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Cine de barrio

La sala oscura donde confluyen las conversaciones y el arte

Intimidad y confort son dos palabras que describen perfectamente la experiencia en Cine de Barrio. Con solo 16 asientos para el público, se crea una atmósfera propicia para disfrutar de una peli que difícilmente se pueda ver en una sala comercial y con esta tecnología en nuestro país. El cine independiente encontró un espacio en el barrio Las Mercedes, dirigido por el cineasta (y cinéfilo) Marcelo Martinessi, quien nos prestó su tiempo para contar, en propias palabras, la crónica de los primeros meses de vida de este ambicioso proyecto que se materializó en 2023, y lo que podría deparar el 2024.

Entrevista: Patricia Luján Arévalos. Texto: Marcelo Martinessi. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Fernando Franceschelli.

Una mujer obesa aparece en pantalla fumando compulsivamente. Deja sobre la mesa el pequeño bastidor donde bordaba y se acerca a su cuñado, que duerme en el sofá después de una borrachera. Se quita el zapato de tacos y empieza a pegarle en la cabeza. En la pequeña sala están su hijo menor de tres años (con un cuchillo), un perro y una cotorra enjaulada. En la cocina contigua, indiferente a los ruidos, se encuentra Ray, el esposo alcohólico. Ella —sabemos que se llama Liz— sigue pegando hasta que la cabeza del hombre sangra. Luego se acerca a la mesa y enciende otro cigarrillo.

Conexiones remotas

La historia que inunda la pantalla transcurre en una nublada, a veces lluviosa, ciudad del Reino Unido, pero nosotros estamos en una pequeña sala oscura de Asunción y afuera hace mucho calor. La función de Ray & Liz no está llena, pero hay un público atento, asombrado al descubrir una forma narrativa inusual con personajes lejanos que de repente parecen estar a nuestro lado.

Después, algunos preguntarán si son actores o personas de la vida real; si viven allí o si ese es un set de cine, y será difícil darles una respuesta exacta. El consagrado artista británico Richard Billingham usa como base para esta película las fotografías reales de su madre fumadora y su padre alcohólico, tomadas en los 80. Para filmarla, regresa a su casa de infancia con una cámara de 16 mm y reconstruye esta pequeña gran tragedia doméstica con toques de humor, que fue premiada en el festival de Locarno en el 2018. Se trata de una de las películas contemporáneas que LUXBOX (agente de ventas internacional) ha licenciado a Cine de Barrio para su estreno local.

Difícilmente la cartelera comercial exhibirá títulos como Ray & Liz en Paraguay, y sería un gran desafío distribuir los documentales El silencio es un cuerpo que cae y No intenso agora, la película boliviana Chaco o la celebrada obra uruguaya, ganadora de Cannes en 2004, Whisky.

Cine de Barrio procura acercar al público asunceno historias, ajenas y propias, no disponibles comercialmente y que en la mayoría de los casos presentan narrativas y formas contrahegemónicas de ver el mundo. El proyecto es la suma de voluntades de un equipo local, en alianza con varias instituciones, a más de distribuidoras internacionales de cine de autor, cineastas y productores independientes de varios países que confían apasionadamente en que se puede formar una mirada crítica, que el cine es una herramienta para pensar.

El punto de partida es una sala oscura que ilumina, un pequeño espacio para 16 a 24 personas ubicado en el barrio Las Mercedes. Cuenta con equipos de vanguardia para proyección de imagen y sonido, y un tratamiento acústico delicado con estándares internacionales para apreciar cada detalle de las obras. El proyecto recoge la vieja tradición de ver cine en comunidad, hábito que ya existía en salas y cineclubes de Asunción de los 60 y 70, pero que se fue perdiendo. Fue pensado como una nave para viajar a otros tiempos y latitudes; para imaginar, volar, sentir y vibrar. Es así de ambicioso.

En estos primeros meses se vivieron momentos muy especiales. Se estrenó, por ejemplo, Matar a la bestia, película argentina protagonizada por Ana Brun. Hubo un ciclo dedicado a joyas del cine local (Latas vacías, Tierra roja y otras) que merecen volver siempre a la pantalla grande. Un momento emocionante fue la exhibición de Novena, la película de Enrique Collar, artista paraguayo residente en Holanda, quien estuvo presente con parte de su equipo para la proyección y reflexión alrededor de esta obra filmada en Itauguá Guasú en 2010. También se construyeron recuerdos conmovedores: un recorrido por la obra de Agu Netto, el debate con Diego Mondaca (Bolivia) acerca de su película Chaco y la sala llena con el documental de Renate Costa.

La programación internacional fue armada con clásicos de Fritz Lang y un ciclo del dramaturgo estadounidense Tennessee Williams. En conjunto con España y el Centro Cultural Juan de Salazar se puso, además, foco en obras de maestros como Buñuel, Bardem, Trueba, Saura y otros. Este año —a modo de piloto— se centraron las actividades en los sábados y otras ocasiones especiales, pero se piensa en un 2024 con actividades más regulares que incluyan días de semana y también domingos, ya con las lecciones aprendidas y con énfasis en áreas donde el cine es más necesario, urgente.

Las alianzas naturales del proyecto han sido con la fundación Itaú, que apuesta fuertemente por la cultura en el país; la Dirección Nacional de Propiedad Intelectual (Dinapi), que asesoró en la legislación relativa a la cadena de derechos de autores cinematográficos; la Municipalidad de Asunción, que entrenó al equipo en prevención de incendios y accidentes tecnológicos; y la Secretaría Nacional de Cultura, a través de sus fondos concursables. El equipo y los aliados elaboraron un plan de uso eficiente de energía, de modo a contribuir con un mejor aprovechamiento de recursos y con el cuidado del planeta.

El componente académico que se desarrolló desde abril permitió que gremios del audiovisual y estudiantes de cine participen de charlas gratuitas con invitados internacionales de Uruguay, Bolivia, España y Brasil. A estos se sumaron varios críticos, técnicos, directores, guionistas, actores y pensadores locales, entre ellos la historiadora Milda Rivarola, que presentó los primeros registros fílmicos del Paraguay del marqués Robert de Wavrin, hallados y restaurados por la Cinemateca de Bruselas.

Por otro lado, varias actividades abordaron la coyuntura actual desde este ángulo: Menchi Barriocanal moderó una sesión de cine-debate con mujeres políticas, que compartieron una película sobre los peligros de sociedades donde se impone el fundamentalismo. En otros encuentros puntuales se habló de salud mental, arquitectura, patrimonio, filosofía y democracia con diversos especialistas, siempre con la pantalla grande como eje.

Para el cierre del año, se está planeando un ciclo de cine sobre Derechos Humanos, con una producción paraguaya reciente, Guapo’y (premiado documental de Sofía Paoli Thorne y reciente portada de Pausa), que aborda la historia de una mujer que vivió en prisión y fue torturada bajo la dictadura de Stroessner. Se exhibirá en diálogo con El acto de matar, de Joshua Oppenheimer, que también trata sobre prisión, tortura y desapariciones durante el golpe militar de Indonesia, que generó un shock mundial en el 2012 cuando se estrenó y fue nominada a un premio Oscar.

Desde la curaduría, tratamos siempre de que las películas se presenten en un contexto y, sobre todo, que dialoguen con lo que nos pasa como sociedad; a veces, incluso, con el cine que se hace en Paraguay. Somos un país con una larga historia de aislamiento y esta gran ventana que nos regala el cine es esencial, vital, para construir futuro.

Marcelo Martinessi, director y curador de Cine de Barrio.

Una construcción relevante

La historia en la pantalla está terminando. Ahora, un asistente social llega al modesto departamento en el que viven Ray y Liz. Les informa que el hijo menor, aquel niño que vimos al comienzo con un cuchillo en mano, ya no puede seguir viviendo con ellos. El Estado considera que ellos dos son un peligro para el niño y ha decidido llevarlo a un hogar sustituto. Eso significa que la subvención estatal que reciben será reducida.

Cuando el asistente se marcha, Liz se pone a llorar. No sabemos si por la tristeza de perder al niño o la reducción de la subvención. La escena, sutilmente, no nos permite juzgarla, apenas trata de ponernos en su lugar. Con sus miserias, vicios y contradicciones, estamos ante el retrato de una mujer de verdad. Ray le toca el hombro, ella le pide que le encienda un cigarrillo.

Después de la película, el público se queda charlando. Los presentes no se conocen, pero igual hablan entre ellos, preguntan si hay más películas parecidas, comentan que nunca vieron algo así, consultan si se volverá a proyectar porque les gustaría verla con otra persona. Entonces ocurre la magia: la obra de realismo social británico que transcurre en Birmingham resuena en Asunción y nadie sale indiferente. De eso se trata.

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