Nota de tapa

Tereré

Una exploración del símbolo de tradición, trabajo e identidad

Cada uno elige cómo lo prepara: qué tipo de termo y guampa, esa bombilla que es la favorita, el pohã ro’ysã ha ere eréa. La ronda empieza y casi siempre al menor le toca tykuar. Las discusiones sobre la receta perfecta varían, lo cierto es que con todas esas diferencias hay algo que nos identifica como paraguayos y que compartimos: el tereré.

Por Laura Ruiz Díaz. Dirección de arte: Gabriela García Doldán. Dirección de producción: Bethania Achón. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Javier Valdez. Agradecimiento: Secretaría Nacional de Cultura.

El tereré, esa bebida tan arraigada en nuestra cultura, trasciende a una simple infusión refrescante. Es símbolo de tradición y cohesión social, enraizada en la historia y las costumbres del pueblo paraguayo.

Desde la elección meticulosa de los utensilios hasta la selección cuidadosa de los ingredientes, cada aspecto del ritual del tereré revela un sentido de identidad compartida entre los habitantes de nuestro territorio. Este artículo se sumerge en las profundidades de esa práctica y explora su significado cultural, su impacto en la economía local y su papel como medio de conexión.

Cuando nos adentramos en la historia del tereré, encontramos un tejido complejo de mitos y realidades que rodean su origen y evolución a lo largo del tiempo. A través de debates intensos de historiadores y estudiosos, buscamos desentrañar los distintos relatos que dan forma a la narrativa y reconocemos su papel no solo como bebida refrescante, sino como un símbolo de resistencia y arraigo cultural para miles de paraguayos.

Además, por medio de entrevistas con productores y vendedores de tereré y plantas medicinales, como ña Cristina Amarilla, y de iniciativas como Tereré Literario, descubrimos cómo no solo es una bebida, sino un vínculo entre la tradición y la innovación, entre pasado y presente, que sigue siendo el corazón latente de la identidad paraguaya.

Un poco de historia

Si hablamos de tradición, es fácil caer en los vicios del folklorismo, que si bien tiene su mística, puede agotarse ante la reiteración de lugares comunes. Cualquier persona observadora nota la importancia clave del tereré en nuestro país. Su consumo trasciende fronteras de edad y clase, y el uso y costumbre es de público conocimiento.

Parece obvio y simple, quizás por eso no hay tanta bibliografía al respecto. Pero la realidad es que a esta bebida la circunda todo un mundo cultural que la empapa, y logró no solo permanecer en el tiempo, sino evolucionar a la par. Mientras algunos afirman que su uso fue extendido desde la época precolombina por distintos pueblos de la región, otros plantean que si bien algunas comunidades lo consumían, se popularizó a fines del siglo XIX y primeras décadas del XX, especialmente a raíz de los conflictos bélicos. Entre los entendidos, los debates son intensos.

La gran mayoría adolecemos, como paraguayos, de la falta de difusión de historias oficiales y, ante la duda, quedan muchas preguntas. Para resolverlas, recurrimos a fuentes bibliográficas y a Víctor Segovia, historiador y titular de la Dirección de Antropología, Arqueología y Paleontología de la Secretaría Nacional de Cultura.

Los primeros registros se encuentran recién a partir del siglo XVII, en cartas de los jesuitas. La historiadora Margarita Miró Ibars publicó, en un artículo denominado La yerba mate en la cultura guaraní y el origen del tereré, que muchas compañías consideraban el consumo de la yerba mate como “una superstición diabólica que acarrea muchos males”, según un documento dirigido al Tribunal de la Inquisición en Lima.

Pero no era una creencia generalizada. El padre Pedro Montenegro (1663-1728), naturalista, afirmó: “Socorrió Dios con esta medicina a esta pobre tierra (…), porque estas tierras muy calientes y húmedas causan graves relajaciones de miembros, por la grave aspersión de los poros, y vemos que de ordinario se suda con exceso, y no es remedio el vino ni cosas cálidas para reprimirlo, y la yerba sí, tomada en tiempo de calor con agua fría, como la usan los indios, y en tiempo frío o templado con agua caliente o templada…”.

Moisés Bertoni, en la parte III de su obra La civilización guaraní, describe el uso ancestral de la yerba mate por parte de los pueblos originarios en tisanas: utilizaban escudillas de barro y filtraban con los dientes. En los lugares en donde no tenían acceso a la planta se valían de infusiones frías o tibias denominadas tererekíh, muchas de ellas con fines medicinales. A fines del siglo XIX, en los yerbales y obrajes de madera, el tereré era una salvación. “Los peones no resistirían sin el mate al régimen indecible al que las exigencias del trabajo les obliga”, plantea Bertoni en su libro, pues soportaban 12 a 14 horas diarias de faena pesada en pleno verano, sostenidos con mala alimentación.

Otra teoría muy común es la popularización de la bebida durante la Guerra del Chaco, que luego se extendió a todo el país. Pero, según nos cuenta Víctor Segovia, el investigador Derlis Benítez, autor del libro El tereré, aclara este punto gracias a las entrevistas realizadas a excombatientes en la década de 1990, en las cuales ellos aseguraban que de la misma manera que hoy lo preparamos y lo tomamos, ellos lo hacían con sus padres, cuando eran niños, allá por el 1900. Ya en el siglo XX se encuentran registros como fotogramas, fotografías y videos que muestran a paraguayos, sobre todo del sector popular, compartiendo esta bebida en medio de sus actividades laborales.

Víctor Segovia, historiador y titular de la Dirección de Antropología, Arqueología y Paleontología de la SNC. Retrato: Javier Valdez.

Según el historiador Víctor Segovia, los elementos y costumbres que rodean al tereré fueron cambiando y evolucionando a través del tiempo, pero la práctica permanece. Por ejemplo, se encuentra una diversidad de cuencos, guampas de madera y cuernos, y eso responde a los usos de la época y el entorno (rural o urbano). Él halla, a partir de la investigación realizada para el reconocimiento de la bebida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, tres caracterizaciones: “La primera, con fines medicinales por los pueblos originarios; la segunda, como método de filtración de agua, sobre todo en la Guerra del Chaco; y la tercera, como práctica social extendida a nivel país”.

El libro El tereré, de Derlis Benítez, resulta particularmente interesante, ya que es uno de los primeros en dedicar un estudio detallado y se enfoca no solo en antecedentes históricos, sino que se detiene a estudiar la particularidad paraguaya. El autor hace una suerte de paralelismo entre la historia de la bebida y la historia de quienes habitamos este territorio, un estudio detallado sobre su componente social e idiosincrático, en el que nos detendremos más adelante.

“La práctica del consumo como acto colectivo comunitario (principalmente en su vertiente terere jere) lleva implícita la acción de compartir. Se trata de una tradición estrechamente vinculada a la identidad cultural y social del paraguayo y paraguaya; es reencontrarse con sus raíces, utilizar ese tiempo y espacio (teko) para expresar ideas, compartir pareceres, y especialmente, sentirse parte del todo social”, plantea Víctor Segovia, en consonancia con Derlis Benítez. “Jatererépy lo mitã”, dice alguno y ya la ronda se empieza a armar.

A partir de este libro y de su propia investigación, Segovia encuentra en el tereré una de las razones de conservación del guaraní, ya que son rondas de conversación generalmente más íntimas y familiares. Y por algo se dice que la guaraníme ñañe’évo ningo ha’ete voi la ñandeve mba’éva.

Oro verde

Mucho se ha escrito ya sobre la industria yerbatera, desde sus orígenes en las compañías jesuíticas y posteriormente. En la época que describe Bertoni, se sentaban las bases para nuestro sistema económico actual de extracción de materia prima. En palabras del investigador paraguayo Ramón Fogel, los productos emblemáticos de esta economía extractivista fueron la madera y la yerba mate —en la región Oriental—, y el tanino —en la región Occidental—, los cuales fueron adquiridos principalmente por el capital internacional anglo-argentino a través de la compra de yerbales y bosques.

Además de las grandes industrias yerbateras, el cultivo y producción de la yerba mate es la fuente de trabajo de más de 50.000 familias campesinas, con una cosecha anual que supera las 50.000 toneladas. Hoy se agrupan en distintas organizaciones y asociaciones que buscan, sobre todo, la mejora del precio de la hoja. En 2023 se valuaba en G. 1500, IVA incluido, como base para la yerba mate puesta en secadero, mientras que para la yerba canchada puesta en molino, una base de G. 6000.


Una experiencia memorable

Recién en el 2019 las prácticas y saberes tradicionales del tereré fueron reconocidos como Patrimonio Nacional Cultural Inmaterial. A partir de entonces se allanó el camino para presentar ante la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) la petición de inclusión de las Prácticas y Saberes Tradicionales del Tereré en la Cultura del Pohã Ñana como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La inscripción se logró en 2020.


Pohã ro’ysã ha ere eréa

Si hablamos de tereré no podemos dejar de lado el pohã. Sea cual sea la combinación que elijamos, definitivamente vamos a encontrar un sabor inigualable. Y a esto dedica su vida ña Cristina Amarilla, yuyera de cuarta generación. Oriunda de Villa Hayes, desde hace 30 años todos los días viene a la capital muy temprano para iniciar su jornada con el oficio que aprendió de las mujeres de su familia y que hoy está heredando a su hijo.

Es madre soltera y gracias a su esfuerzo mantuvo a sus ocho hijos, y todos lograron terminar la escuela. “Agueraha chendie la cállepe ha ore roho recorre óga ha ógape, upéicha oestudiapa hikuái”, nos cuenta. Su trabajo, así como a muchas otras mujeres que se dedican a lo mismo, le permitía conjugar el cuidado con la necesaria generación de ingresos para garantizar la alimentación, la salud y la educación de su familia.

De la venta ambulante pasó a tener su local, logró agrandar su casa y conseguir movilidad propia. Hoy, nos cuenta que la venta disminuyó, lo que la llevó a también diversificar su propuesta. Además de remedios frescos para el tereré, vende secos para mate, ramas de eucalipto, hielo, bebidas refrescantes y pomadas para el alivio de dolores. Últimamente agregó también pantallas y sombreros.

Ña Cristina representa a una de las 50 familias que trabajan en el Paseo de los Yuyos del Mercado 4. En toda la zona hay, adicionalmente, otras 150 familias que también se dedican al mismo rubro. A partir de la necesidad de estrategias colectivas que permitan la cooperación es que nació la Comisión de Vendedores y Productores de Plantas Medicinales del Mercado 4.

Cristina Amarilla, yuyera de cuarta generación en el Mercado 4. Retrato: Javier Valdez.

“Nosotros nos enfocamos en trabajar en la capacitación, porque la mayoría de las personas nuevas que se suman a este rubro son madres solteras”, cuenta Javier Torres, presidente de la comisión. “Detrás de cada tereré hay una familia que se sostiene gracias a eso”, señala. Él encuentra que va en aumento la cantidad de vendedores y considera que es necesario un análisis de parte de las instituciones estatales del factor económico. “A partir de la declaración de Patrimonio Inmaterial se habla casi solo de la preservación, pero poco se menciona la cuestión económica, cuánto mueven la venta de yuyos y el alquiler de tereré”, cuestiona.

Otra de las tareas que trabajan desde la comisión es el asesoramiento: cuáles son las mezclas que se pueden hacer, cuáles no, “porque con esto se juega con la salud de las personas”. “El que no toma remedio yuyo a la mañana, no es paraguayo”, sentencia Torres con una sonrisa y detalla: “Por eso hay que cuidar muy bien lo que se toma”.

“El jaguarete ka’a se trae de San Joaquín, departamento de Caaguazú; la cangorosa, de Curuguaty, departamento de Canindeyú; romero y ruda llegan desde Acahay, Paraguarí; y del Chaco vienen hoja de viñal, palo santo, palo azul, zarzaparrilla… Cada lugar tiene sus remedios yuyos”, plantea Torres y remarca que en un tereré se puede encontrar todo el país. Al Mercado 4 de Asunción llegan alrededor de 500 productores.

“La idea es que las familias puedan tener un mayor nivel de vida, porque de la venta de tereré se sobrevive pero no deja mucha ganancia”

Javier Torres, abogado y gestor cultural.

Hay distintos tipos de yuyos y cada uno tiene su propia época. “Algunos se cultivan y otros se extraen del monte, entonces tenemos que tratar de preservar también”, señala. La deforestación y el cambio climático ponen en peligro algunas especies, así que forma parte de la capacitación también reconocerlas y evitar su extracción indiscriminada. Aunque, dice, lo ideal sería tener nuestro propio banco de plantines.

Que cada productor llegue al mercado implica un viaje muy grande, de muchas horas. Y, a veces, hay desabastecimiento. “Los empresarios compran en la zona toda la producción de plantas, entonces el productor ya no llega más”, indica. Así, los vendedores de remedios yuyos ya no pueden competir.

Por eso es que desde la comisión buscan la creación de una cooperativa. “Así vamos a trabajar mejor en el precio, la venta, la exportación —en el caso de que haya sobreproducción— y en la elaboración de abono orgánico, por ejemplo, para evitar desechos”, plantea y agrega que “la idea es que las familias puedan tener un mayor nivel de vida, porque de la venta de tereré se sobrevive pero no deja mucha ganancia”.

Javier Torres, abogado y gestor cultural. Retrato: Javier Valdez.

Tereré literario

Así como ña Cristina Amarilla, Javier Torres es nieto de yuyeras provenientes del Chaco. De la mano de su abuela, Aparicia Ramírez de Torres, recorrió los pasillos del Mercado 4 y especialmente del Paseo de los Yuyos, donde aprendió sobre pohã ñana desde la más temprana infancia. Se dedicó al oficio familiar pero también buscaba mejorar las condiciones laborales. Así se fue gestando la idea que hace siete años se hizo concreta: Tereré Literario. Creó, acompañado de su hermana, un espacio que conjuga todo ese acervo de conocimiento popular transmitido de generación en generación y lo nuevo que iba aprendiendo, sobre todo del mundo de los libros. Allí cuentan con una biblioteca muy completa con cientos de ejemplares de literatura nacional y regional, además de plantines de hierbas medicinales.

Hoy el proyecto se expandió a la Costanera de Asunción los fines de semana, de viernes a domingos, de 17.00 a 21.00. “La idea fue mía, pero trabajamos con el apoyo de la Municipalidad de Asunción, que nos cedió el espacio y también hizo donación de libros”, cuenta Torres. El objetivo en las dos sedes es el mismo: transmitir cultura.

Por esa razón, desde las redes sociales (Terere Literario en Facebook y @terereliterario en Instagram) realizan un trabajo constante de difusión. “A través de nuestros perfiles enseñamos la preparación, las combinaciones, charlas de cultivos y cuidados de plantas medicinales que se pueden tener en la casa”, comenta. “Trabajamos justamente la revalorización y la promoción del pohã ñana y de las costumbres”, nos comparte.

¿Qué es lo paraguayo?

Para responder a esta pregunta volvemos a ese libro que nuestro entrevistado Víctor Segovia tan bien citó. En El tereré, Derlis Benítez hace una afirmación que podría resumir la importancia de esta costumbre en un país multicultural: “El tereré en el Paraguay en gran medida ha penetrado todas las culturas existentes en su interior, en mayor profundidad las culturas indígenas; paulatinamente va penetrando con fuerza en las culturas llegadas de fuera, e incluso va traspasando los límites de nuestras fronteras”.

En la misma línea que el autor, el tereré es, además, un sinónimo de encuentro. Decir “eju jaterere” reemplaza la necesidad de la mención del ñemongeta, que aún se encuentra implícita en esa afirmación. Pero, además, afirma que “viene a ser para el paraguayo como el ‘ocio’ para el filósofo, que le permite reflexionar, aclarar ideas, buscar soluciones, etc. Hoy más que nunca, en este mundo supertecnificado, con un ritmo de vida marcado por el ritmo de las máquinas que no se cansan ni tienen deseos de dialogar, compartir, amar, llorar, reír, etc.; el ser humano necesita alejarse un poco del ruido, replantear este ritmo metálico y salvarse de la esclavitud de su propia obra”.


Los favoritos

Según ña Cristina y Javier, entre los remedios refrescantes más solicitados encontramos taropé, kapi’i katĩ, perdudilla y otros; para el dolor de estómago y la digestión, hinojo, ajenjo, jaguarete ka’a; también uña de gato, ñuatĩ pytã. El kokũ es empleado para el hígado, menta’i para los nervios y para los riñones, el para para’i.


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