Exploramos los efectos psicológicos positivos del gaming
Los “jueguitos” suelen ser demonizados como algo adictivo que desperdicia el tiempo. Sin embargo, la ciencia ha demostrado que al ser jugados con moderación pueden ofrecer beneficios para la salud mental. Conversamos sobre esto con algunos gamers locales y profesionales de la psicología.
En los 90, si había un tiroteo escolar en Estados Unidos, las tapas de diarios no tardaban en señalar a Doom o Mortal Kombat como responsables. En los 2000, políticos norteamericanos acusaban a Grand Theft Auto de corromper a los jóvenes, y en Paraguay, más de una madre escondió el cartucho de Pokémon porque “era satánico”. La narrativa siempre fue la misma: los videojuegos como causa del mal, del ocio vacío, de la violencia gratuita.
Tres décadas después, los titulares cambiaron. En plena pandemia, la propia Organización Mundial de la Salud recomendó jugar online como forma de mantener la salud mental y social en aislamiento. Juegos como Animal Crossing se transformaron en plazas virtuales donde millones encontraron alivio. Lo que antes era un vil vicio, ahora aparecía como refugio.
La ciencia acompaña esta reivindicación. El Oxford Internet Institute (2020) concluyó que quienes jugaban regularmente Animal Crossing y Plants vs. Zombies reportaban mayor bienestar emocional. Un metaanálisis publicado en American Psychologist (2021) reforzó la idea: títulos cooperativos y de estrategia ayudan a reducir la ansiedad y mejoran habilidades cognitivas como memoria de trabajo y resolución de problemas.
En ese marco, pasamos a lo que nos interesa: cómo lo viven los gamers locales.

Del bullying al stream
“Cómo me ayudaron a mí los videojuegos en un momento difícil de mi vida”. Así arranca Lorena Rouser, alias Chuligirl, hoy streamer con más de cinco años de trayectoria en Twitch.
La primera vez que sintió que un videojuego podía salvarle la vida fue en la escuela, allá por 2006. “Me hacían bullying, no podía conectar con los demás alumnos y no tenía amigos. Un día comenté sobre un juego de PlayStation 2 y un compañero me preguntó: ‘¿Vos tenés Play?’. Gracias a eso hice mi primer amigo. Hasta hoy es gamer y nuestra amistad también continúa”, relató.
Ese clic cambió su adolescencia. “Fue la primera vez que sentí que podía pertenecer a un grupo”, confesó. Y allí, las consolas de videojuegos eran el puente.

La segunda vez que los juegos la rescataron fue durante la pandemia. La empresa donde trabajaba cerró, se quedó sin ingresos y con nulo contacto social. Ahí reapareció League of Legends. “Mis amigos me insistieron en que vuelva a descargar y ese fue el punto en que dije: ‘Me encanta esto’. Me ayudó demasiado. Conocí gente de otros países y de mi ciudad (Encarnación) que no sabía que jugaba. Armamos un team y nunca más me sentí sola”, contó con entusiasmo.
La presión de los amigos para que “prenda” stream fue el tercer giro: “Me decían que era muy graciosa cuando reaccionaba o gritaba mientras jugaba, por eso empecé a transmitir. Hoy Twitch no solo me da compañía, también ingresos”. En sus palabras, los videojuegos pasaron de ser salvavidas a transformarse en una profesión.
Madrugadas con LoL
Fernando Mendoza, conocido como Zabi en el submundo otaku, recuerda 2014 como su año más oscuro. “No me gustaba el camino que llevaba, me quedé sin trabajo, terminé una relación muy larga y me sentía vacío”, recordó. Además, tampoco podía dormir: “Pensaba demasiado, y lo hacía de manera muy negativa”, detalló.
Ahí reapareció el gaming. De manera similar al caso anterior, un grupo de amigos lo invitó a volver a jugar League of Legends. Lo que empezó como una partida ocasional, se volvió rutina: noches hasta las 6.00 de la mañana, risas, cafés y días somnolientos. “Pero entre partidas se iban las ganas de no querer hacer nada. Se difuminaba esa sensación de que solo estaba sobreviviendo”, recordó.
Con el tiempo, esas sesiones nocturnas derivaron en algo más. “Me dieron ganas de volver a estar con la gente, de mejorar, entrenar, hacer deportes”, confesó. Lo que arrancó como loop de madrugadas, terminó como recuperación vital.
La resiliencia de morir 1000 veces
Manuel Romero (Manolo para sus amigos) encontró una terapia efectiva en Dark Souls y Hollow Knight. “Son juegos de dificultad altísima, la mayoría se frustra y abandona. Pero lo que enseñan es que el fracaso es parte del aprendizaje. Cada derrota te da información: qué hiciste mal, qué estrategia cambiar. Y cuando ganás, la satisfacción es enorme por todo lo que costó llegar hasta ahí”, explicó.
Lo que él rescata no es solo la perseverancia, sino también la resiliencia: “Es la capacidad de adaptarse y seguir adelante cuando una situación se complica. Pocos juegos enseñan tan claramente. Es una lección que aplico en el trabajo, en estudiar un instrumento, en rendir un examen”, comentó. En su visión, los videojuegos son entrenadores emocionales que te preparan para no rendirte en la vida real.

Escapismo activo
Para el docente y cineasta Jorge Samson, los videojuegos siempre fueron un “escapismo activo”. A diferencia de mirar series o redes sociales, donde uno se deja llevar pasivamente, en el gaming hay un protagonismo distinto: “Te fuerzan y motivan a actuar, a superarte. Y eso es positivo siempre a nivel psicológico”.
Su botiquín gamer incluye juegos clásicos como Donkey Kong Country, Zelda, Skyrim, Super Smash Bros., Street Fighter y hasta International Superstar Soccer. Cada título le dio una forma distinta de atravesar momentos complicados, siempre desde la acción y no desde la pasividad.
Descargo, comunidad y un camino profesional
Enrique Bernardou es ilustrador y reconoce que su inclinación por esta actividad influyó directamente en su vida profesional: hoy se encarga del apartado gráfico de videojuegos y también enseña arte. Así, combina su pasión con su trabajo diario.
En lo personal, sostiene que los juegos —además de ofrecer calma o distracción— también pueden ser un descargo: “Si tiene algo que ver con la violencia, definitivamente es mejor soltarlo ahí que en la vida real”, contó. Pero, sobre todas las cosas, lo que más lo ayudó fue hallar comunidad: “Encontrar personas parecidas a mí, con quienes podía hablar de lo que me gustaba. Eso siempre ayudó a tranquilizarme”, confesó. En el juego online masivo World of Warcraft conoció amigos con los que todavía conversa y en Pokémon encontró una rutina que lo mantenía activo: “Jugué prácticamente todos los Pokémon. Siempre tenés algo que hacer, y eso es buenísimo para distraerte de los problemas”, explicó.
Defiende que es mejor engancharse con videojuegos que con redes sociales: “Imaginate hacer doomscrolling todo el día en Twitter. Eso sí es mucho más nocivo”.
Para él, incluso los juegos de grinding (en los que se pasa horas recolectando recursos o subiendo de nivel) tienen valor: no dan soluciones mágicas, pero sí estabilizan emocionalmente, y eso es lo que después le permite resolver, fuera de la pantalla, los problemas de la vida real.

Lo que dicen las psicólogas
La psicóloga clínica y máster en cultura digital Sara García sostiene que los videojuegos son, en el fondo, “un medio más, como las películas o los libros. Pero pueden tener un impacto más directo por lo inmersivo. Depende mucho de la persona y el juego”.
Para ella, hay dos dimensiones que marcan la diferencia. La primera, el compartir: “Suelo juntarme con amigos que están en el exterior a ver a un streamer en un título de terror, o juego con mi esposo Path of Exile y es nuestra forma de tener una cita”. La segunda, permite explorar otras formas de ser: “Ahí entra Disco Elysium, que se acerca más a lo
‘serio’ y podés experimentar identidades o decisiones en un entorno seguro”.
Y agrega algo clave sobre la conexión con la realidad: “El ver problemas del mundo real en un ambiente de ficción ayuda a replantearte las cosas. Otro punto para la salud mental y el desarrollo de habilidades sociales como la empatía”.
Sara también advierte sobre la importancia de poner límites: “El primer paso es darse cuenta de lo que pasa. Si uno juega horas y horas a costa de sus responsabilidades, su sueño o sus interacciones sociales, hay algo malo. Después, si realmente es nocivo, es como todo: ir dejando de a poco. Revalorar el tiempo de uno mismo y cómo se usa. Establecer un periodo máximo para jugar o hacerlo con amigos, porque eso hace que la experiencia sea más valiosa y te vuelve responsable de lo que te propusiste”, explica.

Por su parte, la psicóloga cognitivo-conductual Paz Gamarra ve a los videojuegos como “un gimnasio mental”. Para ella, son entornos donde se practica de manera segura la resiliencia, la cooperación y la resolución de problemas. Pone como ejemplo a Zelda: “No podés rendirte si no resolvés un puzzle. Tenés que explorar, hablar con personajes, buscar herramientas. Eso es entrenamiento para descifrar situaciones”, argumentó.
También rescata lo comunitario en juegos difíciles como Dark Souls o Elden Ring: “Tienen su sistema de señales y fomentan una comunidad donde los jugadores se apoyan entre sí ante una adversidad en común”. A esto se suma un informe de la Asociación Americana de Psicología (2021), que halló beneficios en funciones ejecutivas: gamers frecuentes suelen mostrar mayor capacidad de atención sostenida y mejor toma de decisiones bajo presión. También hay evidencia de que los juegos de ritmo o coordinación (como Dance Dance Revolution o Beat Saber) mejoran la motricidad y ayudan a la regulación emocional.
Para Paz, la discusión no pasa tanto por si son “buenos” o “malos”, sino por qué se juegan: “Pueden ser espacios ideales para ejercitar cooperación, crecimiento personal y hasta habilidades de regulación emocional. Como en todo, importa el equilibrio: entender hasta dónde nos hacen bien y cuándo empiezan a volverse perjudiciales”.
Ambas psicólogas coinciden en lo esencial: el gaming no es ni un villano ni un héroe absoluto. Su valor depende de cómo se juega, con quién y cuánto. Más allá del game over Los testimonios lo confi rman: los videojuegos no son solo escapes banales. Pueden ser refugio, entrenamiento emocional y motor de comunidad. Como toda herramienta poderosa, tienen sus riesgos, pero también un potencial terapéutico innegable
Algo importante
En esta nota no se mencionaron los videojuegos de celulares, ya que representan una categoría muy distinta a los de consolas y los de PC. Y si su hijo no para de jugar en el móvil, en vez de restringirlo, póngale de reto terminar un título old school como Contra. Ahí se va a acabar la adicción (o la paciencia).
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