Cuando la música se hace consciencia
Su nombre es sinónimo de trayectoria y profesionalismo. Ha representado a Paraguay en varias ocasiones y actuó en diversos escenarios internacionales. Pero, sobre todo, es una de las voces más críticas de la desigualdad en el país, y utiliza el arte como herramienta de denuncia, lo que la hace heredera directa del legado del Nuevo Cancionero Paraguayo. En esta edición nos acompaña Lizza Bogado.
Por Laura Ruiz Díaz. Dirección de arte: Gabriela García Doldán. Dirección de producción: Camila Riveros. Producción: Sandra Flecha. Asistencia de producción: Pamela Pistilli y Laura Ruiz Díaz. Fotografía: Javier Valdez. Peinado: Sonia Correa para Bellísima. Maquillaje: Laura Chera para Bellísima. Prendas: Mango.
Corría 1981 cuando una joven de apenas 20 años subió al escenario del primer gran evento folclórico de Paraguay: el Festival de Ypacaraí. Desde allí, su carrera despegó astronómicamente: lanzó seis discos y cinco casetes con repertorio paraguayo e internacional y participó en obras teatrales y zarzuelas, como Las alegres kygua vera (1981), Me llaman el arribeño (1982) y Vida y muerte de Chirito Aldama (1993).
En 1985 representó a Paraguay en el Festival Iberoamericano de la Canción (OTI) en Sevilla (España) y en 1992 participó en la Exposición Universal en la misma ciudad. Ese mismo año recibió el trofeo Recuerdos de Ypacaraí y en 1993 la premiaron como mejor solista en el Festival Internacional de la Canción, en Quito (Ecuador).
Si bien su primera letra data de 1983 —Canto y plegaria, con música de César Cataldo—, tuvieron que pasar 20 para que tomara una decisión que cambiaría su vida. “Fue en 2001 cuando me arriesgué a retomar el camino del componer, por el sentimiento y las ganas de contar y cantar nuevas historias propias. Ese fue el momento del quiebre”, nos cuenta en esta entrevista exclusiva con la revista Pausa.

Justamente este es uno de los ejes de la conversación: el cambio y la transformación. En esta nota conversamos con Lizza Bogado sobre el pasado, presente y futuro de la música y, sobre todo, acerca de qué significa ser una artista comprometida en el Paraguay de hoy. La cantante y compositora revela algunos de sus rituales antes de subir al escenario: “Antes que nada, entrego a Dios mi trabajo, luego hago ejercicios de respiración y concentración en medio de un poco de silencio. Es importante para mí, porque cada presentación, sin importar el lugar, es como la primera vez”.
Si la música no hubiera marcado su destino, confiesa que le habría gustado explorar otras vocaciones: “Capaz antropóloga, médica sin fronteras… si no tuviera familia, que para mí es el puerto más seguro del cual salimos y al cual sabemos que siempre podemos regresar”. Su refugio creativo ya no está en el bullicio de Asunción, la ciudad en donde nació, sino en la tranquilidad de su hogar desde 1988, en Fernando de la Mora: “Es en la paz, el silencio y la calma de mi hogar donde tengo mi espacio de creación”. Fuera del escenario y las aulas, disfruta de momentos simples: “Me gusta la soledad, escuchar música, acompañar a mi madre, cuidar mis plantas, pensar en nuevos proyectos, ver series, hablar con gente querida. Siempre hay algo que hacer”.
Y al regresar de sus viajes, hay un sabor que la conecta con sus raíces: “El mágico vori vori. Tiene mucho de ancestral, de mis abuelas, de mi infancia. Es un plato tan nuestro”. Así, entre recuerdos, silencios creativos y sabores que hunden raíces en la memoria, Lizza Bogado sigue tejiendo su historia, tan inseparable de la cultura paraguaya como su voz.

Lizza, tu carrera comenzó en festivales como el de Ypacaraí, símbolo de la cultura paraguaya. ¿Cómo ha cambiado la escena folclórica desde entonces?
El cambio, evidentemente, es normal y la evolución también. Antes los festivales solo eran espacios para el folclore, pero con el tiempo otros ritmos fueron tomando espacio. Para mí, el gran desafío es mantener la esencia de la identidad; respetar las raíces pero dar espacio y cabida a las creaciones de las nuevas generaciones que deben ser cronistas del tiempo en el que viven. Particularmente pienso que no se debe perder la belleza en las creaciones.
Fuiste pionera de la música paraguaya en escenarios como la Ópera de El Cairo. ¿Qué aprendiste de esos diálogos entre lo local y lo universal?
Siempre se aprende algo. Para mí la vida es una escuela día a día. Al llevar nuestra música a escenarios internacionales, dejo el mensaje de mi pueblo rico en identidad. A la vez, aprendo y me nutro de otras culturas. La diversidad hace que este mundo sea hermoso y en ella debemos encontrar las maneras de entendernos como seres humanos para evitar tantas guerras que solo traen caos, dolor y muerte.
En tu último disco, Laboratorio del Alma, abordás violencia de género, ecología y realidad social. ¿Cómo surgió la necesidad de crear un proyecto tan comprometido?
Desde mi primera letra he demostrado mi genuina preocupación por los temas que mencionás. En mis canciones se refleja lo que viví en mi infancia durante la d ictadura, fui testigo de lo que le pasó a mi padre, luego a mi esposo: estar privados de libertad e incomunicados. El miedo y la desconfianza que se vivían en esa época no los deseo jamás de nuevo para mi patria. Hoy vivimos la dictadura de la corrupción y la impunidad. La música es un elemento muy importante para concienciar, educar y un arma para despertar las conciencias adormecidas.
Silencio mortal es un tema que trata sobre violencia de género, ¿cómo equilibraste la crudeza del mensaje con la belleza artística? ¿Qué reacciones observaste?
Ese tema fue un gran desafío. Plasmar la crudeza de la realidad siempre trae aparejado el buscar, pensar, escribir y borrar hasta que se logre el mensaje final. Espero haber logrado el objetivo. Ya el que la escuche, lo dirá.

Trabajaste con músicos jóvenes en el disco. ¿Qué creés que aporta esta colaboración intergeneracional al folclore?
Mucho, mucho. El aporte es invaluable. Hay jóvenes que aman la belleza y tienen ganas de mostrar en su talento esa belleza del arte de la música. Yo aprendo de ellos y creo que mi experiencia de vida también les sirve. No es la primera vez. He tenido varios proyectos en los que les di el espacio y la libertad necesarios para dejar volar la imaginación y hacer nacer nuevas propuestas. Me gusta de verdad este trabajo. Es un intercambio generacional muy lindo y enriquecedor.
Ka’aru nderehe’ỹ incluye guaraní. ¿Qué rol juega esta lengua en la construcción identitaria de tu música?
El guaraní es, sin lugar a dudas, el elemento más importante de nuestra identidad. Amo profundamente este idioma que aprendí de mis abuelos guaraní hablantes. Es una lengua de resistencia, siempre lo fue y siempre lo será. En la música es esencial porque enriquece, educa y pone en valor el habla de la mayoría del pueblo, que viene de una etnia que ya no existe pero que gracias a las madres y las mujeres paraguayas, sigue vivo y ya es parte del patrimonio intangible de la humanidad.
¿Creés que los artistas tienen la obligación de tomar posturas frente a injusticias sociales? ¿Dónde ponés los límites?
Es una decisión absolutamente personal el tomar una postura frente a las injusticias sociales. Particularmente, yo tengo la mía y la gente lo sabe porque la demuestro a través de mis canciones y también estando presente en luchas sociales y gremiales. Está en mi esencia, es mi manera de ver, de sentir la vida y mi patria. También es una decisión absolutamente personal saber cuándo, cómo y por qué ponerse los límites.
Paraguay vive tensiones políticas recurrentes. ¿Sentiste censura o autocensura en tu carrera?
Durante la dictadura recibí mensajes o “consejos” —énfasis en el entrecomillado— acerca de qué tipo de canciones no debería cantar, pero sabíamos a qué nos ateníamos. Hoy hay otro tipo de censura. Capaz la gente ya no te contrate porque la música que hace pensar, que denuncia, incomoda a los poderosos de turno, porque se sienten atacados o desenmascarados en sus pobres maneras de «gobernar».

Tu compromiso trascendió la música. En los 90, creaste la Fundación Libre con tu esposo. ¿De qué forma el arte puede ser una herramienta de cambio democrático?
Esa fundación ha sido muy importante a través de la lectura, los espacios culturales, la educación y la sensibilización de niños y jóvenes en Fernando de la Mora.
Hasta el 2016 dirigí el taller de arte, del que me siento muy orgullosa. De allí salieron excelentes profesoras de danza que hoy ya tienen sus propios proyectos. Uno de ellos es el Ballet Folclórico del Paraguay. Lamentablemente, con esta “ley garrote”, muchas oenegés tuvieron que cerrar sus puertas, en detrimento del gran trabajo hecho.
¿Qué valores intentaste transmitir a tus estudiantes, más allá de la técnica?
A través del arte, durante esos más de 20 años, siempre batallé por enseñarles valores y principios a los alumnos que llegaron a la fundación. Me siento tan orgullosa de haberlo hecho y se refleja en tantas cartas y palabras de agradecimientos de los padres que estaban en sintonía con la directiva de ese taller.
¿Cómo ves el acceso a la formación artística en Paraguay hoy? ¿Qué políticas públicas echás en falta?
Hay muchas escuelas municipales y estatales que tienen excelentes maestros y que están dando artistas de muy buena formación.
En cuanto a las políticas públicas, siento que particularmente en la reforma educativa hay mucho que corregir. No se puede enseñar lo mismo a niños de zonas rurales que a los que viven en ciudades. Hace muchos años había presentado a dos ministros de Educación unas propuestas de enseñanza en las aulas de nuestras riquezas artesanales de acuerdo con la zona de influencia de esas escuelas, por ejemplo, las artesanías. Eso haría que se mantengan las tradiciones y a la vez les daría un oficio que les generará ingreso a los estudiantes. También en materia de currículo: hablar más sobre los referentes musicales, literarios, históricos.

¿Cómo ha influido en tu música tu experiencia migrante?
Evidentemente toda experiencia como migrante ejerce mucha influencia en el ser humano, es una mezcla de desapego, añoranza, nostalgias y también desafíos. Eso ha enriquecido mi vida y me ha dado las herramientas para crear y crecer.
¿Qué sacrificios implica una vida dedicada al arte?
Todo oficio, toda profesión tiene sus sacrificios. El arte no está exento de ellos. La diferencia, específicamente viviendo en nuestro país, es que el artista que es independiente no tiene un salario fijo, ni seguro social ni un horario definido, pero elige hacer arte porque nace para eso, es una elección que se toma cada día.
¿Qué canción de tu repertorio te duele o alegra más interpretar y por qué?
Una de las canciones que más me duele interpretar es Herencia, dedicada a mi padre. Lo perdí cuando yo tenía 32 años y fue como si mi mundo hubiera terminado. Una de las que más me alegran es Sol de mi otoño, donde cuento cómo fue asistir en vivo al nacimiento de mi nieta, Máxima.
¿Qué tema social te gustaría abordar en un próximo proyecto y por qué?
De hecho hay muchos temas que me gustaría abordar, pero si tuviera que elegir, sería el agua, la naturaleza y la recuperación de los valores humanos.
¿Cómo imaginás la música paraguaya dentro de 20 años?
Me la imagino como referencia, escuchada, valorada a nivel mundial. Con artistas de peso internacional como los grandes. Ya tenemos ejemplos latinoamericanos que llegaron al top.

Si Laboratorio del Alma fuera un mensaje en una botella lanzada al río Paraguay, ¿qué esperás que encuentre quien la abra?
El mensaje que me gustaría dejar es que alguna vez existió una mujer nacida en el corazón de América del Sur que siempre quiso lo mejor para su patria y que luchó con las herramientas que tenía para dejar un pequeño granito de arena que ojalá haya crecido con el tiempo.
Si tuvieras que definir tu arte no como música, sino como acto humano, ¿qué sería?
Sería un mensaje: como humanos tenemos nuestras luces y sombras, nuestros aciertos y desaciertos. Podemos equivocarnos, pero al hacerlo hay que tener la grandeza de reconocer el error, saber pedir perdón y aprovechar la oportunidad de enmendarlos.
Lizza Bogado es un testimonio vivo de la cultura paraguaya tradicional en constante diálogo con su tiempo. Su trayectoria refleja una búsqueda inquebrantable: transformar el arte en puente entre memoria y futuro, que se traduce en cada nota y cada acorde que hace sonar en su guitarra.
A lo largo de su discografía, su lírica denuncia injusticias e interpela con una pregunta esencial: ¿Qué hacemos con lo que escuchamos? Así, construye su legado como heredera legítima y renovadora del Nuevo Cancionero Paraguayo, el movimiento musical que a partir de la década del 70 reunió a jóvenes músicos nacionales y se inscribió en la línea del Cancionero Latinoamericano, el mismo que a través del arte resistió a las últimas décadas de la brutal dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989), el espíritu contestatario de los textos como arma principal.
Si algo queda claro en esta conversación es que, para Bogado, la música nunca fue solo melodía: es un acto humano de resistencia y esperanza. Como ella misma dice: «Cada presentación es como la primera vez». Y en ese eterno recomenzar, Paraguay encuentra una de sus voces más auténticas.
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