Los mundos de Delfina Acosta
Desde el mostrador de una farmacia, una joven escribía poemas en su libreta. Entre el ir y venir de los clientes y una cantidad descomunal de recetas, la pulsión poética no quedó frustrada en lo más mínimo; al contrario, creció como un antídoto necesario para el estrés, la monotonía y la realidad. Hoy, Pausa entra al mundo de Delfina Acosta, química farmacéutica de profesión, que encontró la cura de sus males en la belleza de las palabras.
Por Belén Cuevas Trinidad. Dirección de arte: Gabriela García Doldán. Dirección de producción: Camila Riveros. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Javier Valdez.
Para ella, la literatura es como una persona. Así inicia Delfina Acosta, mientras nos invita a sentarnos a su mesa y prosigue: “Tengo incorporado en mí un sentido casi religioso de la escritura, de modo que cada vez que escribo un libro, me meto psicológicamente en la computadora porque soy muy perfeccionista”.
Es oriunda de Villeta, allí pasó su infancia y su juventud, hasta que se trasladó a Asunción para cursar sus estudios universitarios en Química y Farmacia. Aunque se decidió por esta carrera, desde su pueblo natal hasta la capital la acompañó en la maleta un persistente deseo de dar vuelo a sus palabras. “Lo que pasa es que yo tenía la idea —interesante, ¿por qué no?— de ganarme la vida con esa profesión, porque sabía que escribir poemas no daba mucho dinero. Tenía que estudiar para ganarme la vida”, nos confía la escritora.
En Asunción, ya recibida, Delfina siguió cultivando su afición en cada momento de libertad que se podía permitir. “Durante un tiempito tuve una farmacia, pero me pasaba escribiendo sobre el mostrador y, por supuesto, también vendía. ¿Qué problema iba a haber? Pero felizmente encaucé mi literatura por donde yo quería: logré publicar”, rememora con una sonrisa.

En este periodo, la autora mostraba sus poemas a los amigos cercanos que compartían con ella aquel intenso amor por la palabra escrita. Un día, después de mucho esfuerzo, escritura y reescritura, logró reunir todos sus pensamientos en un solo material que se convertiría en su primer poemario.
Todas las voces, mujer se publicó finalmente en 1986 y cosechó muy buenas opiniones entre la crítica. De hecho, ganó ese mismo año el premio Amigos del Arte y, además, fue merecedor de los elogios del recordado escritor Hugo Rodríguez Alcalá. Cuando lo menciona, todavía se ve en los ojos de Delfina esa llama de felicidad de quien, por fin, consigue dedicarse a sus sueños: “Es un poemario que entró ganando a la vida”.
En 1987, su obra Pilares de Asunción ganó el premio Mburukuja de Plata, en un concurso organizado por los 450 años de la fundación de la capital. En 2004, su libro Querido mío se convirtió en todo un bestseller en Asunción y recibió el galardón Roque Gaona, otorgado por la Sociedad de Escritores de Paraguay.

En el 2012, Delfina recibió el premio Edward y Lily Tuck de Literatura Paraguaya, otorgado por el PEN América, organización con más de un siglo de trayectoria que se dedica a eventos y reconocimientos literarios. Más recientemente, el año pasado la autora ganó el primer lugar en el Premio Municipal de Literatura, también en la capital. Además, su trabajo se tradujo a lenguas como portugués, francés y alemán.
“Considero que las premiaciones son simplemente una travesura, un guiño de la suerte. A mí lo que me da motivación para seguir escribiendo es que encuentro un refugio y una terapia en la literatura, un modo de sentir que estoy viva porque, en nuestro país, la realidad económica y política nos golpea. Entonces, ¿qué busca el ser humano? Un escape, un mundo donde sentirse protegido”, afirma.
Palabras mágicas y pueblos extraordinarios
Delfina fue nombrada hija dilecta de Villeta en 2021, pueblo portuario a orillas del río Paraguay que la autora observa con un aire mágico. Para ella, por mucho tiempo, su ciudad natal fue una fuente de inspiración por sus paisajes y personajes pintorescos.
“Villeta era un escenario de fecundas ideas. No exagero al decir que mi ciudad tiene mucha magia”, menciona. Allí, veía la inspiración necesaria y el espacio acorde para desarrollarla en tranquilidad y calma: “Salía a la calle y me encontraba con un verdor increíble. Iba a la plaza y no faltaban los árboles altos, el piso bien cuidado y la gente caminando, saludándote con amabilidad. Había un ritmo de vida tan tranquilo, con su río, sus casas hermosas y sus leyendas”.

En 1998, Delfina publicó Romancero de mi pueblo, un libro que reúne poemas inspirados en su ciudad natal. Este poemario es, prácticamente, un recorrido guiado a través de los ojos de la autora quien, con una mirada atenta, se dedicó a destacar la singularidad de los pintorescos personajes que ofrecía su terruño.
“Allí, a la entrada del pueblo, se encuentra una casa hermosa, la de los Navarro, a la que dediqué un romance octosílabo”, grafica. En este compilado de poemas, recoge la historia de esta casona antigua en la que, se cuenta, vive un alma en pena. Además, se inspira en una variedad de creencias, costumbres y, en especial, personajes sumamente particulares. Visitar Villeta a través de sus ojos es una experiencia tan colorida como emotiva, que ni entonces ni ahora debería pasar desapercibida.
Recorrer los espacios y personajes que rescató en Romancero de mi pueblo se siente casi como estar sentados codo a codo con sus protagonistas. Aunque a primera vista parezcan poemas bellamente descriptivos, una relectura nos impide obviar que Delfina puso sobre la mesa conversaciones necesarias, con profunda empatía.

Con aquella pulida prosa que mantiene hasta ahora y esa visión humana que no se despega de ella, la escritora atraviesa temas que, en el Paraguay de finales del siglo XX, eran un tabú incluso más profundo que ahora. Delfina se aventuró desde sus comienzos, con un lenguaje sagaz y alegre, a criticar estereotipos y desnudar realidades normalizadas sobre el género, la salud mental y las dinámicas sociales.
“Aparte de esa magia, en Villeta tenía toda la tranquilidad del mundo para escribir. Y hasta ahora, sigo escribiendo, mi ritmo de vida es totalmente literario”, nos cuenta. De hecho, para su última publicación, denominada Universo poesía, pasó hasta ocho horas seguidas frente al teclado, expresando y reescribiendo sus emociones.
Ya en aquel entonces, en los 90, Delfina comenzó a abrazarse a la idea de viajar al espacio exterior —o a regiones utópicas de la fantasía— para construir un escape de la realidad cotidiana. Y es que ella ve la literatura, en parte, como un respiro necesario para la abrumadora cotidianidad.

En Universo poesía, la escritora nos regaló su primera impresión de una utopía en el poema Polo verde. ¿Por qué decimos que es “la primera”? Resulta que, aquí, cuenta sobre un mundo en el que se respetan tres valores fundamentales —aquellos tres que evocan aires de la Declaración Universal de los Derechos Humanos—: fraternidad, igualdad y libertad. Es el inicio de un viaje que continuará en su siguiente libro, donde expandirá sus visiones de una anhelada utopía.
“En el fondo soy una soñadora, y como veo que esos tres valores jamás se respetaron, no se respetan ni se van a respetar, pensé, ¿por qué no escribir sobre este sitio idílico, un Edén, un paraíso donde los humanos se cuidan, donde hay justicia y libertad; donde nadie muere y la poesía es la esencia de vida de los poloverdianos?”, ahonda.
Sobre la libertad
Como ya mencionamos unas líneas más arriba, el deseo de libertad funciona, a la vez, como impulso y como hilo conductor para los escritos de Delfina. Por eso, la censura y la autocensura son temas que le preocupan profundamente.
“Creo que ningún libro debería ser censurado, salvo que aliente a la violencia porque, con ella, se rompe el límite de la convivencia”, opina al respecto. Hoy por hoy, aunque la censura política es menos alevosa —en algunos casos—, para nuestra entrevistada, lo más común últimamente es que uno mismo cercene sus propias libertades.

Delfina asegura que este temor, a veces, no tiene que ver con una represalia, sino con exponer lo que habita dentro de nosotros. “Tampoco uno puede escribir bajo el imperio del miedo. Si uno crea de manera moderada para no inquietar a la Iglesia, a los políticos o a nadie, surge algo chato y sin sentido. Hay que correr el riesgo, con honestidad intelectual, para decir lo que uno piensa realmente”, aconseja.
El eterno cuestionamiento
En la mente de todo escritor revolotean preguntas inquietas —incesantes— que luego dan lugar a lo que leemos. Mucho de lo que Delfina se cuestiona gira en torno a la conducta de los seres humanos. “No conozco las galaxias, pero sé que hay posibilidad de despegar de esta tierra donde observo tanto odio, tanto fanatismo religioso, tanta crueldad y falta de consideración por los niños. Por eso me planteo la posibilidad de pensar en otras formas de vida donde se respete la individualidad del otro”, confiesa.
La poesía y los cuentos de Delfina siempre se mostraron atentos a la estética. Su tonalidad romántica, tierna y alegre se encuentra en un camino constante hacia la búsqueda de la belleza. Hoy por hoy, al reiniciar esta tarea de compilar historias de cara a una futura publicación, sigue encontrando felicidad en el arduo trabajo de la construcción de textos.
A raíz de la profunda importancia que le otorga a la escritura, se considera muy perfeccionista en su proceso creativo. Sobre estos cuentos que se encuentran en proceso, por ejemplo, nos comenta: “Para mí, es una maravilla levantarme por las mañanas y escribir. Es notable que, cuando apago la computadora, sigo rebobinando las ideas en mi mente. Me gusta mucho la perfección, personalmente, pero también entiendo que no es algo de lo que un escritor pueda desligarse”.

De hecho, ve el ansia de excelencia como una característica inherente a los escritores. “Creo que la literatura y la perfección son prácticamente la misma cosa porque es un arte que busca la belleza. La poesía es la búsqueda de la belleza. El cuento también lo es, aunque refleja el deseo de suspenso, misterio y originalidad”, reflexiona.
Si bien los mejores escritos son los que se despegan de las fórmulas, ella le presta mucha atención al popular consejo del escritor argentino Horacio Quiroga: “En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas”.
“Me parece interesante siempre tener bien definido en mi mente el tipo de cuento que voy a crear. Cuando lo hago, considero el principio, el argumento y el final. Ya cuando me siento a escribir, a desarrollar la historia, me fijo en los detalles de fondo y forma, en las ideas, los conceptos, las repeticiones y, sobre todo, en no caer en escenarios comunes”, acota.

Esa base de sorpresa y creatividad activa mantiene en ella una llama de esperanza. “Pero hay momentos de sequía, las ideas no vienen como una lluvia porque sí. Algunas son pálidas, grises y no te llenan. Ahí es donde uno debe redoblar los esfuerzos en busca de aquella que atrape al lector”, señala.
¿Y qué podría cautivar su atención?: “Yo creo que el lector está siempre obsesionado y fascinado con aquello que le resulta misterioso. Debemos tener en cuenta nuestro miedo a lo que no conocemos. Entonces, hay que jugar con esa idea, presentar algo desconocido, para que quien lea se muera de curiosidad y al final se sorprenda”.
Delfina se mantiene absorta en esta misma curiosidad cada vez que construye sus tramas o versos. “Yo diría que el mundo literario es mucho más interesante que el mundo, este mundo”, interviene. Sucede que en este diálogo entre el papel y la mente puede ocurrir cualquier cosa. Y aunque sus creaciones no son autobiográficas, sino que se desarrollan a partir de su mirada testimonial y creatividad pintoresca, a lo largo de su trayectoria entrevemos también las preocupaciones, los anhelos y la historia de una estudiante de Química que —quizás como algunos de nosotros— consiguió el anhelo de todo escritor: ser leído.

Nada de eso hubiera sido posible si ella se hubiese guiado por ese imperio del miedo del que nos habló unos párrafos atrás. La valentía de escribir y dejarse leer fue la que llevó a nuestra entrevistada a edificar refugios de fantasía, de color gramatical y belleza metafórica: “Se llega a la conclusión de que lo que una hizo, finalmente, no fue tirar semillas al mar. A veces vienen recompensas anímicas, buenas emociones. Mañana no sé qué puede pasar pero, hasta la fecha, felizmente, tengo buenos encuentros con gente que ama la literatura, con docentes, alumnos, lectores”.
Así como para ella la literatura fue y sigue siendo una protección anímica ante la realidad, para nosotros —sus lectores— conocer sus romances, ver su ciudad a través de sus ojos o explorar utopías junto a ella es una verdadera oportunidad para recordarle al corazón cómo se siente la esperanza y, así, caminar hacia ella. Como el propio Eduardo Galeano escribió alguna vez: “¿Entonces, para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar”.
En este sentido, lejos de ser un “escape”, la literatura de los soñadores se convierte en un refugio del que los lectores salimos sedientos. “Si debo dejar un mensaje, es que se cuestionen para qué vinieron al mundo. No nacieron para respirar nomás, la vida no es así. La vida es pensar. Vinimos a dejar un testimonio de amor, y el más válido es aquel que realmente se traduce en gestos y acciones. Yo creo que los escritores no hacemos sino recordar al mundo que existen el arte y la belleza, pero es el amor concreto, el de las acciones, el que nos puede salvar”, cierra Delfina.
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