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Italia pone límites a la ciudadanía por descendencia

La diáspora italiana frente al cambio de reglas

Una reforma en la legislación reduce el alcance del derecho a la nacionalidad por descendencia. En América del Sur, donde millones de italianos se asentaron entre los siglos XIX y XX, la medida reabre un viejo vínculo entre raíces familiares e identidad.

Entre 1821 y 1932, más de 56.000.000 de europeos emigraron en busca de un futuro mejor. Cerca del 22 % de ellos cruzaron el Atlántico hacia América Latina, en una oleada migratoria que transformó la demografía de ambos continentes.

Una historia de ida y vuelta

Italia fue uno de los países más afectados por la pérdida de población: solamente entre 1876 y 1976, casi 26.000.000 de italianos partieron hacia nuevos destinos.

Sudamérica, con vastos territorios poco poblados, se volvió tierra de oportunidades. Los gobiernos de la región competían por atraer a esos trabajadores europeos, les ofrecían terrenos y facilidades para establecerse. El progreso estaba vinculado a la colonización y los inmigrantes eran bien recibidos como agentes del desarrollo.

En el Cono Sur, los italianos formaron la comunidad migrante más numerosa, especialmente en Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay. Entre 1877 y 1906, el ingreso fue masivo, y se intensificó más hacia 1914. En muchos casos, quienes llegaban lo hacían impulsados por la necesidad económica, pero también por razones políticas.

Una vez en estas tierras, los italianos muchas veces continuaban en movimiento. Así llegaron a Paraguay, donde su legado cultural y social forma parte de la historia del país. Algunos regresaron a Italia, otros se quedaron para siempre; varios mantuvieron vínculos profundos a través de hermanos, tíos o primos que cruzaron el océano.

Un vínculo que hoy se redefine

Esa historia compartida hoy se ve interpelada por un cambio de reglas. El Gobierno italiano ha modificado los requisitos para acceder a la ciudadanía por descendencia.

Solo podrán solicitarla aquellas personas nacidas y residentes fuera de Italia que tengan al menos un padre, madre, abuelo o abuela nacidos en suelo italiano.

Con la aprobación de un nuevo decreto ley, solo podrán solicitarla aquellas personas nacidas y residentes fuera de Italia que tengan al menos un padre, madre, abuelo o abuela nacidos en suelo italiano.

Hasta ahora, bastaba con probar un lazo sanguíneo con un antepasado italiano posterior a 1861 —año en que se unificó el país—. La nueva legislación pone fin a la posibilidad de reclamar la nacionalidad hasta la quinta generación, como era habitual en muchos trámites consulares en América Latina.

Para miles de personas que se sienten parte de la diáspora italiana, el cambio supone un replanteo identitario: ¿Cuán cerca queda Italia para quienes llevan el origen en la sangre, pero no en los papeles?

La nueva legislación pone fin a la posibilidad de reclamar la nacionalidad hasta la quinta generación.

Un derecho limitado

Durante décadas, Italia otorgó su ciudadanía por la vía del ius sanguinis —es decir, por sangre o filiación— a millones de descendientes de emigrantes. Este principio, aún vigente, fue el que permitió que personas nacidas fuera, pero con raíces italianas, accedieran al pasaporte europeo.

Sin embargo, esa puerta ahora se entrecierra. Según el ministro de Relaciones Exteriores de ese país, Antonio Tajani, el objetivo de la reforma es poner fin a los abusos y evitar que la nacionalidad sea reducida a una simple transacción. “La ciudadanía debe ser algo serio”, afirmó el funcionario.

Quienes ya poseen la ciudadanía no se verán afectados y se mantendrá la validez de los trámites iniciados hasta el 27 de marzo de 2025.

La normativa establece que solo podrán acceder a la nacionalidad quienes tengan al menos un padre, madre, abuelo o abuela nacidos en Italia, siempre y cuando hayan nacido y vivan fuera del país. Quienes ya poseen la ciudadanía no se verán afectados y se mantendrá la validez de los trámites iniciados hasta el 27 de marzo de 2025.

Registro, residencia y deberes: las nuevas condiciones

Sin eliminar el ius sanguinis, el Gobierno decidió restringir su alcance: solo incluirá hasta la segunda generación. A esto se suman nuevas exigencias: para mantener el vínculo, los ciudadanos residentes en el extranjero deberán ejercer al menos uno de los derechos y deberes cívicos cada 25 años. Entre ellos se cuentan votar, renovar documentos y cumplir con obligaciones fiscales.

Además, los nacidos fuera de Italia deberán registrar su partida de nacimiento antes de los 25 años si desean mantener su posibilidad de solicitar la ciudadanía. De lo contrario, ese derecho se perderá.

Hay excepciones: si uno de los progenitores (ciudadano) residió dos años seguidos en Italia antes del nacimiento del hijo, la ciudadanía se otorgará automáticamente. Lo mismo aplica si el chico nace en territorio italiano. También podrán adquirirla quienes decidan mudarse al país por un mínimo de dos años.

Impacto que cruza el océano

El cambio legislativo tendrá una repercusión directa en América del Sur, donde viven millones de personas con apellidos italianos y una fuerte identificación cultural con ese país. De los 60 a 80 millones que podrían potencialmente acceder a la ciudadanía según el régimen vigente, una parte significativa se encuentra en nuestro continente.

Según datos del Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia, el número de ciudadanos en el extranjero pasó de 4,6 millones en 2014 a 6,4 millones en 2024, lo que representa un incremento del 40 %. La reforma, aseguran, busca “alinear los criterios italianos con los de otros países europeos” y aliviar la presión sobre el sistema consular, que se ha visto desbordado en los últimos años.

El número de ciudadanos en el extranjero pasó de 4,6 millones en 2014 a 6,4 millones en 2024, lo que representa un incremento del 40 %.

“La situación actual afecta la eficiencia de las oficinas administrativas y judiciales, que muchas veces se enfrentan a fraudes o maniobras para acelerar los procesos”, explica un comunicado oficial del Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia.

Entre identidad y burocracia

Más allá de la letra chica legal, esta decisión interpela una dimensión más profunda: la del vínculo afectivo, cultural e histórico entre la diáspora y su tierra de origen. En Paraguay, Argentina, Uruguay y Brasil —países donde la presencia italiana dejó huella en el idioma, la gastronomía y la vida cotidiana—, el pasaporte no solo es una herramienta práctica: también es símbolo de una pertenencia heredada.

Italia podrá redefinir quién merece su nacionalidad, pero en Paraguay, la lengua y la cultura seguirán vivas en la memoria y el legado de miles de familias. La diáspora no necesita papeles para saberse parte de una historia compartida que cruzó el océano hace más de un siglo y definió la identidad de un país que recibió a sus ancestros en tiempos pasados.

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