Desde la intimidad familiar
Él lleva el delantal bien puesto: es chef, comunicador y un padre que mezcla los fogones con los juegos en casa. Su mayor desafío no es un plato complicado, sino criar a Toto y Juli con los mismos valores que lo guiaron en la gastronomía: perseverancia, creatividad y, sobre todo, amor. En esta entrevista, Peta abre las puertas de su cocina familiar y comparte recetas de vida más allá de los ingredientes.
Por Laura Ruiz Díaz. Dirección de arte: Gabriela García Doldán. Dirección de producción: Camila Riveros. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Javier Valdez.
Peta Rüger es comunicador y cocinero. En su canal, En el horno con Peta, comparte recetas, reseña lugares y hasta promueve el uso de la bici como medio de transporte. Pero la realidad es que su trabajo más importante está en su casa, como papá de Julia, de 13 años, y Toto, de 11. Y, por supuesto, Greta, la mascota de la casa a quien también paterna —pero ella “lo stalkea”, controla cada movimiento de su humano—.
La jornada comienza temprano, antes de que suene el despertador. Se levanta, revisa mentalmente los pendientes del día, hace café —ritual imprescindible— y se ocupa del desayuno familiar. Cuando hay tiempo prepara algo elaborado; a veces, resuelve todo con un par de tostadas y buena actitud. Después de dejar a los chicos en el colegio, arranca su otra rutina: grabar, editar, responder mensajes, planificar contenidos. No hay un guión estricto, pero sí método. El equilibrio entre lo doméstico y lo profesional se construye minuto a minuto. En la noche, la cena es el momento de reencuentro. Allí, aunque los celulares estén lejos, las historias circulan libremente.
Entre los tres hay una química innegable, producto de una convivencia con confianza, cariño y humor, cimentada con risas y pasión compartida, la herencia de Peta: saber comer y comer bien. Toto ama experimentar sabores y probar cosas nuevas, Julia se queda con lo seguro: no hay nada como unas buenas milanesas con papas fritas.

Nos permitieron entrar a su lugar seguro, la cocina, y poder, desde ahí, conocer más sobre cómo Peta experimenta su paternidad. “Ellos todavía no han desarrollado un gusto por la cocina”, cuenta. Pero, como ya les adelantamos, les encanta comer y también se dan cuenta del alcance del trabajo porque cada vez que van a algún lado se deben atener a las consecuencias del reconocimiento que ha recibido su padre.
Sin dudas, la cocina influyó de manera directa en cómo enfrenta Peta su paternidad. La paciencia, la creatividad, el trabajo en equipo —con su team-player, Checha— son claves. “Lo que yo siempre trato de transmitirles es perseverancia y constancia”, dice. “Hay que volver a intentar, hasta que salga, y una vez que sale, volvés a probar. Creo que es natural que un cocinero o alguien que trabaja en cocina quede insatisfecho con el resultado, porque piensa que le pudo haber salido un poquito mejor”, explica.
Con todo lo que Peta nos muestra en sus redes sociales, podríamos pensar en platos elaborados en la mesa familiar con mucha frecuencia. Pero la realidad es que los fideos con manteca son el platillo de primera necesidad, apto para toda ocasión.
“Toto es un fanático del huevo, no puede faltar en casa”, comenta Peta.

Hay una anécdota que él cuenta siempre con una sonrisa. Toto, cuando tenía apenas dos años, agarraba una olla o una sartén y la llevaba hasta donde él estuviera. No decía una palabra, pero la intención era clarísima: quería huevos. Si traía la sartén, fritos; si traía la olla, duros. Así comenzó lo que él llama “la era del huevo”, en la que su hijo desarrolló un amor incondicional por esa proteína versátil. Así, una mañana caótica se volvía un momento compartido, una escena doméstica cargada de ternura.
Juli es como la madre, Checha, no quiere seguir recetas. Eso sí, ya hizo de las suyas y quemó una olla preparando pororó. Pero así se aprende; ahora ya sabe cómo elaborar el snack. Esa cotidianidad construida entre espátulas y risas es, para Peta, el tipo de recuerdos que más importan: los que no necesitan escenario ni producción, pero quedan adheridos a la memoria, como el olor del maíz quemado quedó en la cocina.
Lo que no se permite en ciertos momentos son las pantallas. “Nadie con el celular” es la regla. Y siempre es una experiencia para estar en familia. “Compartir más allá de un plato, ¿no? La mesa, la comida, une. Ahí podemos divertirnos, pasar bien y estar con quienes queremos”.

Los sueños no tienen la forma que uno imagina
De comunicador a cocinero, Peta sabe que la vida se reinventa: «Siempre digo que los sueños no vienen con la forma que uno piensa que tendrán. Cuando uno ve una oportunidad, hay que tomarla. No debe bajonearse si algo no sale como quiere, a la larga esos obstáculos nos ayudan a ser mejores personas, a valorar lo que tenemos”.
La respuesta es insistir y persistir. “Me eliminé de MasterChef porque preparé vori vori y chipa guasu, y cuando llevé la cocina paraguaya a Europa, valoraron muchísimo ambos platos, les encantaron. Un mal día no hace que dejes de hacer eso que tanto te gusta: es rectificar, corregir los errores y volver a probar hasta que salga bien”.
“Me encantaría que ellos heredaran mi disciplina, que me lleva a la perseverancia y la constancia. Eso es lo único que al fin y al cabo te va a destacar”, dice. Y aclara: “Uno puede ser muy inteligente, talentoso, pero si a eso no se le aplica disciplina, es muy probable que se quede en el tiempo. Me encantaría que cocinen y que les guste”.

La relación con el afuera
Uno de los videos con más repercusión de En el horno con Peta es, sin dudas, ese en el que Toto lo ayuda a preparar pizzas a la parrilla.
Durante la pandemia, sus hijos lo ayudaban con los videos, era una forma más de compartir momentos. “Con mi esposa decidimos tratar de exponer a nuestros hijos lo menos posible. Hay veces que se puede más y otras, menos, pero nosotros también a ellos le decimos que la cuestión mediática no es fácil”, expresa Peta. “Siempre hay que tener los valores de la casa bien inculcados, que sean claros para saber lo que quieren en la vida, qué está bien y qué está mal”, remarca.
El regalo que Peta les deja son los videos. Pueden encontrarse a sí mismos en YouTube, cuando tenían un año o dos. “Ojalá que ese sea un legado para ellos, para que se puedan ver y recordar esos momentos”, dice. En un mundo donde la gastronomía cobra cada vez más relevancia, no solo como arte sino también como agente de cambio social, los chefs asumen un rol que va más allá de los fogones. Para un reconocido cocinero, padre y mentor, esta profesión conlleva un compromiso ético con la comunidad, los productores locales y las futuras generaciones.

Una cuestión de conciencia
Aunque su plataforma principal sea el entretenimiento, Peta sabe que todo contenido genera un impacto. Desde hace un tiempo busca dar espacio en sus redes a emprendedores locales, ferias agroecológicas y huertas comunitarias. No como una campaña, sino como un compromiso personal.
“Hay una ética en mostrar”, dice. Y eso implica decidir a quién se visibiliza, qué tipo de consumo se promueve, qué se naturaliza como cotidiano. También es consciente de que muchos chicos lo ven, lo escuchan y lo imitan. Por eso intenta no caer en frases hechas, no reproducir estereotipos, no ridiculizar a nadie. En un entorno en el que la exposición es moneda corriente, él busca cocinar desde el respeto.
“Los chefs tenemos una responsabilidad social con nuestro entorno: apoyar a los productores locales, ayudarles a desarrollar sus productos y, sobre todo, pagarles lo justo”, afirma Peta. Esta filosofía no solo guía su trabajo, sino también la educación que les da a sus hijos. “Siempre les pregunto: ¿Prefieren comer en una cadena multinacional o apoyar al pequeño productor de la esquina?”.

Para él, el ejemplo es clave. “Aunque mequieran regalar algo, muchas veces insisto en pagarlo, porque valorar el trabajo ajeno es fundamental”, reflexiona.
El machismo aún es una realidad en las cocinas profesionales, pero su mensaje es claro: “Les digo a mis hijos que todos valen lo mismo, nadie debe permitir el menosprecio”. Reconoce que el ambiente culinario es jerárquico, pero cree firmemente en la complementariedad. “En nuestras debilidades están las fortalezas del otro, y viceversa. Cuando se trabaja en equipo, se crea una especie de yin y yang que hace que todo funcione”.
Si alguno de sus hijos decidiera seguir sus pasos, su consejo sería: “No se conformen con poco. Den siempre el 100 %, incluso si empiezan lavando platos: que sean los mejores bacheros”. Para él, el éxito en la cocina no depende del puesto inicial, sino de la pasión y la dedicación en cada escalón.
Más que técnicas culinarias, quiere inculcarles valores de vida: “Ojalá sean felices, formen una familia sólida y transmitan lo que aprendieron: trabajo, responsabilidad y, sobre todo, amor”. Para Peta, la cocina es una herramienta, pero la verdadera riqueza está en vivir con propósito. Y ese, quizás, sea el mejor plato que pueda ofrecer.

Un homenaje con sabor a infancia
Durante todo el encuentro, Juli y Toto observan, opinan y participan. Tienen claro que papá cocina, pero también que papá comunica y escucha. Juli, por ejemplo, posee un radar finísimo: sabe cuándo una salsa lleva esas verduras que no le agradan. Le encanta decir “eso no me gusta” sin vueltas, lo que para Peta es una gran enseñanza: la sinceridad también se aprende desde la mesa. Su comida favorita son las milanesas con papas fritas, pero la sopa paraguaya que prepara su papá es “la mejor de todo el mundo”. “Si no es la que él hace, no como”, aclara.
Toto, en cambio, es más curioso, más experimental. Se anima con el picante, los sabores fuertes, hasta comida hindú. “Pruebo de todo, pero si no me gusta no vuelvo a comer más”, dice. Le encanta el pollo que prepara su papá. “Es como un crítico gastronómico”, bromea Peta. A su manera, cada uno ya empezó a construir su relación con la comida y, sobre todo, con el acto de compartirla.
Dentro de 20 años, si sus hijos le rindieran tributo con una cena, confiesa entre risas que le emocionaría encontrar un plato sencillo pero lleno de nostalgia: “Una milanesa con papas fritas, porque hoy es lo que más les gusta”. La simplicidad de ese menú revela su filosofía: los afectos verdaderos se condimentan con recuerdos cotidianos, no con ostentación.

Al preguntarle cómo quiere ser recordado, su respuesta dibuja una faceta única como padre: quiere ser visto como “tolerante y justo”. “Que sepan que, aunque alguna receta haya salido mal, siempre intenté hacerlo lo mejor posible”, dice. Reconoce que su trabajo como profesional no es lo principal. El ritmo vertiginoso de las redes sociales a veces opaca la conexión con su audiencia, pero subraya que detrás de cada contenido hubo pasión auténtica.
Si la crianza fuera un plato, lo describiría como “equilibrado, debe tener proteína, verduras, carbohidratos y hasta un postre. Sería una preparación con muchas cosas, porque la vida es así, ¿no? Uno no sabe qué le va a tocar, pero debe tratar de ser lo más equilibrado posible para estar saludable y poder seguir trabajando”.
Sus palabras finales destilan ternura y propósito: “Quiero que mis hijos crezcan seguros, amados y felices. Esa sería nuestra mayor retribución”. Compara la familia con un “proyecto a largo plazo” que requiere planificación, pero también flexibilidad. Cada viaje, cada comida compartida, es un ladrillo en ese edificio de memorias.
“Que sepan que son queridos y que nos hacen falta”, dice y continúa: “Porque al final, más que los logros profesionales, lo que perdura es el amor que sembramos”.
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