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Infancias en la era de la IA

Hoy, las infancias crecen en un mundo donde la inteligencia artificial es tan cotidiana como el cuaderno o el celular. Su uso es casi inevitable; estas herramientas moldean aprendizajes y hábitos. En esta nota, analizamos el fenómeno con sus protagonistas.

Por Laura Ruiz Díaz. Retratos: Fernando Franceschelli.

La presencia de la inteligencia artificial (IA) en nuestra vida es innegable. El sociólogo Anthony Elliott, de la Universidad de Cambridge, ya lo analizaba en 2019, cuando predecía a grandes rasgos lo que hoy vivimos: que el futuro no se trataría de cíborgs y superrobots —aunque también los hay, claro—, sino sobre todo de grandes cambios en el aquí y ahora.

En The Culture of AI (La cultura de la IA), Elliot explora cómo las máquinas inteligentes, la robótica avanzada, la automatización, la cultura del big data y la internet de las cosas impactan en el día a día de las sociedades contemporáneas. El sociólogo afirma que utilizamos inteligencia artificial en una infinidad de cosas, desde las recomendaciones de Amazon o Spotify hasta en pedir un móvil a través de Bolt o Uber y, claro, recibir información de asistentes personales virtuales hasta conversar con chatbots como ChatGPT y Gemini.

La inteligencia artificial y su uso no están exentos de desafíos. Desde el temor a las pérdidas laborales hasta la promoción de sesgos de confirmación o estereotipos. ¿Se imaginan que todo nuestro futuro esté definido por IA, que selecciones laborales o aprobaciones de créditos dependan de un algoritmo que realmente no sabemos qué contiene? Eso está sucediendo hoy.

La realidad es que el uso de herramientas con IA ya existe desde hace tiempo y que, muy probablemente, seguirá existiendo. Los beneficios son innegables. Ahora nos toca analizar cuál es el impacto. ¿Cómo afecta el desarrollo cognitivo, emocional y conductual de las infancias? Dada la profunda importancia de los primeros años en la vida de una persona, es sumamente necesario examinar su influencia en los periodos de crecimiento.

En el informe How Is Artificial Intelligence Reshaping Early Childhood Development? (¿Cómo está transformando la inteligencia artificial el desarrollo de la primera infancia?) de Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) se ofrece un primer esbozo de este impacto. Globalmente, niñas y niños están relacionándose con IA, pues se encuentra presente en su entorno con cada vez más fuerza.

Esta relación, cada vez mayor, abre las puertas a una serie de preocupaciones que se agudizan al tratarse de infancias, como seguridad, protección y equidad. Lo cierto es que se espera que sea una relación que conduzca a una profunda transformación de cómo viven este periodo de la vida. Al ser un parámetro que afecta de una manera tan revolucionaria, es clave entender la necesidad de hablar del tema.

Oliver Arévalo García.

Impacto en el desarrollo infantil temprano

Según el informe de Unicef, la IA está transformando significativamente el desarrollo de la primera infancia al ofrecer nuevas herramientas educativas, personalización del aprendizaje y apoyo a cuidadores.

El documento destaca que, aunque la investigación en este campo es aún limitada, la IA muestra un gran potencial para mejorar el aprendizaje mediante plataformas interactivas y adaptativas, como juegos educativos que se ajustan al ritmo de cada niño o niña. También puede fomentar la creatividad y el lenguaje a través de cuentos generativos, herramientas de arte digital y asistentes conversacionales.

Una opción también es la promoción de la inclusión, especialmente en niños con discapacidades, gracias a recursos personalizados. Y, para los cuidadores, podría ser una gran herramienta para el seguimiento del desarrollo infantil y las recomendaciones de actividades.

El punto clave que enfatiza el artículo es que, para maximizar estos beneficios, es crucial implementar la IA con enfoque ético, con equidad, protección de datos y supervisión humana. “La tecnología bien aplicada puede ser una aliada poderosa para garantizar que todos los niños —sin importar su contexto— alcancen su máximo potencial”, señala el informe.

Aramí Jara Mancuello.

Desafíos importantes

Si bien la integración de la IA en el desarrollo infantil temprano tiene un potencial enorme, también plantea retos significativos que deben abordarse para garantizar que mejore —y no perjudique— el crecimiento y aprendizaje de los niños.

El uso de IA implica recolectar y analizar grandes cantidades de datos sensibles sobre los niños, desde información personal hasta patrones de comportamiento e hitos de desarrollo. Por eso, este es uno de los desafíos más importantes a tener en cuenta: sin medidas de seguridad robustas y regulaciones claras, existe el riesgo de filtraciones o mal uso de esta información, lo que tendría consecuencias graves para las familias.

Por otro lado, no todos los niños tienen el mismo acceso a la tecnología. Las disparidades en dispositivos y conectividad pueden profundizar las desigualdades educativas, dejar atrás a comunidades marginadas y ampliar, en lugar de cerrar, la brecha de aprendizaje.

La realidad es que el uso de herramientas con IA ya existe desde hace tiempo y que, muy probablemente, seguirá existiendo. Los beneficios son innegables. Ahora nos toca analizar cuál es el impacto

A medida que la IA se integra en la educación infantil, también existe el riesgo de que educadores y cuidadores dependan demasiado de estas herramientas, lo que reduciría las interacciones humanas esenciales para el desarrollo socioemocional. El equilibrio entre tecnología y métodos tradicionales es clave.

Por último y más importante, crecer en un entorno saturado de IA podría afectar negativamente el desarrollo del cerebro en áreas críticas (social, emocional, cognitiva). Los niños aprenden a través del juego y la interacción humana, algo que esta tecnología no puede replicar por completo. Un uso excesivo limitaría las habilidades sociales, la inteligencia emocional y el pensamiento crítico.

Surgen dilemas sobre el consentimiento y el papel de la tecnología en la vida de los niños. Es urgente desarrollar marcos éticos que prioricen su bienestar, con discusiones continuas entre actores clave, para garantizar un uso responsable.

Franco Larroza Sotelo.

Hacia un enfoque equilibrado

Para aprovechar el potencial de la IA en la primera infancia, es crucial abordar estos desafíos con protección de datos (normativas estrictas y transparencia), equidad (acceso universal a tecnologías educativas), calidad (combinar IA con interacción humana) y ética (directrices centradas en los derechos del niño).

Estos temas también abren líneas de investigación prioritarias, como los efectos a largo plazo de la IA en el neurodesarrollo o cómo diseñar algoritmos libres de sesgos. Como señala Unicef, “la tecnología debe servir para empoderar, nunca para reemplazar, los pilares del desarrollo infantil”.

Todas las voces

Las discusiones sobre inteligencia artificial suelen estar dominadas por especialistas, tecnólogos, académicos y políticos. Sin embargo, quienes hoy crecen en entornos saturados de algoritmos también tienen algo que decir. Sus percepciones, a veces ingenuas y otras sorprendentemente lúcidas, revelan cómo la IA se entrelaza con la vida cotidiana a temprana edad, y de qué manera moldea imaginarios y hábitos.

Franco Larroza Sotelo, de 10 años, no duda cuando se le pregunta qué es la IA: “Es como una persona artificial. Por ejemplo, ChatGPT: si le preguntás cuánto es 1 + 1, te dice 2”. Su uso es esporádico, pero significativo: “Mayormente para la tarea, a veces para juegos o desafíos, como cuando no puedo pasar un nivel”. Tiene una noción clara de cómo funciona: “Es como un robot al que la gente programa con información. Si necesitás saber algo, usa lo que le enseñaron”. Su advertencia es sencilla pero directa: “No es peligrosa… a menos que sea pirata”. Por eso, su consejo es siempre verificar las páginas web que se utilizan. Cuando imagina el futuro, lo hace sin medias tintas: “Todos los niños conectados con IA en el cerebro”.

Por otro lado, Oliver Arévalo García, de 8 años, relaciona la IA con su curiosidad y con el juego creativo. Reconoce que la usa en YouTube —aunque no tiene muy claro cómo—, ChatGPT y Photoshop: “Para editar videos, colorear, quitar cosas…”. Entre risas, recuerda una pregunta que le hizo a un chatbot: “Le pregunté ‘¿quién creó a Dios?’ y me dijo ‘nadie’”. Aunque no ha tenido formación en este tema en la escuela, ya maneja herramientas con la ayuda de su mamá, porque a futuro quiere ser youtuber. Su deseo es tan concreto como ingenioso: “Que edite videos mejor. ¡Photoshop debería llamarse ‘VideoShop’!”.

Cerca de la adolescencia, Aramí Jara Mancuello (12) ofrece una mirada más reflexiva. Sabe que la inteligencia artificial “imita el razonamiento humano” y la utiliza para trabajos escolares, pero siempre verifica la información. Conoce Gemini, ChatGPT y las IA generadoras de imágenes, y es capaz de detectar cuando una foto no es real. También ha escuchado las advertencias del colegio: no depender demasiado de estas herramientas para no perder la capacidad de pensar por uno mismo.

Aramí plantea, entre sus preocupaciones, el riesgo de deepfakes, la pérdida del pensamiento crítico y el posible mal uso de datos personales. Para ella es fundamental contrastar fuentes y se limita en el uso, pero sus preguntas reflejan vacíos formativos: “¿Qué hacen con nuestros datos?”. Su análisis es agudo: “Los padres dan celulares muy temprano. Hay que poner límites”. “Está bien usar la IA, pero sin dejar de pensar por nosotros mismos”, concluye.

Estos testimonios revelan algo fundamental: la IA ya no es un concepto abstracto para las infancias y adolescencias, sino un actor cotidiano, un acompañante invisible que resuelve dudas, edita videos, sugiere ideas y, en algunos casos, responde preguntas filosóficas. También es un espejo que refleja las desigualdades: en estos casos, niños y adolescentes acceden a herramientas sofisticadas y cuentan con adultos que los acompañan, pero la realidad es que muchos otros no tienen dispositivos, conectividad suficiente y muchas veces tampoco cuentan con el apoyo de sus cuidadores en la exploración de estos conocimientos.

La IA, aplicada a la infancia, tiene un potencial enorme para la educación, la inclusión y el acceso a recursos, pero también puede amplificar desigualdades, invadir la privacidad y reducir las interacciones humanas esenciales para el desarrollo socioemocional

La perspectiva de las infancias

Las entrevistas muestran tres niveles de aproximación: la curiosidad sin filtro de quienes exploran la IA como si fuera un juguete inteligente, la creatividad que la integra en procesos lúdicos y expresivos, y la mirada crítica que empieza a cuestionar su funcionamiento y sus implicancias éticas. En todos los casos, hay una intuición compartida: la tecnología no es neutral y su uso requiere de reglas claras.

Esta perspectiva enlaza directamente con lo que advierte Unicef: la IA, aplicada a la infancia, tiene un potencial enorme para la educación, la inclusión y el acceso a recursos, pero también puede amplificar desigualdades, invadir la privacidad y reducir las interacciones humanas esenciales para el desarrollo socioemocional. Las voces de Franco, Oliver y Aramí coinciden, sin saberlo, con ese diagnóstico: sí, esta tecnología puede ser útil, divertida y hasta inspiradora, pero no debe reemplazar el aprendizaje, la investigación ni el pensamiento propio.

El reto está en construir un uso equilibrado. Esto implica educación digital desde edades tempranas, no para fomentar el consumo irreflexivo de tecnología, sino para que los niños aprendan a reconocer cuándo una IA es confiable, cómo se alimenta de datos y cuáles son los límites que no debería cruzar. También requiere la participación activa de padres, docentes y cuidadores que acompañen, expliquen y establezcan tiempos y espacios para el uso de pantallas.

En este sentido, las propuestas de Unicef adquieren una relevancia urgente: normativas estrictas de protección de datos, acceso equitativo a la tecnología, supervisión humana en los procesos de aprendizaje y un marco ético centrado en los derechos de los niños. Solo así la IA podrá ser una herramienta que potencie, y no que sustituya, los pilares del desarrollo infantil.

Si algo dejan claro estas voces jóvenes es que el futuro ya no es un territorio distante. Está ocurriendo ahora mismo, en cada búsqueda escolar que se delega a un chatbot, en cada video editado con una aplicación automática, en cada imagen creada por un algoritmo. La pregunta no es si la IA formará parte de la vida de las infancias, sino cómo queremos que lo haga.

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