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UNA MIRADA A LA CIUDAD SILENCIOSA

Texto y fotos: Fernando Franceschelli.

Asunción. Camino por calle Palma e intuyo la presencia de cada uno de los personajes propios del centro de la ciudad. Personajes que han estado ahí desde siempre, como si fueran parte del mobiliario urbano. La imagen de un centro que me resultaba propio se diluye y muta en otro ajeno, vacío, casi fantasmagórico.

Solo unos pocos valientes pasan esquivándome a paso veloz como con miedo, y otros, quietos en sus puestos callejeros, miran mientras buscan el sustento diario. Las persianas de los negocios están cerradas y las bocas, probablemente sonrientes, ocultas tras un pedazo de tela blanca. Solo las miradas continúan dándole humanidad al encuentro.


Resulta hermoso que el cielo por estos días se vea luminoso y con temperaturas felices; sin embargo, la ausencia del ruido de motores propio de la capital—que ha sido reemplazado por largas mañanas silenciosas y por el canto de miles de pajaritos— me inquieta. En otras circunstancias, la quietud me llenaría el corazón.

Una chica con voz alegre me ofrece chipa y cocido a buen precio. Los barrenderos de la Municipalidad se detienen a barrer poca basura, indiferentes a la cámara. En algún lugar, militares pasan desinfectando paradas de ómnibus y rincones inverosímiles en patriótica misión.

Por aquí, motociclistas circulan a toda velocidad haciendo entregas con el rostro cubierto. Alguien habla por teléfono inmerso en vaya a saber qué. Por allá, pequeños y ancianos hacen cola para vacunarse antes de que llegue el tiempo del frío. En todos lados, la vida sigue palpitando escondida tras un vidrio, a la espera de la última cifra de infectados.

Finalmente, la desigualdad constante: quienes siguen saliendo a la calle para asegurar el sueldo, los que por estos días comen de más, quienes no tienen alimento y la solidaridad de quien colabora para ayudar a otros. Dicen que esto durará varios meses más. Mientras tanto, imploro seguir recorriendo con mirada curiosa esta ciudad que hoy me resulta ajena.

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