Pámela Bóveda
Con apenas 36 años, el extenso —y variado— currículo de Pámela habla por ella. Nació en Asunción y ahora reside en Estados Unidos, donde desarrolla una prolífica carrera académica en el área de ingeniería aeroespacial. Allí también se consagró campeona del mundo de jiu-jitsu por la IBJJF el pasado diciembre, título que dedicó a sus amigos Darío y Kristin, y a su hijo Philipe, que perdieron trágicamente la vida en un nefasto accidente de tránsito en la ruta Luque-San Bernardino y para quienes pide justicia cada vez que tiene la oportunidad. Su historia de perseverancia y resiliencia es una inspiración y hoy la comparte con los lectores de Pausa.
Por Patricia Luján Arévalos. Fotografía: Fernando Franceschelli.
Desde la infancia, Pámela Bóveda estuvo marcada por la migración: nació en Asunción y se mudó a Ciudad del Este; luego estudió en Argentina y hoy reside en EE.UU. “Con certeza, llevo conmigo un pedacito de cada lugar en el que viví”, nos comenta en uno de los momentos libres de su apretada agenda, que divide entre la vida académica (está desarrollando su doctorado en Ingeniería Aeroespacial en la Universidad de Minnesota) y deportiva (es campeona mundial de jiu-jitsu en su categoría).
Aunque hoy es reconocida en jiu-jitsu, su primer acercamiento al deporte fue el remo. “Crecí en Ciudad del Este, muy cerca del Lago de la República”, recuerda, y comenta que siempre le llamó la atención ver a las personas remando, a lo lejos. Un día decidió probar y le encantó: “Es una actividad hermosa, y todavía hoy, de vez en cuando, me encuentro recordando con cariño esa etapa, con ganas de volver a hacerlo”.
Quizás fue porque su llamado estaba en otra parte. Es cinturón negro de segundo grado y compite en la categoría de peso mediano. Su récord personal de MMA es 5-5-0 y hace menos de un año se consagró campeona mundial de su peso en el No-Gi World Championship IBJJF.

Química instantánea
Pam no solo fue la primera mujer paraguaya en alcanzar el cinturón negro en BJJ (jiu-jitsu brasileño), sino también la primera compatriota en obtener un título mundial de la IBJJF (Federación Internacional de Jiu-Jitsu Brasileño). ¿Mencionamos que también fue la primera ingeniera aeroespacial nacional? No tiene que ver con el deporte, pero parece oportuno mencionarlo en el mismo aliento, ¿no?
Pero ¿cómo pasó del remo al jiu-jitsu? Suenan tan distantes, pero para ella fue una mezcla de curiosidad y conveniencia. Resulta que al lado del club de regatas había un gimnasio que frecuentaba y donde —sí, adivinaste— se practicaba dicha arte marcial. “Pero siempre veía que eran solo chicos practicando, no chicas. Entonces me acerqué a preguntar si podía unirme. Con mucha buena onda me aceptaron en el equipo”, recuerda.
El jiu-jitsu ya forma parte de quién soy. Me ayudó a atravesar momentos muy difíciles y me dejó aprendizajes profundos. Me enseñó valores que hoy intento compartir con otras personas”
“Cuando conocí el jiu-jitsu fue amor a primera práctica, me atrapó por completo, así que decidí dedicarme de lleno, con el apoyo de mis padres y las ganas de mi mamá de llevarme a los entrenamientos. A los 16 años ya iba todos los días”, comenta. Desde luego, el apoyo familiar es crucial para sostener cualquier actividad de este tipo, y más en los casos en que el atleta tiene el potencial de profesionalizarse.
Mirada fija en el firmamento
“Desde chica sentí curiosidad por todo lo relacionado con ingeniería”, cuenta, y elabora: “Como a muchos niños y niñas, me fascinaba la idea de ser astronauta. Con el tiempo, eso se transformó en un interés genuino por la física, las matemáticas y las estructuras de aviones, cohetes, motores”. Terminó el colegio y se mudó a Argentina para perseguir el sueño de llegar lo más alto posible. Se recibió de ingeniera mecánica aeronáutica por el Instituto Universitario Aeronáutico de Córdoba.
La sensación de libertad que asocia con la ingeniería aeroespacial la cautivó desde el principio. “Lo que se aprende puede aplicarse a muchísimos campos distintos, y no te encierra en una sola área”, explica. Agrega que está “trabajando con ciencia de elementos y realiza simulaciones en un software especializado que permite modelar desde materiales para aplicaciones aeroespaciales hasta usos farmacéuticos”.

Cuando comenzó a cursar su carrera de grado, no encontró de inmediato un espacio adecuado para seguir entrenando, y tomó una pausa. En ese periodo se dedicó al rugby, pero terminó extrañando el jiu-jitsu. Así que cuando encontró el lugar perfecto para retomarlo, se dedicó de vuelta a su deporte por elección y, desde entonces, nunca más volvió a tomarse paradas largas.
“Es difícil ponerlo en palabras, porque el jiu-jitsu ya forma parte de quien soy. Me ayudó a atravesar momentos muy difíciles y me dejó aprendizajes profundos. Me enseñó valores que hoy intento compartir con otras personas”, dice Pam, y acota: “Más que un deporte, es una herramienta en mi vida”.
Sabe reconocer la oportunidad de aprendizaje en medio de los desafíos, una cualidad que probablemente le ayudó a avanzar en las distintas áreas en las que incursionó. Esta combinación de resiliencia y perseverancia es el premio que obtuvo por los años de arduo trabajo. “Muchas veces dedicás meses de entrenamiento intenso, y al momento de competir te encontrás con una muralla: no obtenés el resultado que esperabas. No porque lo hayas hecho mal, sino porque el oponente fue mejor o porque hubo circunstancias fuera de tu control”, dice. Su secreto está en lograr la aceptación sin perder de vista el progreso alcanzado.

Nuevos caminos y viejos amigos
Hacia finales de sus 20, Pámela Bóveda tomó una decisión: hizo a un lado su carrera académica para dedicarse de lleno al deporte. “Sentía que era el momento adecuado: mi cuerpo aún podía sostener entrenamientos exigentes de alto rendimiento”, comenta. Sabía que sus logros en el ámbito del jiu-jitsu la harían elegible para una visa de talento deportivo en Estados Unidos. Aplicó, fue aprobada y viajó a Florida.
Fueron dos: su esposo y ella. Durante el primer año, compartieron vivienda con sus amigos Darío Jacquet y Kristin Blumenrother, y la hija de la pareja, Florentine. “Fue una etapa muy especial, marcada por la dedicación al entrenamiento y por una convivencia hermosa con personas que se convirtieron en familia”, dice.
Si sus nombres te resultan conocidos es porque, en noviembre del año pasado, Darío, Kristin y su hijo menor, Philipe, fueron víctimas del sonado accidente de tránsito en la ruta Luque-San Bernardino. Un vehículo, conducido por una persona en estado de ebriedad, se llevó por delante el automóvil que transportaba a la familia de cuatro, pero solo Florentine sobrevivió al impacto. “Es una herida profunda que duele todos los días, y por la que seguimos pidiendo justicia”, remarca.
Me siento muy afortunada de poder mantener un equilibrio entre las dos cosas que amo. A veces lo siento como si viviera dos vidas distintas, pero en realidad una potencia a la otra: necesito el deporte para funcionar bien en lo académico, y mis estudios también fortalecen mi desempeño deportivo”
Esa etapa fue una de alta autoexigencia para Pam. Todos los días practicaba con campeones y campeonas mundiales de una manera completamente distinta a la que acostumbraba, ya que en nuestro país trabajaba ocho horas al día y entrenaba solo una. “Muchas veces terminaba llorando de agotamiento y presión. Al mirar atrás, me doy cuenta de que me exigí más de lo necesario, pero en ese entorno de altísimo nivel era difícil no hacerlo”, explica.
“Sentía una necesidad muy fuerte de ir hasta mis límites, de crecer como competidora. Cada vez que me preparaba para un torneo, notaba una evolución técnica enorme. Eso, más allá de ganar o no una medalla, era algo que nadie podía quitarme”, agrega. Pero para ella, la autoexigencia iba más allá de una meta personal: “Quería ver lo que antes no había visto, a Paraguay en lo alto del jiu-jitsu. Me puse ese objetivo a mí misma, sin esperar que alguien más lo hiciera”.

En retrospectiva, sabe que no estaba preparada psicológicamente para ese nivel de exigencia: “Técnicamente me sentía sólida, pero a nivel mental, el impacto fue muy fuerte. Se entrenaba demasiado fuerte, cada sesión era como un torneo. Recuerdo esa época y todavía me da piel de gallina, pero también me llena de orgullo haberlo hecho. Enfrenté competidoras que hasta ese momento solo conocía por redes sociales, en las ligas más importantes del mundo. Fue en ese proceso, justamente, cuando empecé a creer que yo también podía estar ahí, que tenía las herramientas para formar parte de ese círculo”.
La pandemia la obligó a regresar a Paraguay y estuvo dos años trabajando de vuelta en proyectos aeronáuticos y cursando una maestría en la Fuerza Aérea Paraguaya. Reconectó con su pasión académica y postuló a las becas Fulbright y BECAL, y está a punto de comenzar su tercer año del PhD en Ingeniería Aeroespacial en la Universidad de Minnesota. Allí también trabaja como asistente de investigación.
“Me siento muy afortunada de poder mantener un equilibrio entre las dos cosas que amo. A veces lo siento como si viviera dos vidas distintas, pero en realidad una potencia a la otra: necesito el deporte para funcionar bien en lo académico, y mis estudios también fortalecen mi desempeño deportivo”, menciona. Y aunque su prioridad actual es el doctorado, uno de los mayores logros de su carrera como atleta llegó en diciembre cuando, en Las Vegas, obtuvo el título mundial de la IBJJF.

Pam creció, sus objetivos cambiaron y ve las cosas desde un lugar distinto; aprecia el proceso desde otra perspectiva: “Cuando tengo tiempo libre me gusta sacar fotos, viajar y aprender idiomas. Disfruto de descubrir lugares nuevos. También ayudo a mi marido con nuestro emprendimiento de eventos deportivos, Ritsu Fight (@ritsufight y @ritsufight.py en Instagram). Pero, sin duda, lo que más me agrada es pasar tiempo con mis gatos”, dice riendo. El lugar al que siempre regresa es la triple frontera de Paraguay, Brasil y Argentina: “Son países especiales para mí, ahí están mi familia, mis amigos y muchos recuerdos que forman parte de quien soy. ¡Aguante 3 de Febrero!”.
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