El lenguaje simbólico desde Europa hasta Caacupé
Más que edificios, los templos religiosos son experiencias arquitectónicas diseñadas con propósitos específicos. Buscan evocar ciertas sensaciones y reforzar la fe de maneras sutiles. Desde la forma de la planta hasta la estructura del punto más alto, ningún detalle es dejado al azar. Este domingo te damos algunas claves para saber cómo “leer” el simbolismo que está embebido en cada rincón.
Por Mariangel Meza, magíster en Arquitectura, especializada en accesibilidad, construcción sostenible y empleo verde. Imágenes: archivo del arquitecto Eduardo Alfara Riera, Fernando Franceschelli y Javier Valdez. Para conocer las referencias bibliográficas utilizadas en este artículo, los interesados pueden contactar a la autora al correo mariangel.arquitectura@gmail.com
Desde la majestuosa Notre-Dame de París hasta la imponente basílica de Santa María la Mayor, pasando por la monumental basílica de San Pedro en Roma, los edificios religiosos han fascinado durante siglos por la manera en que combinan arquitectura, simbolismo y espiritualidad.
En ellos, cada elemento y detalle arquitectónico tiene una intención y, a menudo, un simbolismo que impacta a quienes los visitan. Pueden dar la sensación de pequeñez ante la grandeza, pero también calma, recogimiento, asombro y serenidad, incluso sin que uno sea plenamente consciente de las alegorías o no sepa “leerlas”.
Base cruciforme
¿Sabías que la planta de muchas iglesias tiene forma de cruz, griega o latina? La base cruciforme se volvió uno de los símbolos más reconocibles de los templos. Según historiadores, el “brazo largo” de la cruz, la nave, ese espacio longitudinal dentro del edificio que va desde la entrada principal hasta el altar, viene de la palabra navis en latín (que significa barco), una imagen tradicional de la Iglesia como arca de salvación, donde la comunidad navega los “mares tormentosos de la vida”.

En ese eje longitudinal, la base de la cruz marca también el inicio del recorrido espiritual del fiel. Cuando se ingresa a alguno de estos edificios, se entra, literalmente, por los “pies”. Normalmente desde el oeste, se avanza por la nave orientada hacia la luz del amanecer, el este, hasta llegar al altar, en la cabecera.
Este recorrido espacial dramatiza simbólicamente el tránsito “del mundo al encuentro con Dios”: uno entra por los pies, asciende hacia el corazón y culmina en la cabeza, donde se celebra la eucaristía. La arquitectura, en ese sentido, te guía corporalmente en una catequesis silenciosa.
No son edificios comunes
La monumentalidad de las fachadas refuerza esta experiencia. Por fuera, normalmente, estos edificios religiosos no se parecen a una casa o edificio común, ¿verdad? Su tamaño (escala) y elevación transmiten la presencia de lo divino y la importancia del templo como intermediario entre cielo y tierra.
La altura de las naves y la amplitud de las bóvedas no solo impresionan visualmente, sino que hacen que, para apreciarlas, uno deba elevar la mirada, lo que genera lo que algunos teóricos describen como humildad ante la grandeza de Dios. Es decir, al ingresar, por la escala del edificio, se siente uno pequeño, y eso es exactamente lo que logra una arquitectura de escala monumental.

Antes de acceder al interior, el visitante normalmente atraviesa una transición y un umbral cuidadosamente planificados. En muchos casos, el acercamiento se realiza a través de escalinatas, unas escaleras que elevan físicamente a quien entra uno o varios niveles y marcan el paso del mundo cotidiano al espacio sagrado del templo.
Incluso las puertas de algunas catedrales medievales estaban cargadas de significado: mostraban escenas del Juicio Final, la Resurrección y parábolas del Evangelio, para recordarle al creyente la importancia de presentarse preparado ante Dios. La monumentalidad de estas entradas enfatiza su carácter liminar: el visitante se percibe pequeño frente a la grandeza del edificio, lo que refuerza un sentimiento de humildad, reverencia y preparación.
La cúpula y la bóveda, recubrimientos superiores de algunos edificios religiosos, cumplen una función estructural y simbólica. La primera, con forma de semiesfera, suele ser el punto más alto del interior, mientras que la segunda es un techo curvo que puede tener forma de arco o combinar varios arcos, para distribuir el peso y cubrir el espacio de manera estable. Más allá de su función arquitectónica, ambos elementos simbolizan el cielo o el firmamento, en representación de un microcosmos que cubre a la comunidad reunida, y evocan protección y elevación espiritual.
En tradiciones bizantinas y occidentales, las cúpulas decoradas con escenas celestiales o un Cristo Pantocrátor no solo representan el cosmos, sino que también materializan la presencia divina sobre los fieles.

Las paredes hablan
Los vitrales, es decir, la cristalera o vidriera policromada cuya composición consta de vidrios de distintas tonalidades pintados o recubiertos, cumplen un doble propósito. Por una parte, transforman la luz en un espectáculo de colores que envuelve el espacio, para lo cual se utiliza un elemento plástico que genera un ambiente casi etéreo. Al mismo tiempo, funcionan como una Biblia visual, al enseñar historias y valores a todos, incluso a quienes no saben leer.
El rosetón, esa “ventana” circular con vitrales de colores, solía incluir símbolos como la estrella, que representa el nacimiento y la generación venidera. También representa a Cristo, hijo del lucero de la mañana, y a María, conocida como la Rosa Mística o Rosa de David. Por eso, normalmente se lo ubicaba al este, donde sale el sol.
Además, algunos de estos edificios se leen como un microcosmos, ya que constan de tres niveles: subsuelo, nave y cúpula. Estos representan, respectivamente, al mundo subterráneo, a la tierra y al cielo; en otros términos, espíritu, alma y cuerpo.
El subsuelo, que normalmente poseía criptas y reliquias, simboliza las fuerzas de la vida y la muerte; la nave, la vida cotidiana y la comunidad; y la cúpula, la divinidad y el cielo. Así, el templo convierte lo cotidiano en sagrado, al unir lo material con lo espiritual, casi como un portal o un espacio de transición.

También en Paraguay
Pero no hace falta ir a Europa para encontrar esta riqueza simbólica. En Paraguay, la Basílica Menor de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé es un ejemplo de cómo algunos principios de la arquitectura religiosa se reinterpretan en el contexto local.
Diseñada en un principio con elementos renacentistas y neoclásicos, se le encomendó en 1939 al arquitecto e ingeniero civil Miguel Ángel Alfaro Decoud, de parte del monseñor Bogarín. Alfaro, que estudió en Roma y Nápoles, probablemente se inspiró en los edificios religiosos que conoció en Europa. Aunque su proyecto original no se construyó exactamente como lo planeó, se aprecian varios elementos simbólicos.
En un mundo moderno que nos mantiene apresurados y distraídos, la basílica de Caacupé ofrece un espacio para detenerse y “leer” los símbolos que nos rodean. Estos detalles y elementos arquitectónicos tienen un propósito simbólico y, al observarlos, uno participa de un diálogo que trasciende el tiempo.
Si la visitás este diciembre, te invito a explorar el edificio como un lector de materia y luz, un explorador de simbolismos y significados. Fijate en los elementos que discutimos recientemente, que también se encuentran en nuestra basílica. Por ejemplo, la escalinata, el umbral (los tres grandes arcos en la entrada) y cómo se organiza el espacio para generar determinadas sensaciones.

Si mirás la edificación desde arriba (por ejemplo, en Google Maps en tu celular), vas a notar que la planta tiene forma de cruz. Al ingresar, uno recorre simbólicamente la vida humana en su camino a la divinidad. La cúpula central, coronada por una linterna, recuerda la bóveda celeste de algunos de los edificios religiosos más conocidos del mundo.
La arquitectura religiosa va mucho más allá de un refugio físico hecho de pisos, paredes y techo. Cada elemento, arco, vitral y cúpula constituye un lenguaje hecho de símbolos, luz y proporciones que guían la mirada, el cuerpo y el espíritu en esa búsqueda de lo divino y trascendente que ha acompañado a la humanidad a lo largo de la historia.
Experimentar estos espacios es como abrir un libro que permite leer la historia y la cultura de un pueblo, un recuerdo de que los edificios no son solo estructuras, sino experiencias cuidadosamente diseñadas. Saber cómo entender sus símbolos ayuda a comprender la intención detrás de cada detalle y revela por qué ciertos espacios provocan asombro, elevación o introspección.
Cada rincón tiene algo que decir, solo hace falta aprender a leerlo.




Sin Comentarios