar los problemas. “Este es el escenario en el que estamos y en el que TikTok pisa fuerte, no solo como lugar para encontrar respuestas a dudas existenciales, sino como refugio —con un promedio global de ocho horas diarias de consumo— para los jóvenes y adultos tecnodependientes”, revela.

No es casualidad que TikTok haya ganado protagonismo en 2020: el encierro y la incertidumbre aumentaron nuestra necesidad de estímulos rápidos, gratifi cación inmediata y, en muchos casos, alimentaron la ansiedad. Esto no implica demonizar a la plataforma ni a las redes sociales porque, de hecho, han abierto espacios valiosos para hablar de salud mental y brindar acceso a contenidos psicoeducativos que antes se limitaban a ámbitos profesionales.

El problema aparece cuando no existen filtros claros para diferenciar la información confi able de la dudosa. Lo que aparece en el feed no está seleccionado por su calidad, sino por un algoritmo que decide qué mostrar en función a nuestras interacciones y preferencias. Así, corremos el riesgo de reforzar nuestro sesgo por una cámara de eco, donde nuestra percepción se reafi rma constantemente y, muchas veces, lo subjetivo se presenta como verdad absoluta.

Maureen Montanía, investigadora, psicóloga y docente.

Aun así, con un escenario creciente en complejidad, podemos ver aspectos positivos. Para Milva Valdez, la visibilización masiva de la salud mental hace que se hable más de ansiedad, depresión y TDAH sin tanto prejuicio ni miedo al qué dirán, y permite que más personas se animen a buscar ayuda, informarse y platicar de lo que sienten. “El acceso a la información es clave para normalizar estas conversaciones. Claro que no toda la información es confi able, pero el hecho de que hoy tengamos estos temas en el centro del debate ya es un paso adelante”, reflexiona.

Un escenario de sobreinformación y noticias falsas, sin embargo, plantea la evaluación de la calidad de lo que consultamos. Para ella, una manera práctica de hacerlo es con preguntas como “¿Quién lo dice? ¿Tiene formación en salud mental? ¿Habla desde su experiencia personal y generaliza los síntomas? ¿Busca promover ayuda profesional o recomienda una ‘solución’? ¿Lo explica con respeto y cuidado? ¿O usa frases absolutas y alarmantes?”. Estos cuestionamientos ayudan a diferenciar entre el contenido bien intencionado y el que puede causar más daño que bien.

Maureen, por su parte, considera que dejar algo importante como el diagnóstico en manos de TikTok propicia conductas riesgosas y una visión patologizante de la vida: “¿Cuándo fue que nos pegó más fuerte —más que nunca, probablemente— la incertidumbre? En la pandemia. Seguimos navegando las consecuencias de esa crisis, de ese trauma colectivo. Buscamos explicaciones prefabricadas y rápidas para todo, porque verifi car toma tiempo, energía y recursos, y estamos cansados, tanto los nativos digitales como los no-nativos que cayeron en tecnodependencia cuando eso”.

“El acceso a la información es clave para normalizar estas conversaciones. Claro que no toda la información es confi able, pero el hecho de que hoy tengamos estos temas en el centro del debate ya es un paso adelante”

Milva Valdez.

Es por eso que examinarnos y permitirnos dudar es crucial en tanto nos conduzca a recurrir a los profesionales que puedan reencauzar nuestras interrogantes y ayudarnos a buscar respuestas a las incomodidades que nos tocan.

La delgada línea entre visibilizar y etiquetar

Es cierto que en el pasado se diagnosticaban menos casos de TDAH, trastorno bipolar, depresión y ansiedad, pero no porque estos no existieran, sino porque había menos acceso a información, más estigmas y menos conciencia social sobre la salud mental.

“Lo que cambió no es la cantidad de personas con malestar emocional, sino la posibilidad de ponerle nombre, hablarlo y tratarlo”, señala la psicóloga Milva Valdez, quien celebra que hoy incluso adultos mayores lleguen a su consultorio con el deseo de mejorar su bienestar emocional. El desafío actual, dice, es hacer diagnósticos responsables y evitar que la visibilización se convierta en simple etiquetado: “Que hablar de salud mental sea un puente hacia el bienestar, no una estadística más”.

Para Maureen Montanía, este fenómeno también responde al crecimiento de la consciencia colectiva, la mejora de los instrumentos de diagnóstico y el rol clave de las redes sociales, donde la salud mental se ha vuelto un tema popular de conversación. “Antes, muchos ni siquiera compartían si habían sido diagnosticados, hoy se discute públicamente —para bien y para mal— en un entorno mucho más expuesto”, explica. Sin embargo, advierte sobre los riesgos de caer en explicaciones estigmatizantes o absolutistas: “La verdad siempre está en el medio, y la llave suele ser la duda”.

“Antes, muchos ni siquiera compartían si habían sido diagnosticados, hoy se discute públicamente —para bien y para mal— en un entorno mucho más expuesto”

Maureen Montanía.

En un contexto donde las plataformas se convirtieron en espacios frecuentes para hablar de salud mental, la pregunta sobre el deber de los creadores de contenido se vuelve inevitable. Para Milva, no hay lugar a dudas: “Tienen una responsabilidad enorme, ya que informar bien puede ayudar a las personas, pero si malinforman las dañan terriblemente”. Ella aclara que no se trata solo de lo dicho, sino también de la forma: “La salud mental es un tema delicado. El lenguaje importa, sobre todo al hablar de diagnósticos. Un video puede infl uir en decisiones importantes, desde autodiagnosticarse hasta automedicarse o rechazar una consulta profesional”.

En esa misma línea, Maureen subraya el valor que puede tener un contenido cuando no busca confirmar certezas, sino despertar preguntas: “Si te resonó mucho y te dejó pensando, capaz el valor es invitarte a dudar, no a confi rmar. Y esa duda, en lugar de resolverla en soledad, es mejor llevarla a un espacio humano, donde un profesional te acompañe a deshilvanarla con cuidado y respeto”.

Ambas profesionales coinciden en que, incluso cuando el objetivo no es hacer divulgación en salud mental, sino compartir una experiencia personal, la aclaración es fundamental. “Si no se explicita que se trata de una vivencia individual”, advierte Montanía, “en redes puede interpretarse como un veredicto. La responsabilidad es ineludible y necesita ser vocalizada y abordada”.

“La salud mental es un tema delicado. El lenguaje importa, sobre todo al hablar de diagnósticos. Un video puede influir en decisiones importantes, desde autodiagnosticarse hasta automedicarse o rechazar una consulta profesional”

Milva Valdez.

El desafío, entonces, no es solo ético, sino profundamente humano: cuidar la forma en la que nos contamos lo que sentimos, especialmente cuando esa narración puede impactar en la vida emocional y la salud de miles de personas que buscan respuestas.

¿Cuándo es el momento de buscar ayuda?

De acuerdo con la psicóloga Milva Valdez, estos son algunos signos de alerta:

  • Cuando el malestar emocional se vuelve constante (tristeza, ansiedad, enojo, angustia) y dura semanas o meses.
  • Si ya no podemos llevar con normalidad nuestra rutina, es hora de pedir ayuda.
  • Si notás cambios en el sueño, el apetito, la energía, la concentración o en tu forma de relacionarte con los demás.
  • Y, especialmente, si aparecen pensamientos negativos frecuentes, desesperanza o ganas de aislarte.

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