Ocho directoras, miles de historias
Teresa González Meyer, Nataly Valenzuela, Fátima Fernández Centurión, Selva Fox, Mafe Mieres, Luz Saldívar, Paola Irún y Raquel Martínez se sientan con Pausa para conversar sobre sus experiencias como mujeres en el arte, específicamente como directoras de teatro en un país donde hay todo por hacer y lo único que falta es el apoyo del Gobierno a la cultura. Porque las ganas y el talento sobran.
Por Patricia Luján Arévalos. Dirección de arte: Gabriela García Doldán. Dirección de producción: Camila Riveros. Producción: Sandra Flecha. Asistente de producción, maquillaje y retoques: Anabel Artaza. Fotografía: Javier Valdez. Locación: Casa Bicentenario del Teatro Edda de los Ríos. Prendas: Mango. Agradecimientos: Manuel Cuenca.
En Pausa nos apasionan las historias femeninas y las personas que hacen posible su difusión. Enmarcados en el Día Internacional de la Mujer y el deseo de ponerlas en relieve a ellas, las que trabajan por una visión más diversa y completa del arte, hoy conversamos con ocho directoras de teatro que dan forma a lo performático y las narrativas transmitidas a través de la interpretación en Paraguay.
Todas ellas conocieron el teatro primero como público y actrices, antes de tomar la posta directoral. Luz Saldívar nos explica este rol con una acertada analogía: en literatura, se considera que el narrador omnisciente es aquel que lo sabe todo, es un pequeño dios. Dirigir es algo similar: “Una va construyendo la obra, reinterpreta lo escrito en el libreto, les da forma a las escenas, las llena de acciones, silencios, gestos, sonidos y luces. Ser directora es crear el ‘todo’ escénico”.
Mafe Mieres lo lleva a un plano más personal: “Me gusta trabajar para potenciar y cuidar al que está en escena. Pienso mucho en lo que recibirá el público, pero más en lo que necesito como actriz de un director o directora. Cuido con recelo el proceso creativo. La exposición y vulnerabilidad a la que nos sometemos es intensa y es muy importante saber que estás en un espacio seguro para expresarte y desarrollar tu trabajo”.
El trabajo viene con un inmenso poder, a criterio de Paola Irún. “El expresarme, mostrar y decir lo que quiero decir, de lo cual no se habla lo suficiente; dar luz a aquello que quiero enfatizar. Hacer sentir distintas emociones al público, ver cómo la gente transita esas emociones que yo planteo desde la escena”, describe.

El trabajo del artista
“El teatro paraguayo tiene una estirpe combativa de alta resistencia, creo que es lo que nos sigue salvando”, describe Nataly Valenzuela. En todas las charlas que se dieron colectiva o individualmente, uno de los temas recurrentes fueron los obstáculos que enfrenta esta disciplina en nuestro país.
Más bien, los obstáculos para los trabajadores de la cultura en general. Teresa González Meyer, una de las grandes damas del escenario, resaltó la falta de inversión, especialmente cuando se considera lo destinado por el Presupuesto General de la Nación en comparación con los países vecinos. “Es abismal la diferencia, y eso se ve, sobre todo, cuando cruzás la frontera y te das cuenta de cómo se desarrolla el teatro en esos lugares. No es que nosotros lo hagamos menos porque no queremos o no nos gusta, sino que falta apoyo”, sentencia y agrega: “A pesar de todo se continúa, y la gente, especialmente los jóvenes, quieren hacer teatro”.
“El teatro paraguayo tiene una estirpe combativa de alta resistencia, creo que es lo que nos sigue salvando”
Nataly Valenzuela.
Otra dificultad existente tiene que ver con la audiencia, que va decreciendo. Luz Saldívar considera que la cuestión de la cultura es compleja porque “contempla otros elementos extraartísticos. A través del diálogo y el trabajo mancomunado se puede afianzar un circuito teatral que brinde puestas escénicas y trabajo”. Además, sugiere que “la escasa concurrencia de público podría subsanarse si se mejora el sistema de transporte público y se ofrece seguridad a la gente”.
A Nataly Valenzuela y sus compañeras de oficio les gustaría ver un rubro solidificado, con derechos adquiridos: “En un futuro, un sector más fortalecido, con mayores recursos a la hora de hacer una puesta en escena o un proceso de investigación. Ojalá el futuro nos sorprenda con más espacios de formación permanente para directoras y directores, al igual que la posibilidad de mayor formación en dramaturgia, áreas de fortalecimiento necesarias para seguir desarrollando una huella escénica propia”.
“El futuro se construye hoy. Formemos figuras que, aparte de hacer teatro, sean gestoras de su propio centro cultural y su propia identidad”
Raquel Martínez.
Un mañana posible
“Está sucediendo el futuro, el teatro nunca dejó ni va a dejar de existir”, analiza Fátima Fernández Centurión. “Necesitamos una universidad del teatro, fondos más justos para el trabajo que hacemos y ser reconocidos como trabajadores para tener salud. Que los espacios sobrevivan porque, finalmente, son los lugares autogestionados los que la reman desde siempre. Todo es político”, acota.
Por su parte, Raquel Martínez hace un llamado a dejar de idealizar el mañana: “El futuro se construye hoy. Formemos figuras que, aparte de hacer teatro, sean gestoras de su propio centro cultural y su propia identidad”. Enfatiza que primero está el ser humano y luego el artista: “Dejemos de vender a los jóvenes una simple moda que se desvanece. Necesitamos crear una cultura sostenible. No sirven actores que solo quieren ovaciones luego de la obra, ni actores de publicidad. El compromiso teatral es mucho más que eso. Debemos formar una comunidad pensante, crítica, activa, disruptiva, creativa y desacomodadora”.

Teresa González Meyer
Conoció el teatro a los 17, cuando estaba en el cursillo de la facultad. Ahí encontró a las personas con las que formaría el grupo Tiempoovillo. En 1971 estrenó su primera obra sobre las tablas, Currículum vitae. El interés de Teresa González Meyer por las artes escénicas comenzó con la interpretación y pasaría un tiempo antes de que diera lo que ella considera un “paso natural”, para ir de pararse frente al público a dictar el ritmo detrás del telón.
Uno de sus mayores legados es, sin lugar a dudas, la dirección de teatro de calle, que lleva las historias a un espacio descontextualizado, desprovisto de las formalidades de una sala. Su primera obra en un sitio público fue, al mismo tiempo, una manera de democratizar el arte y una apuesta por la democracia misma, ya que se estrenó en el 89, con la intención de motivar a los jóvenes a ir a votar.
“Para mí, el teatro es, de alguna manera, contar las historias vividas por los seres comunes. Me gusta narrar lo que cientos de comunes viven día a día, con sus dificultades, sus miedos y sus logros”
Teresa González Meyer.
El teatro de calle es una forma de expresión que resuena mucho con los valores personales de Teresa González Meyer y su amor por la expresión teatral, especialmente en lo que respecta a la cercanía con su audiencia. “La calle es muy gratificante porque el público que asiste se siente agradecido”, comenta la directora. Es que la gente reconoció lo innovador de la propuesta y a donde van, tienen una gran recepción: “Se llena en cinco minutos alrededor tuyo con las personas que se acercan a ver”.
La propuesta era innovadora en más de una forma. “Hacer calle en Paraguay era una cosa absolutamente nueva, nunca nadie se paró en la vía pública a representar una obra”, recuerda, especialmente en esa época, cuando se decía que la calle es de la policía. “Bueno, nosotros dijimos que no, que es de la ciudadanía, es de todos”, agrega.
Teresa creó un grupo alrededor de esta idea y juntos recorrieron festivales nacionales e internacionales. Llevaron consigo otro de los grandes valores de nuestra cultura: el jopara. Cree en el derecho fundamental de la expresión en guaraní y las historias de “los seres comunes”. Explica: “Para mí, el teatro es, de alguna manera, contar las historias vividas por los seres comunes. Me gusta narrar lo que cientos de comunes viven día a día, con sus dificultades, sus miedos y sus logros”.

Nataly Valenzuela
A principios del 2000, cuando Nataly Valenzuela empezaba el proceso de dirigir su primera obra, no lo hizo con una proyección clara a futuro. Para ella, tomar la posición de directora no fue una decisión, sino una intención y, sobre todo, una necesidad que se afianzó con el correr del tiempo. Sin embargo, hubo algo en aquella experiencia que le dejó huellas profundas: “Sentir en esa construcción la búsqueda de un trabajo honesto y visceral; crear desde otro lugar me permitió explorar una faceta nueva para mí”.
Aquella puesta fue Lucía, con la actuación de Katia García: “Fue una propuesta que me movilizó mucho como mujer. Tocaba temas profundos como la salud mental, el abandono, las carencias y la soledad. Me cuestioné qué tipo de historias quería contar como artista; también, qué compromiso tenemos con lo que llevamos a escena”.
“Me cuestioné qué tipo de historias quería contar como artista; también, qué compromiso tenemos con lo que llevamos a escena”
Nataly Valenzuela.
Formada como actriz y profesional del rubro con décadas de experiencia, Nataly identifica cuestionamientos personales que surgen durante su quehacer: “Me sigue pasando hasta hoy que dudo a la hora de elegir un proyecto desde el lugar de directora, porque siempre siento que me falta formación, que en realidad es también el reflejo de una realidad nuestra porque aún no contamos con una carrera de dirección en el país”.
“Creo que la directora o el director tienen mucha responsabilidad sobre sus espaldas, desde la guía de la construcción emocional de quien interpreta hasta la elaboración del lenguaje creativo de una obra donde, finalmente, cada detalle puesto es el reflejo de su lenguaje, su mirada. La composición escénica, con todo lo que eso implica, pasa por sus manos”, nos explica y reflexiona que “cuando me toca ocupar ese lugar, trato de ser muy respetuosa y muy responsable a la hora de construir o desarrollar una obra”.
Si hay algo en lo que le gustaría seguir trabajando con más fuerza, es en las narrativas escritas y contadas por mujeres: “Más que una necesidad, es una urgencia. Es muy necesario insistir en un teatro paraguayo con mirada femenina, ser realizadoras y protagonistas de nuestras propias historias”.

Fátima Fernández Centurión
“No hablo de nada que no me apasione”, dice Fátima Fernández Centurión con la seguridad de quien vive por sus palabras. Forma parte de la escena desde 1998, cuando ingresó a la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD) del IMA. Como actriz, vivió un bautismo de fuego en La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca.
Una década después, dio el gran paso hacia la dirección con El amateur, de Mauricio Dayub. Corría el 2008 cuando el maestro Agustín Núñez le cedió el control de la obra que estaban preparando y dio un paso al costado para acompañar a su alumna, quien ya estaba lista para esa responsabilidad. Fátima asumió el reto con muchas ganas y mucho miedo, pero una vez que vio abierta esa puerta, la atravesó corriendo.
“No importa el rol que me toque, trato de vulnerarme, escuchar y aprender con el equipo. Seguir equivocándome también es parte”
Fátima Fernández Centurión.
De aquella experiencia recuerda el placer de trabajar con su elenco: “Ver el grupo maravilloso de personas que me rodeaban, a quienes admiré siempre. Era mi equipo, yo no podía creer. Estaba dirigiendo a los mejores actores que tenía, para mí, Asunción”.
Esta anécdota y la forma en que Fátima la recuerda es testimonio de la manera en que trabaja: en comunidad. “El papel principal de una directora de teatro es el instinto”, asegura, y elabora: “Tener la responsabilidad de elegir las personas y el tema con el que vas a dormir y despertar los próximos meses o, incluso, años de tu vida. Todo lo que hago, trato de que sea con amor y pasión. No sé cuál es mi aporte, pero no importa el rol que me toque, trato de vulnerarme, escuchar y aprender con el equipo. Seguir equivocándome también es parte”.
Como directora, Fátima recorrió una variedad de caminos, buscó la manera de acompañar a otras personas y sus procesos. Lo hace a través de distintas residencias y “me llena un montón seguir en contacto y poner en juego lo que sé en colectivos”.

Selva Fox
Pocas personas tienen la capacidad de inyectar energía a un espacio de la manera que Selva Fox lo hace. Actúa desde 1994, cuando estrenó Caperucita y el lobo goloso en el Teatro Municipal, un domingo 24 de abril, y es una de las creadoras del espacio Nhi-Mu, donde dirigió su primera obra.
Algo que la motivó a asumir el rol de directora fue poder contar sus sueños con la técnica del teatro aéreo. “Tenía que hacerme cargo yo de la dirección”, explica. El proceso fue inolvidable: “Dormía poco, pero cuando dormía, soñaba con las escenas. Me despertaba y las armábamos. Dormíamos, comíamos, entrenábamos, todo en Nhi-Mu”.
“Es importante un buen casting, un grupo con mucha sensibilidad, calidad artística y humana. Somos las responsables de toda la visión del espectáculo”
Selva Fox.
Aquella puesta fue Viaje 2. “La verdad, nos costó muchísimo, pero disfruté un montón cada escena, sus colores, la adrenalina, el público, su música y, sobre todo, el grupo humano que trabajaba con un compromiso impresionante. Con esa obra vivimos una aventura diferente en todas las funciones”, recuerda.
Selva ve al teatro como arte vivo y a la directora, como la responsable de guiar y coordinar todos los ingredientes artísticos. “Es importante un buen casting, un grupo con mucha sensibilidad, calidad artística y humana. Somos las responsables de toda la visión del espectáculo. Creo que mi aporte está en la puesta en escena; despegar actores y actrices del suelo amplía la escena de una manera increíble”, asegura.
Cuando le preguntamos qué obstáculos ve para el arte y la cultura en Paraguay, nos sugirió, entre risas, una nota dedicada exclusivamente al tema. “O mejor, una entrevista televisada desde el Senado con referentes culturales. Hablar un poco, sentar posturas, ser patriotas y saber que sin cultura este pueblo no va ir para delante”.

Mafe Mieres
De todas nuestras entrevistadas para esta edición especial, Mafe Mieres es la más joven, pero también una de las que dieron el paso decisivo hacia la dirección más pronto en su carrera. Como intérprete, tuvo su debut en el Teatro Municipal con la puesta infantil Garfio, una de piratas y princesas.
A la hora de elegir su primera puesta como directora, Terapia, descubrió su verdadero llamado: contar historias. “Siempre me gustó crear, y el teatro te ofrece el terreno perfecto para explorar y jugar. La propuesta me llegó en un momento en que estaba empezando también como actriz, entonces era una oportunidad brillante para dejar volar mi imaginación con los recursos que había aprendido en la escuela de actuación”.
En este rol, Mafe se asegura de que la obra en papel cobre vida, transporte e interpele a su público. En sus palabras, quiere sacudirlo y hacerle reír, pensar y emocionarse: “Como les suelo decir a mis actrices y actores: si la gente al salir los abraza y los felicita genuinamente, mi trabajo está hecho”.
“Como les suelo decir a mis actrices y actores: si la gente al salir los abraza y los felicita genuinamente,
Mafe Mieres.
mi trabajo está hecho”
La realidad es que ella no se cierra a nada y siempre está dispuesta a encarar un nuevo desafío. “Cuando empecé en el mundo de la actuación, mi objetivo era el cine. No lo descarto todavía, pero el teatro tiene una magia especial”, comenta, “es un espejo de lo humano, una confrontación bilateral entre intérpretes y público al mismo tiempo. Por un instante, efímero como el día a día, en un espacio compartido, un grupo de personas, sin distinción de edad, género ni de ningún tipo, llega a un acuerdo tácito para vivir una historia finita que no se va a volver a repetir nunca, porque jamás una función es igual a otra. Y eso es la vida misma, el aquí y el ahora, los instantes que vamos a guardar como recuerdos en nuestra memoria”.
Este 2025, Mafe promete seguir dirigiendo y actuando, resistiendo desde el espacio que conquistó: «Pienso que el teatro en Paraguay fue y será resistencia. Con la creatividad y pasión que nos caracteriza, vamos a seguir buscando espacios en donde reconocernos en historias diversas, hablar de temas sociales y políticos, reírnos
y reflexionar».

Luz Saldívar
El teatro es un oficio heredado para Luz Saldívar. “Vengo de una familia de actores, mis padres se formaron en la Escuela Municipal de Arte Escénico (hoy IMA), bajo la dirección de don Roque Centurión Miranda y Josefina Plá. Actué desde niña en escuelas y parroquias, y debuté como actriz en 1986 en la obra Las viejas difíciles, dirigida por Rudi Torga”, resume con la claridad propia de una profesional acostumbrada a comandar una audiencia.
El teatro es su forma preferida de expresión desde hace casi 40 años: «Es un arte vivo y en vivo, con el público alrededor, que genera inquietudes y ansiedades, pero que también premia con sus aplausos, calidez y humanidad».
Con solo mirar su trayectoria e intercambiar algunas palabras con ella, queda muy claro que una de sus mayores motivaciones es contar historias de mujeres. En 2015 estrenó su primera propuesta como directora, El pozo de las brujas: “El libreto reunía cuentos en los que se reflexionaba sobre los prejuicios acerca de las mujeres que fueron llamadas hechiceras y que, en muchos casos, eran sencillamente curanderas. Como detentaban cierta autoridad sobre sus comunidades, sufrieron persecución”. En ese contexto surgió su grupo, Rara Avis Escena, comprometido con esa visión.
“Como les suelo decir a mis actrices y actores: si la gente al salir los abraza y los felicita genuinamente,
Luz Saldívar.
mi trabajo está hecho”
Lo que le quedó de ese momento fue “el hecho de sacar una puesta muy particular, con una impronta personal. Me dijeron que era una propuesta extraña, que empujaba a pensar; eso me alegró bastante y me dije a mí misma: ‘Chica, arrancamos bien’”.
Quizás por estas razones es que su trabajo como directora es uno que la define. “Por una parte, como artista, presento una propuesta creativa; y por otra, creo que existe un compromiso social que es insoslayable”, propone Luz Saldívar y nos explica que “en este sentido, soy mujer, escribo y dirijo desde mí ‘ser de mujer’. Si leo Hamlet, de Shakespeare, mi foco de atención se dispara automáticamente hacia Ofelia y Gertrudis. Trato de desentrañar lo que dicen y lo que no dicen, que es también sumamente importante, a fin de narrar una historia en paralelo desde esa visión”.
Muy a tono, el próximo abril estrena Yo, Zelda, basada en la vida de Zelda Fitzgerald, una escritora, bailarina y pintora que atravesó como un cometa los locos años 20.

Paola Irún
No hubo un momento en la vida de Paola Irún en que el arte no estuviera presente. En sus años formativos, siempre coqueteó con el teatro antes de dedicarse por completo profesionalmente. En 2002 tomó la decisión de enfocarse en las tablas y lo hizo con la producción Doña Rosita la soltera, de Federico García Lorca.
Su paso a la dirección estaba a la vuelta de la esquina. En retrospectiva, hubo dos momentos definitivos y ambos estuvieron marcados por la dramaturgia, ya que al menos el 90 % de las propuestas de toda su carrera fueron de su propia autoría. Una fue en contexto de escuela: “Cuando empecé a enseñar, dirigí y escribí la primera obra con alumnos y alumnas. Se llamó Yo, ellas, nosotras y José, allá por el 2004 o 2005. La segunda, que marcó un antes y un después, fue Arritmia. Así el silencio no es tan fuerte, en 2010, que fue el comienzo de mi proyecto ENBORRADOR teatro en construcción, que sigue hasta hoy”.
“Hoy todo es vertiginoso, efímero… redes sociales, inteligencia artificial. El teatro viene a llevarte a otro lugar, aunque sea por un rato, pero ese rato es único e irrepetible, sucede solo esa noche y ante ese público específico”
Paola Irún.
¿Qué la motivó a tomar la posición de directora por primera vez? “Quería crear algo que yo quisiera ver, tanto en la dirección como en la dramaturgia. Construir la obra en la cual quisiera actuar”, explica. “Actualmente, más que nunca, la inmediatez del teatro es algo que no se encuentra en ninguna otra disciplina. Hoy todo es vertiginoso, efímero… redes sociales, inteligencia artificial. El teatro viene a llevarte a otro lugar, aunque sea por un rato, pero ese rato es único e irrepetible, sucede solo esa noche y ante ese público específico”.

Raquel Martínez
“Yo siempre me presento como una actriz. La dirección fue un agradable accidente que hasta hoy me ha procurado lindos aprendizajes, sobre todo como intérprete”, reflexiona Raquel Martínez, una artista que vive intensamente todas las experiencias a las que llega a través de su natural curiosidad. Formó parte de Hara Teatro, del maestro Wal Mayans, uno de los primeros grupos que exploraron la línea del teatro antropológico con una metodología propia. Este elenco es reconocido como uno de los pioneros en plantear el proceso de laboratorio previo a las puestas en escena.
Dirigida por Wal Mayans, una de las obras que definieron el rumbo de la carrera de Raquel Martínez fue el unipersonal Damiana. Una historia silenciada, realizada en el ex-Hospital de Clínicas. “Fue, para mi experiencia teatral y diario de actriz, un legado para mí misma”, explica. Cuenta lo sucedido con Krigi, una indígena aché secuestrada de su comunidad, tomada como trofeo de guerra para la modernidad y objeto de estudio.
“Yo siempre me presento como una actriz. La dirección fue un agradable accidente que hasta hoy me ha procurado lindos aprendizajes, sobre todo como intérprete”
Raquel Marínez.
“Quiero mencionarla siempre para que cosas así nunca más queden silenciadas”, reflexiona sobre esta y las otras historias que desea contar: “Las que me generan algo en el pecho, me movilizan. Esas historias que necesitan voz, que ni siquiera tienen un mensaje, pero que están ahí palpitando. Tengo un trabajo personal pendiente, que se encuentra en esa zona de suspiros”.
Su quehacer como directora da lugar a los espacios alternativos, como los terrenos y las casas abandonadas, los galpones y otros ambientes menos tradicionales para el montaje de una obra. Ella denomina a esta filosofía “poética del espacio vacío”: “Aprendí a entenderlos como sitios de supervivencia, más que estéticos o de moda. Por eso, hoy, la mayoría de mis obras se complementan en ambientes así. Están más cerca de lo real y forman parte de mi biografía”.
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