Nota de tapa

Sembrar la esperanza

El futuro digno que brota de la tierra

Con un panorama mundial en el que se estima que 690.000.000 de personas se encuentran subalimentadas, mujeres paraguayas de zonas urbanas y rurales siembran el camino hacia su seguridad alimentaria.

Cada mañana, Dayse Almada, pobladora del barrio Caacupemi del Bañado Norte, se levanta temprano, pone música y empieza a regar sus cultivos. Remueve y trasplanta lo necesario, arranca yuyos y tira las hojas secas.

El sueño de Dayse siempre fue tener una huerta en su casa. Concretar este proyecto en plena pandemia representó una bendición para ella y su familia, ya que el acceso a los alimentos se complicó muchísimo en estos meses, por un lado por su distribución, y por el otro, por la falta de ingresos económicos.

Según datos de la Organización Mundial de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en el 2019 el 8,9% de la población mundial, 690.000.000 de personas, estaban subalimentadas. Y se estima que, de manera preliminar, entre 83.000.000 y 132.000.000 pasarán hambre a consecuencia del impacto de la pandemia.

Dayse, junto a otras compañeras del Bañado y jóvenes de Asunción y alrededores, forma parte del grupo Guerrilla Verde, una organización ambienta lista y multidisciplinaria que trabaja los ejes de alimentación, salud y reciclaje. Recuerda que fue una de las últimas en sumarse, pero una de las primeras
en preparar el espacio para conformar su huerta.

“Dos semanas antes de que me lleven los plantines yo ya había preparado todo, tenía muchas ganas de ver llena mi huerta. Hoy está hermosa. Ya sé hacer los semilleros, cuidar tomates, tengo zanahoria y perejil, etcétera. Es pequeña, pero hay variedad”, afirma la madre de familia, quien también prepara ollas populares en su barrio.

Los jóvenes de Guerrilla Verde fueron quienes acercaron sus conocimientos y ofrecieron herramientas a familias como la de Almada para trabajar la autosustentabilidad, tanto alimentaria como económica.

“La falta de verduras era impresionante. Fue una bendición que ellos (los chicos de Guerrilla Verde) aparecieran en estos momentos tan difíciles que vivimos, nos ayudaron bastante. No nos abandonaron y estamos más que agradecidos”, menciona.

Dayse no solo está asegurando verduras y frutas para su mesa familiar, sino también para vecinos y amigos de la zona, con quienes comercializa sus hortalizas y logra un poco de plata para su bolsillo. Además, encontró en el cultivo una pasión, y como toda apasionada, quiere transmitir a todos a su alrededor cuán importante es desarrollar una huerta propia.

Dayse Almada, pobladora del barrio Caacupemi del Bañado Norte. La huerta representa para Dayse una terapia. Según su hija, cada vez que ella se encuentra allí fuera de horario, es porque está enojada y necesita desestresarse. Foto: Javier Valdez.

Intercambio de saberes y semillas

Un grupo de mujeres, niños y adolescentes del barrio San Cayetano del Bañado Sur escucha en ronda atentamente a Ana Verón, estudiante de Ingeniería Ambiental y miembro de Guerrilla Verde, explicar cómo pueden realizar su propio compost, tanto para uso personal como para la venta.

La que hizo correr la voz y convocó a sus vecinas fue Alicia Penayo, quien mucho antes de integrar la organización ya fundó su propio grupo de gente interesada en esta actividad y lo nombró Sembrar es Resistir.

“La huerta me cambió la vida, tanto en lo económico como en lo emocional”, cuenta Alicia, cuyo tapabocas no ataja la emoción con la cual salen sus palabras. Desde que empezó con la huerta en su patio, se siente útil para ella, su familia e incluso para su comunidad. Además, le dio otro sentido a su vida ya que, confiesa, pasaba por un estado de depresión.

La pandemia les agarró a ella y a su marido trabajando de recicladores, pero como las restricciones sanitarias fueron aumentando, tuvieron que dejar esa labor. Ese fue el momento para animarse a iniciar la siembra, con la idea de tener verduras para el autoconsumo.

“Aproximadamente ocho meses me llevó tener mi huerta como está ahora. Requiere de tiempo y trabajo. Además, también tengo que hacer las tareas del hogar y atender a mis hijos. Supuestamente iba a ser para nuestro consumo nomás, pero un día me cansé, agarré todas las semillas que tenía en paquetitos y tiré en el tablón. Pensé: ‘Que sea lo que Dios quiera, salga o no’. Empezó a brotar muchísima lechuga”, dice Penayo.

Esas lechugas fueron esenciales para los meses venideros. Ella y su marido agarraban la carretilla y salían a vender por el barrio. Después empezó a ofrecer sus hortalizas en grupos de Whatsapp, compartía fotos y la gente le pedía más y más. Así logró equilibrar la dieta de su familia, porque aparte de tener sus propios verdeos, con las ganancias de las
ventas compraba carne y otros alimentos.

Mientras hablamos con Alicia, Alberto Núñez y Natalia Paredes reparten semillitas a quienes se inician recién con un semillero. Las mujeres y los adolescentes se ensucian las manos para sentir el abono y sembrar lo que en el futuro será parte de la ensalada en el almuerzo familiar.

A esta reunión no solo asistieron mujeres del Bañado Sur, pues recibieron la visita de tres representantes del Bañado Norte: Ña Zuny, Raquel y Dayse, tres mujeres líderes en sus barrios y que con orgullo hoy cuentan cuán hermosas son y cuánto crecieron sus respectivas huertas.

En palabras de Alberto, coordinador de Guerrilla Verde y estudiante de Medicina, se generó una unión entre las señoras del Bañado Norte y Sur, a través de la cual intercambian semillas de flores, verduras y sonrisas. El joven resalta el empoderamiento y la alegría que irradian, ellas y sus familias, al ver la belleza de sus plantas.

“Encuentro chicas jóvenes que son madres, así como yo lo fui; entonces me gustaría aconsejarlas, transmitirles los conocimientos que aprendí para que tengan sus propias huertas. Para mí es muy poca cosa, pero cuando me agradecen y me dicen que es muy grande lo que hago, a mí me da felicidad, al poder ayudar a la gente”, comparte Alicia.

Las mujeres se ingenian para armar sus tablones y conseguir sus elementos y herramientas para labrar y regar los cultivos.

Con sus compañeras de Sembrar es Resistir, Alicia quiere organizar una jornada de belleza, en la que pueda utilizar también sus conocimientos de peluquería y manicura. Con el ingreso que junten propone armar un fondo común para comprar herramientas y elementos para trabajar la tierra.

De la huerta a la mesa

Acceder a una dieta saludable es muy difícil para muchas familias, muy en especial para quienes están en estado de pobreza. Aproximadamente más de 3.000 millones de personas en el mundo no se pueden permitir ese tipo de alimentación. Se estima que las dietas saludables son cinco veces más costosas que las que solo satisfacen las necesidades de energía alimentaria, conforme indica el material El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2020, desarrollado por FAO, FIDA, OMS, PMA y Unicef.

Modesta Flor se considera una hova’atã (caradura). Esa característica la impulsó a desarrollar su propia huerta y salir a vender sus productos en ferias, en Cleto Romero, Caaguazú. “Si no trabajás, no vas a comer”, señala con énfasis y anima a otras mujeres a que hagan lo mismo.

“Es importante tener la huerta porque aseguramos el consumo de productos saludables. Lo que se compra está lleno de veneno, por eso es mejor hacer el esfuerzo y producir las hortalizas para comer en familia. Y también se puede vender, yo suelo llevarlas a las ferias, con el ingreso cubrimos gastos de educación de nuestros hijos”, relata Flor.

Modesta Flor es consciente de que el machismo es un factor que frena a las mujeres a la hora de trabajar. Pero en su casa, ella es la comandante. Créditos: FAO Paraguay.

Doña Modesta apuesta por el trabajo en la tierra desde hace rato, porque también es una actividad en la que se involucran todos los miembros de la familia. Ahora está ampliando su huerta y siembra más variedad gracias a las capacitaciones recibidas en el marco del Plan Nacional de Reducción de la Pobreza y su estrategia de empoderamiento económico e inclusión productiva, orientada a mujeres rurales e indígenas, implementado por el Ministerio de Desarrollo Social con el apoyo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

“Tiene su sacrificio: preparación de suelo, abonado, siembra, trasplante, limpieza, etcétera. La gente de la ciudad debe conocer el sacrificio que uno hace para tener la producción, todos los días hay que dedicar tiempo. Si quienes generan alimentos dejaran de trabajar en cuarentena, la población no tendría nada que comprar para comer”, opina.

En América Latina y el Caribe, 58.000.000 de mujeres viven en zonas rurales, detalla la FAO. Ellas ocupan un rol central en la producción y el abastecimiento de alimentos, pero a la vez se enfrentan a múltiples desigualdades, como la feminización de la pobreza y la consecuencia de una mayor inseguridad alimentaria y nutricional, trasladada a sus familias.

Con orgullo, Modesta expone que hace trueque con sus productos. Intercambia tomates por huevos, por ejemplo. Eso le demuestra que su siembra es buena y que su trabajo vale.

Modesta también forma parte de una comisión vecinal. A través de ella se da cuenta de la importancia de la organización y la ayuda mutua para mejorar entre todos. “Nos pusimos como meta que cada miembro cuente con su huerta, y yo verifico que sea así. Quiero que las demás socias tengan lo mismo que yo”, agrega.

Las huertas urbanas desarrolladas por las mujeres en los bañados cuentan con abonos y pesticinadas naturales, hechos también de forma casera.

En el Bañado Norte, en el barrio San Miguel Guerrero, Sixta Bobadilla, mejor conocida como Ña Zuni, expresa que en su casa prácticamente prepara una miniolla popular cada día, porque entre sus hijos, nietos y otros familiares suman casi 25 personas.

“El tener una huertita nos salva muchísimo, más todavía en esta época del año, en la que todo cuesta mucho. Fácilmente podés hacer para consumir y sostener también a tu familia”, asegura Ña Zuni.

Ella es la presidenta de la comisión San Miguel Guerrero, líder de su barrio y propulsora también de ollas populares. El estar al frente de esta acción le impulsó a iniciar su propia huerta. No tenían verduras, entonces se dijo: “Si no puedo conseguir, voy a tratar de producir”.

“Vos ves que tu plantita está creciendo y te da una alegría inmensa, más todavía si después vienen tus hijos y nietos y te preguntan si podemos comer ensalada de lechuga. Da gusto, porque sacas nomás ya de tu huerta”, agrega la jefa de hogar.

Irónicamente, continúa diciendo, aunque viven a la vera del río, no tienen agua, lo que dificulta mucho el cuidado de sus plantas. Sin embargo, están en busca de otras alternativas, como un sistema de riego por goteo.

Además de su huerta agroecológica —en la que tiene desde lechuga, ajo, locote y cebollita, hasta tomates cherry y especias como orégano—, Ña Zuni hace compost y ahora está en plan de reforestar la zona en la que vive con sus compañeros y compañeras, después de sufrir los incendios.

Para Natalia Paredes, médica y miembro de Guerrilla Verde, las huertas urbanas representan una solución para muchas de las problemáticas que aquejan al mundo hoy. En primer lugar, la que tiene que ver con la crisis climática, teniendo en cuenta que se vuelve a la práctica de labrar la tierra, se recicla y se composta; también en la salud, ya que al luchar directamente contra la mala alimentación, se atacan las enfermedades cardiovasculares, causadas principalmente por esta.

“Además tiene un impacto económico, porque al tomarlo como un estilo de vida, te hace depender cada vez menos de productos industrializados, abarata costos y amplía la variedad de alimentos para la olla familiar. En los pobladores de los bañados se abre hoy la posibilidad de comercializar sus productos y cosechas, y eso genera una entrada importante
para el sustento económico familiar, en un contexto en el que viven día a día para llevar dinero a sus hogares”, sostiene Natalia.

Sixta Bobadilla, conocida como Ña Zuny, recuerda que su papá tenía una huerta enorme, ahora está siguiendo sus pasos. Asegura que no es barato, pero que trabajando juntos y por medio de la autogestión pueden conseguir los materiales para seguir expandiendo sus cultivos. Foto: Javier Valdez.

Una oportunidad de florecer

La pandemia del covid-19 acrecentó muchas desigualdades existentes en nuestro país, pero las mujeres han sabido encontrar el camino para gestionar una vida más digna. Ya sea por medio de ollas populares o de huertas comunitarias, las jefas de hogar hoy también son protagonistas de una forma de resiliencia.

Raquel Ruiz tiene un tapabocas de flores, un colibrí se posa en una de ellas. No hace falta que me diga que es amante de las mismas: su atuendo la delata. Tiene fotos de todos sus pimpollos: lirios, orquídeas, rosas, etcétera. Más adelante, espera poder abrir un vivero.

Su amor por el jardín y la escasez de alimentos frescos en la comunidad de San Juan de Tablada Nueva, Bañado Norte, la motivó a aprender más sobre plantaciones y ahora también ya cuenta con su propia huerta.

Raquel Ruíz se siente feliz porque está aprendiendo cada vez más sobre plantas y flores. Su celular está lleno de fotos de sus pimpollos. Foto: Javier Valdez.

“Nunca pensé que de una semilla tan chiquita podíamos lograr una lechugota. Realmente fue una experiencia muy bonita y queremos seguir aprendiendo”, añade risueña.

Para Ruiz es muy satisfactorio alimentar a su familia con el fruto de su trabajo diario, además de la alegría que siente al ver cómo su hijo también se interesa por lo que está haciendo.

“No es lo mismo que comprar, porque no sentís esa satisfacción como cuando comés algo que vos misma plantaste”, piensa. De esta manera, ella ejerce su derecho y el de su familia a la soberanía alimentaria, el de poder acceder, consumir y producir alimentos nutritivos, producidos de forma sostenible y ecológica.

Raquel es quien pregunta a sus compañeras si tienen tal o cual semilla para llevar a su casa a plantar; quiere experimentar con todo tipo de flores. Su idea es seguir sumando pimpollos a su jardín para comercializarlos en algún momento.

Aprender cómo plantar una semilla, cuidarla y cosecharla es ser artífice y espectador de la vida misma. Estas mujeres no solo cultivan una relación armoniosa con el planeta Tierra y se reconcilian con las bondades que ofrece, sino también están produciendo un futuro más esperanzador y saludable para ellas, sus familias y entornos.

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