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Comercio religioso

Con la esperanza renovada junto a la Virgen

Alrededor de la celebración de la Virgen de Caacupé hay miles de familias cuyo sustento depende del comercio, actividad económica que tuvo un duro golpe durante la pandemia. Este año, hay esperanza.

Por Laura Ruiz Díaz. Fotografía: Fernando Franceschelli.

Existen actividades comerciales de todo tipo. Hay quienes alquilan sillas, preparan tereré u ofrecen bidones para el agua bendita, y la inmensa mayoría se dedica a la venta de imágenes, remeras y rosarios. 

La ocupación de don Alfredo Vera es la venta de distintos productos a un costado de la basílica desde hace más de 30 años. «Vendo de todo un poco; tengo rosarios, unos cuantos anteojos, variedades», comentó al equipo de Pausa en una calurosa tarde de noviembre. También posee un puesto de tereré.

Nos contó que en la villa serrana, los comerciantes trabajan los 365 días, pero la fecha más esperada es el  8 de diciembre. “Este año, sinceramente te digo, no hay nada todavía”, relató. “El dinero escasea, pero  gracias a Dios se salva el día”, detalló. Los domingos existe más afluencia, pero entre semana hay más vendedores que compradores. “La que ahora es nuestra esperanza es la función, el Día de la Virgen, para hacer la Navidad, el Año Nuevo”, afirmó. 

Alfredo Vera. Fotografía: Fernando Franceschelli.

Chipa, butifarra y tereré

Agustina López de Burgos (59) viene de una familia de chiperos y se dedica hace 40 años a la producción de este alimento. «En todita mi familia somos chiperos y de Caacupé», afirmó con orgullo. En su puesto, vende chipas desde G. 2.000, una deliciosa butifarra casera —preparada por su vecino— y cocido, los energizantes por excelencia de los peregrinantes.

Existe también la posibilidad de alquiler de tereré, ya sea el equipo entero o solo algunas cosas. Esta práctica la realizan en varios puntos de la capital de la fe: se puede rentar jarra con agua y hielo, guampa y bombilla o recargar el termo, la yerba saborizada o el remedio refrescante. El precio varía entre G. 5.000, G. 10.000 y G. 15.000. El movimiento diario  va entre los 50 y 70 equipos.

Imágenes de la Virgen

En Caacupé, la producción de imágenes de la Virgen empieza en agosto. Es una tarea que lleva mucho trabajo y requiere de bastante experiencia. Cristina Peralta (29) realiza estas artesanías hace más de 10 años y, amablemente, se ofreció a explicarnos el proceso. 

«La imagen en sí nos traen de Areguá, y a partir de ahí empezamos a armar”, relató. Con cartulina, preparan una base y con eso se moldea el vestido. “Luego, compramos una tela de pana y ahí le damos forma, después ya se agrega la capita”, continuó. Los detalles se añaden después: «Compramos tiras doradas y apliques que ya vienen hechos y vamos armando, para que parezca la vestimenta que tiene la Virgen real”. El cabello se le pega de a poco: «Si tenés todos los materiales, en un día se puede terminar»

Cristina Peralta.

Tupâsy Ykuápe

Es tradición que quien visita Caacupé, debe volver con agua del Tupâsy Ykua. Esta práctica conllevó a un negocio floreciente: decenas de personas se dedican a la venta de botellas y bidones al lado de la réplica de la antigua iglesia. 

Elizabet Martínez tiene 41 años y se dedica a la venta de botellas con motivos de la Virgen frente al ykua desde hace más de 10 años. Además, junto a su marido, Juan Ramón Páez, tienen un puesto de remedios refrescantes para tereré, hielo e incluso alquiler de equipos de esta bebida. Él trabajó junto a su familia en ese mismo lugar prácticamente desde que nació. 

Ellos están en su puesto todos los días del año, de lunes a lunes: «Normalmente amanecemos acá, pero ahora ya nos quedamos porque tenemos muchas cosas». Desde mediados de noviembre que viven en su puesto de venta, práctica generalizada en Caacupé, y se quedan hasta el fin del octavario de la Virgen. Su casa queda cerca, la cual visitan dos o tres veces cada jornada; pero el puesto nunca debe quedar desatendido. 

Elizabet Martínez.

Eli contó que durante la pandemia no sabían qué hacer, ya que no conseguían ventas. «Después la gente empezó a formar fila para entrar, y debían tener tapabocas», entonces, se dedicaron a venderlos. Ese día comercializaron más de 300. 

«Eso nos salvó otra vez. Cuando no hay trabajo, nosotros inventamos, siempre hay algo para hacer», reflexionó. Una realidad que vive cada uno de quienes, con mucho sacrificio, viven del comercio alrededor de la gran fiesta religiosa.

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