La potencia de una mujer guaraní
Además de activista, gestora cultural y licenciada en Relaciones Internacionales, es una referente joven de las luchas indígenas contemporáneas del Paraguay. Desde el Chaco profundo hasta el Parlamento Europeo, su voz se alza para defender la tierra, el territorio, la identidad y la memoria.
Por Jazmín Ruiz Díaz Figueredo. Dirección de arte: Gabriela García Doldán. Dirección de producción: Camila Riveros. Producción: Manuel Portillo. Asistentes de producción: Anabel Artaza y Pamela Pistilli. Fotografía: Javier Valdez.
En tiempos en que los pueblos originarios siguen siendo usados como símbolos folclóricos en discursos oficiales, pero invisibilizados en políticas concretas, Ana representa una nueva generación de liderazgos indígenas: crítica, articulada y profundamente enraizada.
Ella misma denuncia: “Está en la teoría, en la Constitución Nacional, que somos las primeras poblaciones antes del nacimiento del Estado paraguayo. Pero al final, en la práctica, solo nos reconocen cuando conviene, y pongo como ejemplo el deporte: se habla una y otra vez de ‘la garra guaraní’, pero a la hora de la verdad, de responder con políticas públicas, se corta todo tipo de relación. Por eso, las principales deudas tienen que ver con la tierra y el territorio, más en nuestra región, que es el Chaco”.
Criada en la comunidad guaraní Urbano Mariscal, en el corazón chaqueño del departamento de Boquerón, Ana comenzó su camino como defensora cultural con la promoción del Arete guasu, la “fiesta grande” del pueblo Guaraní Occidental. Fue su tía quien marcó su camino como activista y la guió hacia los espacios organizativos comunitarios, regionales y, más recientemente, internacionales.

Su tía fue nada menos que Susana Martínez de Pintos (1952-2020), lideresa guaraní del Chaco paraguayo cuya trayectoria marcó un antes y un después en la lucha por los derechos femeninos. Fue una de las fundadoras de Conamuri (Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas) y pionera en la visibilización de la violencia hacia las indígenas tras la dictadura. Además, rompió esquemas tradicionales al convertirse en la primera mujer en liderar su comunidad y ocupar un cargo político como concejala.
Promotora incansable de la educación, la equidad de género y la participación comunitaria, Susana Martínez de Pintos dejó un legado profundo que hoy inspira a nuevas generaciones de liderazgos indígenas. Su frase “ñande jajapo va’erã” (“nosotros debemos hacerlo”) sigue resonando como llamado a la acción colectiva.
Al recordarla con cariño, su sobrina reflexiona sobre cómo marcó su mirada política: “Me abrió esa puerta y esa ventana también, a la vez, de que hay luchas en que nosotros, como jóvenes, tenemos que involucrarnos y seguir sobrellevando ese rumbo o camino. Me enseñó la importancia de organizarnos, pero no solamente en lo comunitario, sino también en lo departamental, lo nacional, desde la región misma. A través de ella vi la necesidad de empatizar con otros pueblos y no enfocarme solamente en lo que es mi cultura como guaraní, sino en cómo unificar todas las luchas a través de una sola causa: la resistencia de nuestra identidad como tal”.
“A través de ella vi la necesidad de empatizar con otros pueblos y no enfocarme solamente en lo que es mi cultura como guaraní, sino en cómo unificar todas las luchas a través de una sola causa: la resistencia de nuestra identidad como tal”.
Ana Romero sobre la influencia de su tía, Susana Martínez de Pintos (1952-2020), lideresa guaraní del Chaco y cofundadora de Conamuri.
Su formación académica fue un camino de resistencia en sí mismo. Enfermera técnica por necesidad, más tarde incursionó en Derecho y Criminalística antes de hallar su lugar en las Relaciones Internacionales, un área donde las mujeres indígenas no son la norma. Como en muchos otros ámbitos, le tocó romper el techo de cristal.
Silvia Rivera Cusicanqui, la socióloga boliviana de ascendencia aimara, argumenta que “desde que hablamos de Occidente nos sometemos a la colonización mental de Europa, y de esto tenemos que liberarnos situando nuestro pensamiento en otro espacio, en otras coordenadas geográficas”, que nos permitan “retomar el paradigma epistemológico indígena”. Lastimosamente, los espacios de formación en Paraguay aún están lejos de cumplir con lo que plantea Rivera Cusicanqui.
Para Ana, terminar sus estudios universitarios significó resiliencia en un espacio difícil y, muchas veces, hostil para ella, donde el pensamiento aborigen no se incluye en la bibliografía y la estructura no es inclusiva para las personas indígenas.

Desde la cosmovisión guaraní
La lucha por el territorio es el núcleo de su activismo. Para el pueblo Guaraní, explica Ana, la tierra es mucho más que propiedad: “Es una dimensión de existencia, somos espíritus que van en trascendencia. Venimos de los ancestros, que hoy habitan la primera dimensión. Nosotros actualmente estamos en la segunda, la terrenal. Es esa dimensión que la vida misma —no solo humana, sino natural y de los animales— nos presta para convivir; por eso implica sobre todo cuidar, para que mañana vengan otros espíritus a coexistir en ella”.
Esa cosmovisión contrasta con la visión política de su cultura en el Paraguay contemporáneo: “Usan la garra guaraní para el fútbol, pero nos ignoran cuando pedimos tierra. Es una relación hipócrita, porque el Estado nos recuerda solo cuando le conviene”.
A quienes no conocen esta realidad, Ana no les habla con reproche sino con apertura. Recuerda que “guaraní” no es adjetivo para denominar una raza ni encapsular en un estereotipo; es una forma de vivir y existir, una cultura “que practica que la sabiduría está en la naturaleza, solo debemos aprender a escucharla. Es el linaje de todo este territorio llamado Paraguay, donde tu esencia renace; no es el ‘indio’ o ‘india’ que despreciás, sino el lazo de una esencia originaria que no quieren reconocer. Invito a reconectar con nosotros, con el yvy marane’y (tierra sin mal), ser el Yambae (sin dueño)”.
“Usan la garra guaraní para el fútbol, pero nos ignoran cuando pedimos tierra. Es una relación hipócrita, porque el Estado nos recuerda solo cuando le conviene”
Aunque su lucha atraviesa la búsqueda de la igualdad, es clara en tomar distancia de movimientos como el feminismo blanco, pues el cristianismo y el colonialismo rompieron el legado matriarcal guaraní: “Éramos mburuvicha, sabias, cuidadoras del linaje. Hoy buscamos reconstituir esa fuerza, no desde la etiqueta, sino desde el ser”.
“Yo no me defino como feminista, pero siempre hablamos de lo matriarcal que ha sido nuestro pueblo antes de la colonización”, reflexiona, y agrega: “Con la conquista y la evangelización cristiana, se rompió ese legado de matriarcado de los guaraníes y por ende se cortó ese horizonte que ya teníamos nosotras las mujeres”.
Ana menciona que para ellos no había “este feminismo” que se conoce hoy como occidental y a la vez eurocéntrico —porque todas esas prácticas en Latinoamérica son eurocentristas—. “En nuestro caso, la lucha de las mujeres no venía por la igualdad, sino por la dualidad: somos seres iguales porque tenemos las mismas fases de vida… Al final el feminismo lo que hace es etiquetar a la gente, por una parte la mujer y por otra la dignidad de la persona como tal. Hoy nos toca sumarnos a esta lucha, pero para mí, el feminismo que defiendo es ante todo comunitario”, acota.

A pesar de esos desafíos, Ana rescata que en las comunidades indígenas, sobre todo de las guaraníes del Chaco, las luchas siguen siendo “matriarcales, pero silenciadas”, en el sentido de que se redujo el rol femenino —como es el paradigma occidental— al hogar y el cuidado, lo que hizo que se perdieran “liderazgos espirituales” relacionados con el cuidado de la naturaleza y la salud.
A la vez, esta mirada colonial y patriarcal llevó a que sean los líderes, en masculino, quienes asumieran los roles de poder “por el hecho de que la Iglesia instrumentalizó al hombre como el único ‘ser’ validado para actuar con fuerza y valor a la hora de enfrentar situaciones o demandas de políticas públicas para la comunidad”.
Pero eso está cambiando. “Nuestro pueblo Guaraní Occidental se ha adaptado al sistema. Es decir, tenemos profesionales de diferentes disciplinas, lo que nos permite aportar a nuestras comunidades desde esos lugares, como los espacios políticos donde necesitamos mayor representación. Pero suma el desafío de cómo hacer para no perder nuestra identidad y cultura […] La lucha como mujeres, hoy, es algo vital. Va resurgiendo de alguna manera y vemos cada día más casos como el de mi familia, donde figuras como mi tía han podido ocupar ese rol protagónico, romper el techo de cristal y reclamar una vuelta a nuestras raíces. La lucha de las guaraníes se está revitalizando y resurge cada día con más fuerza”, declara.
“Nuestro pueblo Guaraní Occidental se ha adaptado al sistema. Es decir, tenemos profesionales de diferentes disciplinas, lo que nos permite aportar a nuestras comunidades desde esos lugares, como los espacios políticos donde necesitamos mayor representación. Pero suma el desafío de cómo hacer para no perder nuestra identidad y cultura […]”
Ana es también parte de la Red de Gestores Culturales Chaqueños. Actualmente lidera un proyecto de rescate de sonidos y músicas ancestrales de los pueblos del Chaco. “La cultura es resistencia. La música guarda memoria, pero también futuro”, dice. Asegura que muchas prácticas están en riesgo, pero que hay una generación joven despertando.
Su resistencia no es solo cultural, ahora también es política: “Me critican cuando no llevo la bandera paraguaya a espacios internacionales en los que participo. A eso respondo: ‘A mí, mi país, el Paraguay como tal, no me representa porque el Estado es el que me oprime, me quita tierra, no cumple mis demandas, no obedece ni respeta nuestras pautas culturales, entonces yo no puedo obedecer una entidad que me quita identidad. Por eso me interesa liderar proyectos que permitan revitalizar esas culturas que se fueron perdiendo o, mejor dicho, que se tuvieron que resguardar para sobrevivir, porque no se extinguieron. Al hacer entrevistas con adultos mayores, los sabios y sabias, es lo que dicen: que siempre están en su memoria”.

En busca de la tierra sin mal
“Soy activista con 17 años de trayectoria por la defensa de los derechos de los pueblos indígenas, la tierra y el territorio”, declara Ana. Este rol, en conjunción con su título en Relaciones Internacionales, la ha impulsado a cruzar fronteras. Desde Guatemala a Egipto, pasando por el Parlamento Europeo, lleva la voz de su pueblo a espacios de decisión donde las comunidades suelen estar ausentes. Desde denuncias sobre los impactos del agronegocio hasta lobby internacional por compensaciones para pueblos afectados, su militancia es integral.
A Antigua (Guatemala) fue como representante al primer Encuentro de Altas Autoridades y Pueblos Indígenas, donde tuvo la oportunidad de conocer a referentes de distintos países de Latinoamérica y el Caribe, además de los portavoces de los estados miembros de la OEA y del Foro de Pueblos Indígenas en Latinoamérica. Sobre la importancia de este evento, resalta: “Esa fue mi primera experiencia en un espacio internacional que me hizo cuestionar muchas cosas, como el hecho de que nosotras, las juventudes, no hablamos. Esto pasa no solo en Paraguay, sino en varias naciones del continente. Nuestras voces estaban invisibilizadas. A partir de allí me planteé la necesidad de que asumamos el relevo generacional para continuar con las luchas”.
Otra participación que fue clave para ella fue en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2022, conocida como COP27, que se realizó en el 2022 en Sharm el-Sheikh (Egipto): “Eso me llevó a entender cómo es el mundo de las negociaciones climáticas y, por ende, la economía mundial. Las tratativas en pos de defender una economía global no tenían en cuenta la participación de las personas que serían afectadas por ese crecimiento económico. Por ejemplo, al momento de hablar de los acuerdos de libre comercio, de los commodities que se exportaban a Europa, Rusia, Estados Unidos, se invisibilizaba el impacto de la trazabilidad de ese commodity. Esto me llevó a pensar en la necesidad de hacer escuchar las voces de los pueblos indígenas. Entonces, la causa es la lucha, es darle visibilidad al impacto que tiene el crecimiento económico global en nuestro territorio”.
“Al momento de hablar de los acuerdos de libre comercio, de los commodities que se exportaban a Europa, Rusia, Estados Unidos, se invisibilizaba el impacto de la trazabilidad de ese commodity. Esto me llevó a pensar en la necesidad de hacer escuchar las voces de los pueblos indígenas. Entonces, la causa es la lucha, es darle visibilidad al impacto que tiene el crecimiento económico global en nuestro territorio”
Su tercera participación importante fue en el Parlamento Europeo y el Parlamento de Francia. En el primero fue parte de un grupo al que le tocó plantear que “nuestra región —Argentina, Brasil y Paraguay— es la mayor exportadora de carne y soja a Europa” y debe ser tenida en cuenta.
Su tesis de grado fue una investigación sobre la trazabilidad de estas exportaciones y su impacto en las comunidades indígenas. A raíz de eso, obtuvo un capital semilla por invitación de Brasil para divulgar esta investigación y presentarla, junto con las demandas correspondientes, antes del tratamiento de un acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur, “que de hecho se logró haciendo lobby con varios parlamentarios europeos de muchos países. Nos dieron este pequeño aporte de incluir en las demandas dentro del acuerdo que los pueblos indígenas debían tener compensación si van a ser afectados en la trazabilidad de las exportaciones, tanto de carne como de soja. Ese fue un logro que no fue tan a viva voz, pero que conseguimos ahora con la ayuda del Parlamento de Francia”.

La principal conclusión que rescata Ana de estas reuniones de alto impacto global es que “lo que se planea para un futuro inmediato no se hace con la participación de los pueblos indígenas”. Además, resalta la falta de acceso a formación y preparación para el sector: “Deberíamos tener las mismas herramientas que las grandes empresas transnacionales o las representaciones de estas en la economía global”.
Para Ana, el futuro es indígena y, en ese sentido, garantizar esta participación activa en espacios de decisión, con las mismas herramientas de negociación para defender la tierra y los territorios, es pensar en la humanidad: “No era una cuestión de simplemente estar ahí, sino con qué me voy, para qué me voy, ese era el desafío. Al momento que surge la oportunidad de ocupar esos espacios, debo exigirme aprovechar lo máximo, porque son oportunidades únicas. A veces te van a escuchar y otras no. Lo importante es marcar presencia y decir: ‘Aquí estamos las voces de los pueblos indígenas, estas son nuestras demandas y reivindicaciones, que no están pensadas solamente en nosotros, sino en toda la humanidad’. No podemos seguir siendo figuritas simbólicas. Necesitamos herramientas diplomáticas para negociar en pie de igualdad”.
“Esperanza no es esperar, es preparar”
“Esperanza no es esperar, es preparar”, dice Ana con firmeza cuando le pregunto cuáles son sus estrategias para no perder el optimismo ante el avance de las ultraderechas y la crisis climática. Para ella, es la acción con memoria: “En estos 17 años de trayectoria, me doy cuenta de que ya no se trata de tener esperanza; o sea, ¿cómo definimos eso? ¿Se trata de esperar a que algo suceda, de qué hacemos o cómo nos preparamos? Para mí esa palabra es muy amplia… Nosotros, los pueblos indígenas, tenemos otra concepción. Al hablar de esperanza, no decimos, por ejemplo, que ‘esperamos’ que las cosas mejoren; o sea, es algo que no va a suceder si nosotros mismos no aportamos. Entonces, para mí sería que nos preguntemos cómo sería el futuro [con conciencia] del pasado, ya que para nosotros, el pasado es la mayor riqueza; define el futuro. Y el futuro fue, es y será la tierra sin mal, el yvy marane’y”.
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