Estrategias de supervivencia
A orillas de la cuenca seca del Pilcomayo, la comunidad de Mistolar lleva adelante modelos de desarrollo sostenible frente al despojo y el cercamiento territorial por parte de sus vecinos. Este reportaje es la tercera entrega de una serie que inició el 29 de junio con la publicación de Ajoicucat, el sueño ancestral de los nivaclé.
Por Laura Ruiz Díaz. Producción: Sandra Flecha. Fotografía: Elisa Marecos Saldívar. Agradecimientos: Hugo Flecha, Tierra Libre – Instituto Social y Ambiental. Nos trasladamos a lo profundo del Chaco gracias a Hertz Rent a Car Paraguay.
A lo largo de su historia, el pueblo Nivaclé mantuvo una comunión muy íntima con la naturaleza. Esta es la que provee, es hogar y sustento, pero también puede ser la que castiga u olvida.
Esta relación se representaba en sus ceremonias espirituales, las cuales tenían como objetivo honrar y agradecer al Gran Espíritu y a la Madre Naturaleza por las bendiciones de la tierra y la vida. Representaba, porque “muchas de las ceremonias ya se perdieron”, cuenta Cecilio Flores. El vínculo está plasmado en sus relatos, en donde los animales se antropomorfizan y forman parte del día a día.
Los pueblos originarios sustentaban su vida en un sistema económico armónico con el entorno. La caza, la recolección estacional, la pesca fluvial y la horticultura a pequeña escala conformaban un ciclo productivo integral. Estas actividades, más allá de su función alimentaria, estructuraban el calendario ceremonial y social de la comunidad, estrechamente ligado con el territorio.

Con el tiempo llegaron los alambrados, que ahora se multiplicaron incluso en las tierras fiscales y ocupan el territorio ancestral del pueblo Nivaclé. Con el cercamiento cercenan un sistema de vida milenario, y la deforestación amenaza, cada vez más, la flora y fauna que sostenían a esta comunidad.
Donde antes circulaban libremente entre el monte, el río y las áreas de cultivo siguiendo los ciclos naturales, hoy se topan con carteles de propiedad privada que criminalizan su paso. Esta fragmentación rompió el equilibrio ecológico y cultural que sostenía su modo de subsistencia: los cazadores ya no pueden seguir las rutas del tatú bolita, las recolectoras se encuentran separadas de donde crecen los caraguatás y los pescadores deben pedir permiso para llegar a su río.
¿Cómo resisten? A través de un complejo entramado de organización comunitaria y colaboración con instituciones externas, como oenegés y entidades estatales. En esta nota te contamos sus estrategias.

Las cabras
Históricamente, los nivaclé incorporaron a su economía la cría de cabras y ovejas, así como el caballo. A lo largo de sus muchas migraciones —por la imprevisibilidad del río—, los pobladores de Mistolar trasladaron su ganado en cada salida. Esto forma parte también de sus relatos y testimonios. “Se cargaban las cabras y gallinas en una pileta, y con canoa eso se movía”, recuerda Cecilio.
Ahora, con el apoyo técnico de Tierra Libre, esta comunidad escribe un nuevo capítulo en este tipo de ganadería. Actualmente, implementaron un innovador sistema de cría comunitaria de cabras y ovejas que transforma su realidad productiva y social.
Este modelo colectivo representa un salto cualitativo respecto a los sistemas más tradicionales. Por un lado, fortalece las capacidades técnicas de los crianceros, al incorporar conocimientos en sanidad animal, mejoramiento genético y manejo sostenible de pasturas. Por otro, garantiza mayor disponibilidad de carne de calidad y genera excedentes que se traducen en ingresos para las familias.}
La iniciativa tiene un impacto multidimensional. Además de mejorar la seguridad alimentaria, revitaliza la producción de arte local gracias a un mayor y mejor abastecimiento de lana. Pero quizás su mayor logro sea la concientización sobre la necesidad de ordenar el territorio comunitario para asegurar la sostenibilidad de los recursos naturales.

La huerta
A pocos cientos de metros de la comunidad se ubica una parcela de 400 metros por 300, donde Cecilio Flores describe la diversidad de cultivos que sostienen a las familias locales: “Hay variedades de maíz, zapallo, poroto, sandía, melón”. También destaca los distintos tipos de calabaza.
Cada familia tiene su parcela, donde pueden decidir qué plantar. Si alguien abandona su tierra, “queda ahí nomás… y come todos los pájaros” o, incluso, se pierde. Entre las amenazas, menciona a los chanchos caseros y aves, que “siempre perjudican el maíz y el poroto”; el tuca tuca, que daña frutas y plantas; y la aparición de otros roedores.
La producción todavía sigue los métodos ancestrales. El relato de Flores refleja una agricultura de subsistencia, donde el cuidado de la tierra y la comunidad son claves para resistir los desafíos cotidianos.

La miel
Félix Moreno Ponce, docente jubilado, agricultor y parte de la comisión de Apicultura de la comunidad, comparte su experiencia y los desafíos que enfrenta en su trabajo diario. Setiembre marca el inicio de la temporada apícola: “Las abejas siempre salen en busca de lugar en ese mes”.
Él utiliza métodos tradicionales para capturar enjambres: “Llego al monte con una trampa, un cajón. Cuando entran las abejas, yo les traigo en donde las quiero ubicar”.
La relación de los pueblos originarios con el territorio era muy estrecha y, comúnmente, la comunidad recibía el nombre de alguna característica de él. Es el caso de Mistolar (Ajoicucat, en nivaclé), que se ubica en el lugar en donde abunda el árbol del mistol. Cuando este florece, en primavera, es el momento ideal para la producción de miel.

Sin embargo, el invierno ha sido un enemigo reciente, que afecta directamente a la producción. Últimamente, las bajas temperaturas ocasionaron la muerte de las abejas. “No hay miel. En ningún lugar, ya no hay”, enfatiza el apicultor.
Contrasta esta realidad con el pasado que le narraron sus mayores: “Antes no faltaba”, recuerda. “Los antiguos saben buscar miel y la pesca también”, agrega al evocar sus salidas nocturnas de pesca con su padre. Hoy ve más dificultades: “Es difícil porque hay estancieros cerca, antes no había eso. Solamente los indígenas acá”.
“Los estancieros no permiten su campo para entrar”, afirma Félix, mientras explica el principal obstáculo para mantener sus prácticas tradicionales. Detalla que “antes pasábamos ese monte y buscábamos los animales: canto del monte, tatú bolita… Las mujeres recogían frutas”. Hoy deben recorrer kilómetros para evitar los campos privados. “El dueño no quiere que nadie entre a su piquete. Así estamos ahora”, resume con resignación.

Sobre su producción de miel, Moreno revela: “Este año hice tres veces la cosecha… hasta abril. Ahí ya se pone brava la reina”. Cada una rinde entre 28 y 31 kg por balde, vendidos a G. 30.000 por litro a compradores menonitas, principalmente. Sin embargo, este año fue crítico. Mistolar cuenta con 300 cajas dobles y es una de las comunidades mieleras más importantes de la zona.
La deuda histórica
En este contexto de innovación productiva y resistencia cultural, la sombra del cercamiento territorial es uno de los desafíos estructurales más importantes, y amenaza la supervivencia misma del pueblo Nivaclé en su cultura.
En su comunidad se implementan modelos productivos ejemplares en ganadería y agricultura, pero la ausencia de títulos sobre sus 28.000 hectáreas legalmente reconocidas por el decreto n.º 79/88 —que aún no fueron materializadas legalmente— los mantiene en un limbo jurídico. Su territorio ancestral se compone de 314.440 hectáreas entre partes de Paraguay y Argentina, pero hoy deben negociar cada paso con estancieros mientras el Estado incumple sus propias leyes.
Hoy, el Congreso paraguayo tiene la oportunidad de resarcir a esta comunidad, y ya se encuentra en proceso de mesa de trabajo un proyecto que sugiere el tratamiento de un marco legal que permita la expropiación y asignación de tierras a título comunal.

La titularización es la garantía para que sus sistemas de cría comunitaria, huertas diversificadas y apicultura tradicional se proyecten en el tiempo. Ese papel es el fundamento para reconstruir la autonomía alimentaria, revitalizar las ceremonias ligadas al territorio y frenar el avance de los alambrados que fragmentan su paisaje cultural.
Mistolar encarna, así, una paradoja: innovan en sostenibilidad mientras luchan por lo básico, como el reconocimiento jurídico de tierras que ya les pertenecen por derecho ancestral, garantizado por normas nacionales e internacionales. Su caso prueba que sin seguridad territorial, incluso los proyectos más visionarios quedan a merced de un Estado que sigue debiendo la escritura.

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