Ciencia y Tecnología

Conociendo al samu’u

Una silueta peculiar

En Paraguay llamamos samu’u en guaraní y palo borracho en castellano a varias especies de árboles del género Ceiba, que tienen en común un tronco abultado, espinoso y flores muy llamativas. Pero hay más en ellos de lo que salta a simple vista.

Por Luis José Recalde (@drunken_forestpy), ingeniero agrónomo y divulgador ambiental.

El género Ceiba está compuesto por especies de rápido crecimiento y flores muy llamativas. Su madera tiene una textura blanda y fácil de trabajar, y durante siglos ha sido empleada para construir botes, llamados cachiveos, a través del ahuecamiento de sus troncos, que pueden alcanzar un gran tamaño.

También se utiliza en la talla de máscaras y bateas para alimentar al ganado. En los tiempos de la colonización del Chaco Central paraguayo, incluso se modelaron ataúdes en una sola pieza de samu’u.

Existe un motivo para el ensanchamiento en la parte central del cuerpo: estos árboles almacenan en el tejido de su tronco grandes cantidades de agua, que utilizan en los periodos de sequía. Así, su “torso” abultado es un verdadero tanque para el samu’u.

Más allá del uso de su madera, al madurar el fruto libera semillas rodeadas de una fibra similar al algodón, llamada kapok, algodón de seda o pluma vegetal. Esta tiene la propiedad de repeler al agua, por lo que se usó como relleno de chalecos salvavidas.

Tronco espinoso de Ceiba pubiflora en su hábitat natural, Cerro Ñemby. Fotografía: Luis Recalde.

En tiempos actuales, además de usar su madera y fibras, los samu’u suman su propia belleza a sus utilidades, ya que son árboles de gran interés para su cultivo ornamental en las ciudades. Necesitan grandes espacios abiertos para adquirir su tamaño adulto. Se vuelven especialmente llamativos durante su floración, cuando despliegan toda su belleza en un espectáculo intenso, con flores que duran varias semanas y atraen a los colibríes y otros polinizadores con una gran cantidad de néctar.

La controversial exportación de samu’u

En tiempos recientes, el atractivo de los samu’u chaqueños tuvo una consecuencia inesperada. Su llamativa silueta atrajo la atención del paisajismo internacional, lo que tuvo como consecuencia la exportación de grandes ejemplares adultos extraídos de su hábitat natural. Muchas dudas se han abierto sobre la sostenibilidad de esta práctica. Para dar un poco de contexto, vale la pena aclarar que este movimiento se realiza de forma legal, pero tiene derivaciones potencialmente negativas, especialmente para los ecosistemas que reciben a los nuevos árboles.

Aunque la existencia del Ceiba chaqueño no se encuentra amenazada a nivel local, igualmente hay un cuestionamiento ético válido a la extracción de grandes árboles adultos de su hábitat y su transportación a miles de kilómetros (con una enorme huella de carbono asociada) para transformarlos en un espectá

culo de lujo para clientes afluentes. La respuesta más sostenible para la arborización en parques y ciudades siempre es el cultivo de plantas nativas, y aunque la exportación de ejemplares silvestres no sea irregular, puede considerarse ambientalmente cuestionable.

Fruto del samu’u chaqueño, la fibra algodonosa es llamada Kapok y ayuda a dispersar las semillas con el viento. Fotografía: Luis Recalde.

Parecidos, pero no iguales

Tenemos al menos tres especies de este árbol bastante difundidas y ampliamente cultivadas en Paraguay —y una prácticamente desconocida—. La primera es Ceiba chodatii o samu’u chaqueño, que tiene el tronco más abultado, con flores amarillentas a blanquecinas. Es propia del Chaco y abunda en el Chaco seco, pero llega incluso a la región Oriental en algunos sitios con vegetación chaqueña, cercanos al río Paraguay.

Las otras dos especies pueden ser difíciles de distinguir cuando están sin flores. Además, a pesar de que la primera idea sería distinguirlas por el color de su floración, ambas variedades las tienen de color variable entre el rosa claro, casi blanco, a rosa oscuro, casi violáceo; pero al observarlas de cerca, pueden verse fácilmente los estambres, unas “varas” en el centro que sostienen las cápsulas de polen.

En el Ceiba speciosa (samu’u rosado de estambres fusionados), estas varas están pegadas y forman un solo “palito”. En el Ceiba pubiflora (samu’u rosado de estambres sueltos), están separadas y forman un pequeño ramillete. Estas dos especies son, además, distintas en su hábitat. Ceiba speciosa es característica del Bosque Atlántico, que es más húmedo y selvático, notoriamente en la cuenca del río Paraná; Ceiba pubiflora se encuentra frecuentemente en ecosistemas más abiertos y algo secos, principalmente aledaños al río Paraguay. Igualmente, ambas son muy cultivadas y en las ciudades florecen a pocos metros una de otra.

Comparación de flores de Samu’u. Izquierda Ceiba speciosa (Note el estambre fusionado central), centro Ceiba pubiflora (Note los estambres sueltos) y derecha Ceiba chodatii. Fotografía: Luis Recalde.

Una nueva especie

Tan solo en 2012 —gracias a la investigación de las botánicas paraguayas Juana De Egea, Fátima Mereles y Gloria Céspedes— se documentó una especie cuya presencia, hasta ese entonces, no era conocida en nuestro país. Se trata de Ceiba samauma, que se encuentra en un ecosistema muy particular: solamente en el extremo norte de Alto Paraguay (bosque del Cerrado chiquitano). Está acompañada de otras variantes de fauna y flora que no se extienden al resto de la región chaqueña, incluyendo dos especies de ardillas. Tiene flores blancas y es parte de una vegetación del dominio amazónico, que llega a su extremo sur en el norte de nuestro país.

Culturalmente no es conocida en la región Oriental ni tiene nombre criollo, aunque los pueblos que habitan a lo largo de su distribución sí están familiarizados con ella, en el centro y norte de Sudamérica, donde la llaman ceiba, sumauma, toborochi o painera.

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