Nota de tapa

Mujeres de ceniza

Una amistad expuesta

Entre el humor negro y el suspenso, cuatro mujeres expresan —con una sinceridad brutal— sus opiniones sobre la amistad, el matrimonio, el deseo, la traición, la nostalgia de la juventud y las cicatrices que el tiempo imprime en las relaciones. Así arranca Mujeres de ceniza, la exitosa comedia dramática que se presenta en Asunción con Margarita Irún, Clotilde Cabral, Pelusa Rubin y Ana Martini a la cabeza.

Por Leticia Ferro Cartes. Dirección de arte: Gabriela García Doldán. Dirección de producción: Camila Riveros. Producción: Sandra Flecha. Asistente de producción: Anabel Artaza. Fotografía: Javier Valdez. Maquillaje: Natalia Benítez.

Con humor, ironía y secretos, la obra nos invita a reflexionar sobre la amistad, la lealtad, el deseo, la traición y los secretos que el tiempo esconde. A un año de la muerte de su esposo, una mujer espera la visita de sus tres mejores amigas. Ellas llegan convencidas de que la encontrarán sumida en la más profunda tristeza, pero pronto descubren que las cosas no son como imaginaban. Juntas, se ven obligadas a enfrentarse a secretos que creían enterrados.

Esta obra, escrita por Sergio Marcos y Martín Guerra, ha recorrido diversas ciudades como México DF, Buenos Aires y Mar del Plata desde su estreno, y está actualmente en cartelera en la sala Molière de la Alianza Francesa de Asunción. Es una producción de A2A, dirigida por Hugo Robles y protagonizada por cuatro referentes de la escena y la cultura paraguaya: Margarita Irún, Clotilde Cabral, Pelusa Rubin y Ana Martini.

En Mujeres de ceniza, las cuatro se presentan como arquetipos de la complejidad femenina en la madurez. Clara (Ana Martini), recién enviudada, es el pilar emocional de este reencuentro: al cumplirse un año de la muerte de su marido, convoca a sus amigas a un encuentro inesperado. El punto de partida de esta reunión se hace en torno a su dolor y su pérdida.

Clotilde Cabral. Fotografía: Javier Valdez.

Teresa (Clotilde Cabral), por su parte, es la mujer más ácida y mordaz del grupo. Pragmática y directa, no tiene reparos en cuestionar ni exponer las verdades incómodas, lo que genera tanto incomodidad como carcajadas y pone siempre en discusión todas las normas sociales que las amigas parecen defender.

Pelusa Rubin es Isabel, la más despreocupada y viajera. Ella representa la rebeldía y la libertad que escandaliza a sus amigas más tradicionales. Con su humor cínico, su liviandad y su desapego afectivo, enciende las tensiones entre ellas.

Finalmente, Estela —quien en la versión local es interpretada por Margarita Irún— parece la más vulnerable emocionalmente. Sus mañas y paranoias aparentemente esconden algunas heridas del pasado que resurgen a través de recuerdos.

Un punto de quiebre se vislumbra ante las revelaciones que las cuatro mujeres se hacen mutuamente. Juntas, atraviesan una tarde en que viejas historias, rencillas y secretos salen a la luz, y las obligan a confrontar sus propias contradicciones y redefinir lo que significa ser amigas después de tantos años.

En una charla con las cuatro actrices, nos sumergimos tras bambalinas de esta historia y descubrimos las distintas miradas y experiencias que cada una aporta a este poderoso montaje.

Ana Martini. Fotografía: Javier Valdez.

Buscar lo real en la ficción

En el camerino, las cuatro se preparan, se maquillan y se visten con cierta parsimonia, mientras conversan con Pausa. Es el turno de Clotilde Cabral, referente indiscutida del teatro nacional. Ella confiesa que desde que supo de Mujeres de ceniza, aguardaba con ansias que viniera a Paraguay. “Era una obra muy esperada por nosotras, en especial por Margarita y por mí. Fue un éxito en distintos países y, ahora, finalmente pudimos traerla a Asunción”, cuenta. “Cuando una puesta llega con tanto éxito del exterior, una también espera lograr ese impacto acá. Y la respuesta del público fue impresionante, con muchos aplausos y convocatoria”, afirma.

La obra explora emociones humanas de forma cruda y directa, sin tapujos, y Clotilde lo destaca: “Es una comedia dramática que transita el humor negro y la emoción. Me encanta porque mi personaje es distendido, natural, liberal; se toma la vida como cree que es y no le importa lo que digan los demás. Eso genera complicidad con el público. La gente está pendiente de cada tontería que dice”, señala con una sonrisa. A criterio suyo, ese rasgo de su personaje hace las cosas más sencillas para que todo fluya.

A Margarita Irún, maestra y leyenda viva del teatro paraguayo, el guión la atrapó desde la primera lectura: “Soy una actriz trágica, dramática, esencialmente de carácter. Pero la comedia siempre me atrae porque tiene algo muy humano, muy verdadero. Me gustó especialmente el desafío de conjugar humor y drama en un personaje con tantas ambivalencias como Estela”, subraya.

Pelusa Rubin. Fotografía: Javier Valdez.

La historia de las cuatro amigas interpela tanto a actrices como al público, que respondió con mucha vehemencia desde el estreno.

Como figura indiscutida de los medios de comunicación, Pelusa Rubin se anima a reírse de sí misma. Cuenta que no se sintió identificada con su personaje, que fueron sus hijas quienes la animaron a volver a asumir este desafío desde las tablas. “Isabel es una exiliada del amor, yo soy muy conservadora. Jamás me iría de mi país ni de mis afectos. Eso fue lo que más me atrajo: jugar a ser alguien totalmente opuesto a mí”. Y agrega entre risas: “Además, ella pinta y expone, y yo toda la vida me aplacé en Artes Plásticas, imaginate”. Actuar, en su opinión, es como la fantasía de una vida paralela. “Siempre pienso eso cuando miro una película y veo a las actrices”, remarca.

Ana Martini, por su lado, debuta como actriz, pero cuenta con una vasta trayectoria cultural. El guión le resultó un espejo de tantas historias escuchadas a lo largo de su vida. “Me inspiré en mujeres que conocí, en relatos de amigas y de mi propia abuela, que se llamaba Clara, como mi personaje. Cada función interpela de manera distinta”, afirma. En su primera experiencia quiso construir su rol con un sello propio. “Busqué una narrativa para conectar y, sobre todo, una identidad para ella porque, finalmente, yo estoy representando un papel, pero ese papel tiene que ser comprendido, asumido, querido para que se desarrolle en toda su potencialidad”, expresa.

Margarita Irún. Fotografía: Javier Valdez.

“Actuar, para mí, fue ampliar el horizonte de posibildades. Tenemos que darnos la oportunidad de mirar las cosas desde diferentes perspectivas. Creo que es muy importante, sobre todo ahora que asumo algo como la actuación en la mitad de mi vida, es un desafío importante y llega en una etapa sensible también, para asumir una responsabilidad grande”, cuenta Ana. A diferencia de las demás, es la primera vez que actúa, entonces le vinieron muchas preguntas a la cabeza. Si iba a estar a la altura de las circunstancias, si su memoria le ayudaría…

La oportunidad le llevó a reflexionar sobre las etapas en la que están ella e Isabel, su personaje, quien todavía tiene mucho por delante a pesar del duelo y las experiencias vividas: “Las dos estamos en la mitad de la vida y empezando algo, abriendo puertas nuevas, sobre todo. Si uno lo ve así es porque el camino anterior estuvo bien hecho”.

Química tras bambalinas

Las cuatro actrices destacan la complicidad y el respeto mutuo como ingredientes esenciales para que Mujeres de ceniza brille. “Con Margarita ya trabajé en varias obras, nos conocemos, nos respetamos y nos cuidamos arriba del escenario. Sabemos cuáles son nuestros defectos y virtudes, y eso da mucha seguridad”, explica Clotilde. “Y con Pelusa y Ana fue un descubrimiento. Pelusa, aunque venga de la tele, tiene una entrega total al público. Ana, además de una gran gestora cultural, es dueña de una verborragia fantástica, un mundo propio. Es una personalidad de la cultura”, añade.

Clotilde Cabral. Fotografía: Javier Valdez.

Pelusa coincide: “Con Margarita y Clotilde nos conocemos hace años. Margarita fue maestra de mi hija, Lucía. ¡Y con Ana fue un descubrimiento! Es generosa y muy divertida en escena, nos hace reír mucho”. Entre carcajadas recuerda que en la anterior función casi no pudo aguantarse la risa en escena al interactuar con Ana. “¡Es su mirada!”, asegura Pelusa. Enseguida se enciende la chispa de la complicidad.

“Cuando la obra explora la pregunta sobre si tus amigas son realmente tus amigas, me hace reflexionar”, continúa, “porque cada persona tiene algo oculto, un secreto. Nunca terminás de conocer a nadie del todo”.

Ana, por su parte, agradece el compañerismo: “Son grandes maestras. Con cada puesta, aprendo. El hecho teatral es artesanal: nunca una función es igual a otra. El público cambia, y eso te obliga a reinventarte constantemente. Es un aprendizaje que no termina nunca”.

Ana Martini. Fotografía: Javier Valdez.

Un desafío emocional

La obra transita con sutileza entre la comedia y el drama, y explora las emociones humanas en toda su complejidad. Margarita la describe con precisión: “Para mí, la comedia tiene una verdad distinta a la tragedia. Es más difícil hacer reír que llorar. El personaje de Estela me dejó explorar esa frontera, fue un desafío muy interesante”.

Clotilde, por su lado, construye su relación con su papel desde lo emocional. “Yo me entrego a las emociones, no las intelectualizo. Me pongo en la piel del personaje y lo vivo desde lo más humano. Busco la naturalidad, el lado sensible. Eso hace que la obra sea muy real para mí y para el público”, expresa.

Ana Martini confiesa que actuar en esta historia, que toca fibras tan sensibles, fue movilizador: “Te obliga a reflexionar sobre tu propia vida, a preguntarte: ‘¿Y si esto me pasara a mí?’. El teatro no solo es entretenimiento, es también motor de sentimientos y de reflexión colectiva. Es un acto de generosidad con el público y con nosotras mismas”. Pelusa disfruta ese vaivén emocional: “El público ríe pero también se queda en silencio. Y ese silencio vale oro. Significa que la obra está tocando algo profundo”.

Pelusa Rubin. Fotografía: Javier Valdez.

La obra propone una pregunta tan sencilla como inquietante: ¿Conocemos realmente a nuestras amigas? Las cuatro actrices coinciden en que refleja las contradicciones de la amistad y la vida misma.

Clotilde reflexiona: “Pasa en la vida real. A veces creemos que las cosas van a ser de una manera y todo resulta diferente. Aquí se juega con eso, y es muy real”. Margarita, con su habitual lucidez, destaca la importancia de discernir entre lo verdadero y lo falso: “Saber quiénes son tus verdaderos amigos es clave. Las apariencias engañan. Hay que aprender a ver más allá, a valorar las amistades reales”.

Para ella, ser amigo es estar cerca en todo momento y saber llenar los vacíos. “A veces lo que se ve es falso: yo soy muy perceptiva y siento cuando los sentimientos de una persona no son de verdad. Me doy cuenta enseguida”, dice. Su labor como actriz y el hecho de trabajar con las emociones le dan una perspectiva distinta al respecto.

Pelusa, por su parte, lo lleva al terreno del humor y la ironía: “Yo creo que siempre podés confiar en tus amigas, pero en los hombres… eso no sé [risas]”.

Margarita Irún. Fotografía: Javier Valdez.

El teatro como un acto de humanidad

En conversación con Pausa, las cuatro coinciden en destacar la potencia de las tablas como acto de humanidad y espejo colectivo: el teatro es un latir común. “En nuestro país, a pesar de todo, sigue representando algo muy importante que 200 personas entren a una sala, rían y lloren juntas. Eso tiene un valor incalculable”, dice Ana entusiasmada.

Y es que el teatro nos enseña a mirar más allá de las apariencias, nos da la posibilidad de explorar el alma humana y sus contradicciones. Y, sobre todo, de pensar en nuestro propio ser.

Coinciden en que el humor es una forma de acercar a la gente a esas emociones profundas. En un momento tenso de la obra, el público se queda en silencio y, para ellas, eso también dice mucho, construye sentidos. “Te hace reflexionar mientras te reís”, afirman.

Ana agrega: “Es importante rescatar el rol del arte dramático no solamente como producto artístico, sino también como motor de sentimientos personales. Es un movimiento colectivo con una significación muy importante, porque traduce un latir colectivo. Bueno, realmente representa a la tierra. Y ahora, con la variedad que hay en el mundo, existe teatro para todos. En Paraguay no debemos perder de vista su valor”.

Al final de la obra, y de nuestras charlas, flota la pregunta que las une a todas: ¿Qué es lo que queda de una amistad después del fuego de la vida? Tal vez esa sea la esencia de Mujeres de ceniza: un retrato brutal de lo que somos, de lo que escondemos, de lo que tememos y de lo que amamos.

Con una puesta cuidada y un elenco tan interesante como diverso, Mujeres de ceniza puede ser un espejo de nuestra humanidad, que nos permite mirarnos para permitirnos seguir adelante.

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