El arte de resignificar lo antiguo
En esta nota, te presentamos a una artista que cruzó el charco para recordar la necesidad de hacer memoria con lo que tenemos a disposición: MauriCita. Actualmente sus obras están expuestas en la mediateca de la Alianza Francesa y allí mismo ofrecerá una serie de talleres destinados al público. Las manos, dice, necesitan crear.
MauriCita empezó a coser antes de saber que eso era un lenguaje. Creció en Asunción, entre las telas y el zumbido de la máquina en el taller de su mamá. Aún no lo sabía, pero las puntadas que veía de niña irían más allá de la transmisión generacional de un oficio y se convertirían en nuevas historias que armaría a mano, un modo de unir pedazos para que algo vuelva a significar.
Esa experiencia dejó una marca que hoy atraviesa toda su obra. “Las manos necesitan crear”, dice. “Para mí, rescatar materiales descartados y darles una nueva vida es casi natural. Los encuentro, me llaman y siento que todavía tienen algo que decir”.
Su curiosidad por los bordes la llevó primero a los idiomas. En Paraguay estudió inglés, después se animó al francés. Primero, claro, por las oportunidades laborales, pero además había una inquietud por otras maneras de decir, otros silencios.

En ese proceso, Francia apareció como destino y terminó dándole mucho más que vocabulario: le dio tiempo para caminar ferias, revolver cajones de descarte, dejarse sorprender por papeles frágiles, telas ajadas, libros que nadie reclamaba. “Los encuentro, me llaman”, cuenta. “Me gusta pensar que todo lo que se olvida deja una huella, aunque sea invisible. Al crear, esas memorias vuelven, transformadas, y encuentran una nueva forma de estar presentes”, afirma con contundencia.
Adherir dos historias (o más)
La palabra “collage” es un préstamo directo del francés, del verbo coller, que significa «pegar» o «adherir». En ese país empezó por jugar con el scrapbooking, armando álbumes de fotos, pero pronto necesitó romper el formato. El collage le permitió soltar el control, mezclar imágenes, superponer texturas. Después vino el art journaling, un diario visual sin reglas, donde las emociones salían en capas de papel, costura y pegamento. Lo que arrancó como ejercicio íntimo se fue expandiendo. Las piezas pedían espacio y terminaron convertidas en exposición.
La debilidad de los materiales no la asusta. Al contrario, le marca el ritmo. Papeles que se rompen, telas que se deshilachan, colores que manchan más de lo previsto. “Me atrae su fragilidad, sus marcas, lo que otros no ven, ese detalle que aún guarda historia y emoción”, afirma, “me permito el error, el accidente, el imprevisto”.

En vez de ocultar esas rupturas, las incorpora. Para ella, coser es sanar: unir pedazos, reforzar lo que parece perdido, crear algo nuevo a partir de lo roto. Esa aceptación del azar se vuelve casi una filosofía en tiempos donde todo se planifica, se edita, se filtra.
Su estadía en Francia también la acercó a una red de artistas y espacios culturales que le dieron herramientas para mostrar su trabajo sin perder independencia. Aprendió a moverse sola, autogestionar talleres, armar vínculos que no se limitan a lo comercial. Esa experiencia de ida y vuelta —estar lejos pero pensar en lo que dejó en Paraguay— afinó su mirada sobre la memoria y el olvido.
“Todo lo que se olvida deja una huella, aunque sea invisible”, repite. Sus obras, hechas de “restos”, funcionan como pequeños archivos que guardan historias comunes: un libro leído por alguien, una tela usada en otra época, una carta que nunca llegó.
El ayer vuelve y se puede compartir
Cuando volvió a Asunción trajo en las valijas esos tesoros olvidados y el deseo de compartir el hallazgo. La muestra Un ayer que vuelve nació de un simple art journal y creció hasta ocupar una sala de la Alianza Francesa. La exposición estará habilitada hasta el 9 de octubre, y el martes 30 de setiembre a las 17.00 habrá visitas guiadas.

En el montaje no hay un recorrido lineal. Se entra como quien abre una caja de recuerdos: pedazos de papel, costuras, palabras sueltas que invitan a detenerse, respirar distinto, dejar que las memorias —personales y colectivas— se activen. No hay carteles que expliquen: cada espectador arma su propia lectura, completa el sentido con lo que trae de su historia.
Además de exponer, MauriCita impulsa talleres de collage vintage. Ahí se juega otra faceta de su trabajo: la comunitaria. Cada participante elige fragmentos y arma una composición que hable de sí mismo. El collage, dice, es un lenguaje abierto, generoso. No hace falta saber dibujar ni escribir. Basta con las ganas de recortar, pegar, probar. El error deja de ser problema para convertirse en parte del relato. Es también una forma de democratizar el arte, quitarle solemnidad y abrirlo a quien quiera expresarse.
En un mundo dominado por lo digital, su insistencia en lo manual se vuelve un gesto de desacato, aunque ella lo vive más como un acto íntimo. “Es mi manera de decir que nada está del todo perdido”, explica. En tiempos de consumo rápido y descarte, rescatar materiales y darles nueva vida tiene inevitablemente una carga política, aun cuando su intención sea más personal: frenar, escuchar el ritmo de las manos, dejar que hablen cuando las palabras no alcanzan.
El apoyo de colectivos culturales y espacios independientes resultó clave para que su obra circule sin quedar atrapada en el circuito comercial. Las asociaciones con instituciones como la Alianza Francesa funcionan como puentes para que más gente se acerque a su propuesta. Ella cuida que la esencia no se pierda: la cercanía, el intercambio directo, la invitación a que cada quien encuentre su propia puntada.

Su camino no sigue una línea recta ni un plan previsible. Está hecho de decisiones pequeñas que abrieron otras: estudiar un idioma, mudarse, levantar un papel tirado, sentarse a coser sin saber qué saldrá. Esa forma de andar, atenta a las señales mínimas, define tanto su vida como su obra. Lo que otros llaman descarte, ella lo convierte en relato. Lo que parece frágil, lo vuelve persistente. “Para mí, lo manual es una forma de vida, una forma de expresarme. Es frenar, escuchar el propio ritmo y dejar que las manos hablen cuando las palabras no alcanzan”, plantea la artista.
Para MauriCita, el apoyo institucional y los espacios culturales son fundamentales. “El arte independiente necesita puentes, y estas alianzas permiten que la obra llegue más lejos y a más personas”, complementa. “Feliz de ver que hay mucho apoyo a la creatividad actualmente”, afirma. La obra completa su circuito cuando hay un público. “Esto tiene un sentido único cuando se comparte y hay alguien del otro lado que lo mira, lo siente, lo recibe”, plantea la artista.
Hoy, con Un ayer que vuelve ya montada y los talleres en marcha, MauriCita se presenta como una artista que mezcla oficio, autogestión y sensibilidad. Su recorrido demuestra que crear no siempre requiere grandes recursos ni planes perfectos. A veces basta con prestar atención al detalle, a lo que está a punto de perderse, recogerlo y dejar que las manos hablen.

Introducción al recuerdo
La muestra Un ayer que vuelve está disponible en la mediateca de la Alianza Francesa (Mcal. Estigarribia 1039 c/ EE. UU.). La entrada es libre y gratuita. El día 30 de setiembre, a las 17.00, se realizará una visita guiada. La exposición cuenta con el apoyo de la Embajada de Francia en Paraguay, Ararokái Fotografía, el Instituto de la Imagen, Jovechag Rincón del Pasado, Amada Alcaraz Interiorismo y la Alianza Francesa de Asunción.
En el marco de la muestra, la artista ofrecerá un Taller de collage vintage el 4 de octubre. El costo es de G. 150.000 e incluye materiales. Las inscripciones se pueden realizar en la Alianza Francesa o en las redes sociales de la artista: @mauricitacreativa.
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