Nota de tapa

Dibujar desde el borde de la piel

Una conversación con Regi Rivas

Sus ilustraciones, cargadas de deseo, tristeza, amor, feminismo y ternura, son ventanas abiertas a una intimidad que no pide permiso para existir. Desde la depresión hasta la amistad, la obra de Regina Rivas atraviesa temas universales con una voz honesta, cruda y profundamente humana. Conversamos con ella sobre cómo dibujar es también un modo de habitar el cuerpo, narrar el dolor, resistir con belleza y abrazar todo aquello que no siempre encuentra lugar en las palabras.

Por Jazmín Ruiz Díaz Figueredo. Dirección de arte: Gabriela García Doldán. Dirección de producción: Camila Riveros. Producción: Manu Portillo. Fotografía: Amalia Rivas Bigordá.

Cuando me reúno con Regi para hablar del proyecto de su primer libro, el recién lanzado Me senté en mi banquito y me puse a llorar, me muestra los diarios donde se originaron. Los primeros son del 2016, que coinciden con la publicación de su serie Mamacitas Club, donde explora el deseo desde su mirada. Las páginas de estos diarios ilustrados rebozan de curvas, de cuerpos que gozan sin pedir perdón.

En su dibujo también hay dolor. Y es profundo. El siguiente cuaderno que se incluye en la publicación corresponde a los diarios que creó en pandemia, entre 2020 y 2022, cuando su condición de salud se agravó y deterioró, además de su bienestar mental.

Me cuenta la artista que de esta serie eligió pocos dibujos. Al mostrármelos, me dijo que le dan vergüenza, que son “muy oscuros”. “¿Y por qué decidiste incluirlos?”, le pregunté, y respondió: “Porque mostrarme así de vulnerable puede ayudar a alguien que está pasando por lo mismo a identificarse, y eso da esperanza”.
Así es Regi. Cruda, contradictoria, hermosa. Auténtica.

Y quizás tanto o más desobediente que su exploración del deseo desde la mirada femenina es el modo en que da forma y matices a nuestro léxico de sentimientos: ternura, amistad, soledad, melancolía, depresión y amor o, mejor dicho, desamor, un tema que tiene un protagonismo especial en sus cuadernos más recientes, que van de 2023 al 2024, y la muestran más madura, con una honestidad brutal.

Fotografía: Amalia Rivas Bigordá.

Ahora que estamos en la etapa de poner imagen y nombre a las cosas que nos pasan, es importante también dejar registro. Su libro viene a colaborar con ello. Porque sí, Regi representa un movimiento de mujeres en la ilustración, pero, también, representa a Regina Rivas Bigordá y su mirada única.

¿Cómo te sentís después del lanzamiento de tu primer libro?
Inmensamente feliz. No esperaba esa cantidad de gente en el lanzamiento. Y, sobre todo, me sorprendió recibir tantos mensajes lindos y de apoyo de personas a las que yo admiro muchísimo… Sentía que era mucho, como que no lo merecía.

¿Por qué sentiste la necesidad de publicar un libro?
Siempre leí mucho, desde chica. Y me fascinan los libros como objeto… Supongo que de ahí sale ese fetiche, por un lado. Pero por el lado un poco más profundo, cuando crecí y empecé a acceder a publicaciones de dibujantes de otros países, descubrí por primera vez un tipo de contenido con el que conecté. Yo no sentía lo mismo con un cómic de Batman y Robin, ¿qué tengo yo que ver con eso? Al conocer historietas de mujeres latinoamericanas y sus relatos, dije: “Yo quiero contar los míos también”.

¿Quiénes fueron esas primeras influencias?
Por ejemplo, Power Paola, María Luque, Sole Otero y muchas otras. No me estoy acordando de todas, son un montón.

Pero, principalmente, [el libro] nace de la necesidad de registrar. No tenemos un catálogo de quiénes son las dibujantes en Paraguay. De hecho, hay muy pocas historias femeninas en todos los ámbitos. Necesitamos representación. Eso me impulsa a dejar por escrito lo que estamos sintiendo, hoy y ahora. Porque sé que mis sentires no son solo míos. Es algo colectivo, que le pertenece a una generación de mujeres en este país, en este momento.

Regi, me gustaría que nos cuentes sobre las etapas que conforman tu libro.
Bueno, hay una primera etapa muy feliz, de inauguración de cuadernos, de mucha libertad, de ganas de hacer lo que quería, con una energía fuerte. Y me topé con un hombre, que fue una experiencia intensa en ese momento, y necesité volcar todo eso porque me estaba carcomiendo por dentro. Dibujo tras dibujo tras dibujo de plantearme y replantearme qué era lo que me pasaba. ¿Por qué me sentía tan mal si es que no fue un vínculo tan extenso? Porque fue una relación corta. A través de ese proceso conseguí empezar a entenderme y sanar ese duelo amoroso.

Fotografía: Amalia Rivas Bigordá.

Después se vino una etapa de depresión muy profunda. Como mi lenguaje es el dibujo, también retraté esa parte de mi vida en la que me sentía atrapada, como que el mundo se dividía entre los que padecemos una depresión, que entendemos lo que es querer salir de este mundo, sentir rabia al despertarte porque no te querés despertar, y los otros que viven tan campantes, sin conocer esa necesidad de morirte.

Era muy fuerte y necesitaba ponerlo en papel, pero hoy miro esos dibujos y no me acuerdo de haberlos trazado. Obviamente, fueron hechos rápidamente (por el tipo de línea), quizás acostada en la cama o tirada en el sillón. No se crearon de forma prolija, en un escritorio, no, sino al vuelo. Vomitados. Dibujos vomitados.

Y luego siguen etapas un poco más felices; sané y empecé a sentirme libre, cómoda conmigo. Más plena y feliz. Es un tiempo increíble de mi vida, empecé a experimentar cosas buenas de vuelta. Eso está en los cuadernos; en la manera de dibujar se nota que hay más cuidado, cariño, pasión y, sobre todo, detalles. Es un trazo intencionado.

Me parece interesante que, a nivel de ese proceso creativo, esos cuadernos no solo reflejan temáticas diferentes, sino estilos de trazo, quizás estéticas y tipos de cuerpos ilustrados de forma distinta. ¿De qué modo la emoción influye en tu estilo?
Demasiado. Por ejemplo, cuando vivía y transitaba la depresión, los dibujos eran muy deformes: mujeres con muchos brazos, piernas, un cuerpo sin forma, sin cintura, sin cadera, sin tetas, con poco pelo. Todos esos rasgos de la femineidad, inexistentes. Es una línea rápida y desordenada. Es otra historia.

En cambio, en este momento de mi vida en el que estoy demasiado feliz, el dibujo me lleva a detallar la vida y dejar explícitamente constancia de que estoy bien. Y eso se ve en el trazo, que es más organizado. Autocontrolado. Firme.

No sé si puedo decir que disfruté uno más que el otro [de los cuadernos], porque todos tuvieron su contexto, nacieron desde un lugar y una necesidad, pero ahora tengo conciencia plena de lo que hago. Y eso se nota mucho en el trazo y en el dibujo final. Y lo disfruto, por supuesto, más porque estoy conectadísima con el presente.

Fotografía: Amalia Rivas Bigordá.

Estamos hablando un poco del proceso creativo y me gustaría saber también si tenés rituales o hábitos que acompañan tu trabajo.
En mi vida todo es un ritual, y me encanta. Cuando me despierto, lo primero que hago es saludar a mis gatos. Lastimosamente, eso involucra prender un cigarrillo, pero estoy tratando de dejarlo. Me preparo un café, y desde ahí ya empiezo a tener esas ganas locas —porque así vivo— de dibujar algo, lo que sea.

A veces, las ganas son tan grandes o hay tantas ideas, que me superan. Una forma de registrarlo son notas en mi celular. Anoto lo que veo, lo que siento. Me gusta escribir. Entonces, tengo una base de datos gigante, porque así como no todas las ideas terminan por ser dibujadas, tampoco todos los dibujos son digitalizados. Ese es otro proceso. En ese sentido, los trazos que se encuentran en el libro tienen un valor especial, porque son una creación más visceral y muchos de ellos son inéditos.

Contanos acerca del mundo literario que influye en tu dibujo y cómo eso llega, finalmente, a tu obra.
Y es como te decía, leo desde muy chica. Empecé a tener libros y más libros, y leía, leía, leía. Eso te vuela la imaginación porque estás creando y construyendo imagen a partir de un texto. Conocí la poesía: Sylvia Plath, Alfonsina Storni, Idea Vilariño, Alejandra Pizarnik, Silvina Ocampo… Dios mío, siento un amor hacia estas mujeres que me permitieron encontrar a alguien que vivió lo que yo viví, que se expresaron en un contexto mucho más duro, dominado al 1000 % por hombres. Ellas ya lo hicieron y todas, casi todas, con un final trágico. Yo estuve también ahí, casi tuve ese final, por eso me siento muy conectada con la poesía de Alejandra, Sylvia, Emily Dickinson… porque atravesé ese mismo dolor, viví el corazón roto de Idea Vilariño.

Entonces, cuando empecé a registrar mi vida, me di cuenta de que me salía no solo ilustrar, sino también escribir una pequeña frase o poema. Mis dibujos ya no eran solo eso, pues la palabra se hizo presente. La escritura es algo con lo que todavía estoy jugueteando, pero me encantaría seguir tomando talleres y explorar ese universo, porque me nutro mucho de la literatura.

Si tu libro fuera música, ¿cuál sería el género, grupo o artista que lo reflejaría mejor?
Creo que está medio en el marco del indie rock post-punk, Joy Division, Morrissey, sufrimiento de The Cure, por ejemplo. Talking Heads, con esa cosa divertida también que tienen ellos. Un poco del queerness de David Bowie. Quizás estoy siendo muy pretenciosa, pero él tenía [esa cualidad de] explorar el placer en sus performances, en su música. Y si bien hay mucho amor y tristeza a lo The Cure, también hay locura y gozadera a lo Bowie.

Fotografía: Amalia Rivas Bigordá.

Cuerpos y feminidades

Al enfocarnos en las temáticas o recurrencias que hacen que la obra de Regi sea tan única y conecte con tanta gente, es inevitable hablar de algo muy característico de su trabajo: el cuerpo femenino. Sus cuadernos son testimonio también de la relación de su autora con su propia corporalidad, un espacio desde donde experimenta el mundo y es percibida por la sociedad. Para ella, el acto de dibujar es similar a la terapia. Porque todavía no se habla lo suficiente del daño que hacemos con la gordofobia. Hay un gran discurso “por los niños”, pero no cuestionamos por qué a las niñas les seguimos haciendo comentarios sobre su cuerpo.

Nuestra conversación me lleva a pensar en la escritora Roxane Gay. En su libro Hambre: Memorias de mi cuerpo (2018) explora lo que es ser gorda, lesbiana y negra. O sea, explica su relación con el cuerpo desde estos lugares. A través de su crudeza, algo que me quedó fue su reflexión sobre el derecho femenino a ocupar espacio, y que la gordofobia tiene que ver con la necesidad de que la mujer sea dócil.

Lo converso con Regi y su respuesta es un ensayo sobre cómo ocupar espacio. “¿Sabés qué hice? Me empecé a quitar fotos en ropa interior o sin ropa, y me veía bien. Me sentía sexy, deseable, y es un ejercicio que les recomiendo demasiado a las mujeres que están conflictuadas con su cuerpo. Es otra visión, otra perspectiva. Cuando te ponés en la pantalla, en primer lugar, descubrís que tu cuerpo es totalmente deseable”.

¿Qué te interesa explorar cuando dibujás cuerpos femeninos?
A mí me pusieron a hacer dieta a los 10 años. Entonces, la relación que yo tengo con mi cuerpo no siempre fue buena. Me enseñaron a rechazarlo, que no era bueno, que estaba mal, que tenía que mejorar, que debía hacer algo. Crecí con eso y toda mi vida hice dietas. Ahora veo mis fotos de niña y de adolescente, y me doy cuenta, con rabia, de que no era gorda, pero así me enseñaron a mirarme.

Fotografía: Amalia Rivas Bigordá.

Creo también que hay una generación de madres y abuelas que vivieron horrores que nos transmitieron, lastimosamente, a nosotras, pero siento que con la intención de cuidarnos. Porque saben cuál es el costo de no vivir bajo la norma.

Claro, era una forma de cuidado para ellas, pero el trauma que generó eso fue impresionante. En el colegio me sentía muy presionada. Cuando cumplí 18 como que me liberé y empecé a percibir mi cuerpo lindo, deseado a pesar de ser diferente, de tener kilos demás y de ser juzgada por eso.

Construí una imagen mía con seguridad y valor. Aunque ahora sigo teniendo conflictos, me siento plena. Con mi cuerpo experimento la vida; no puedo rechazarlo ni odiarlo, pero eso es lo que me enseñaron. Tuve que aprender a amarlo. Y me gustó.

Fin del comunicado: ellos perdieron, yo gané.

Bueno, volviendo a los dibujos, para mí era fundamental mostrar otros cuerpos, contar las historias de quienes no fuimos ni somos hegemónicas, hablar de la gordofobia, ubicar en primer lugar estos físicos gordos, tan odiados por la sociedad, y ponerlos en un sitio de deseo, en primer plano, como el personaje principal. Creo en el poder revolucionario de decir “me gusto” y dibujarlo para que otras se vean reflejadas.

Dibujar el cuerpo es una forma de liberarlo, sin dudas. En ese sentido, ¿cómo influye en tu obra las formas de mirar y de ser miradas que vivimos, como mujeres?
En primer lugar, por lo que te decía de ponernos en primer plano. Nunca estuvimos ahí, nunca. Siempre se hizo todo a través de lo que hablamos mil veces: la mirada y el deseo masculino, las ganas del hombre, del patriarcado. Nosotras, siempre calladas, sumisas. Llega un punto en que te da rabia, querés reventar todo y decir: “Tengo deseos, necesidades, soy esto y lo otro”. No sé, gritar: “Mírenme”. Una cosa así hasta medio ególatra, pero que parte de una necesidad de expresar que este es nuestro momento. Ya tuvieron toda la historia de la humanidad para ustedes, ahora nos toca a nosotras. Y el que no se banque, bueno, lo siento.

Fotografía: Amalia Rivas Bigordá.

El poder de la comunidad

Es innegable la capacidad de Regi para conectar y crear comunidad alrededor de su trabajo, uno de sus sellos personales. Eso tiene relación con saber cómo contar —e ilustrar, en este caso— pequeñas historias, íntimas, hechas por y para mujeres.
Ella tiene el poder de narrar visualmente las cosas que nos hacen reír, lo que nos da vergüenza, nuestros amores y desamores. Es decir, esas crónicas que no llegan a los libros de historia, pero marcan una forma de vivir, en cierto sentido universal pero, también, muy específica; que relatan un tiempo y espacio, una manera de ser y vivir; en este caso, muy nuestra.

Tu ilustración nos llegó a toda una generación, en un tiempo en que estábamos aprendiendo a relacionarnos a través de las redes sociales, ¿verdad? Justo en el ascenso de Instagram.
Antes estábamos aisladas, cada una sentía lo suyo, solita en su casa, en su rinconcito. Ahora somos conscientes de que todas lloramos en el trabajo. ¿Vos sabés lo que es compartir eso? O sea, saber que no sos la única persona que llora en la oficina encerrada en el baño. Las mujeres, hoy, estamos conectadas a otros niveles.

Ya hablaste del lugar de la vulnerabilidad, de la tristeza, del deseo, del desamor. Pero otra temática recurrente tiene que ver con una oda a la ternura y la amistad. Me interesa qué lugar tiene eso en tu universo creativo.
La amistad es la canasta que necesitamos todos para no terminar de caernos. Es un lugar de descanso, especialmente en el mundo que vivimos. Yo creo que en las amistades podemos descansar. Eso me parece lo más importante.

Fotografía: Amalia Rivas Bigordá.

Quizás suene redundante, pero ¿definís tu ilustración como feminista o cómo te gustaría que se piense en ella?
Por supuesto que sí. Yo descubrí el feminismo, como todas las mujeres de mi generación, un poco tarde. Nos sentíamos feministas, pero no teníamos la palabra. Siempre quise, a través de mi dibujo —porque sé que comunica, tiene esa capacidad impresionante que a veces uno no se da ni cuenta—, otro relato para las mujeres, ponernos en primer lugar, defender nuestros espacios y derechos, empoderar, por más que la palabra esté gastadísima.

Parte de alcanzar esa igualdad en todos los aspectos (social, económico, político y cultural) tiene que ver con sacar libros, crear obras, tener muestras que nos permitan contar nuestra historia. Por supuesto que es feminista, y siempre lo va a ser.

¿Qué temas te movilizan a dibujar hoy?
La conexión con la naturaleza, con mis gatos, con las plantas, con sentir el pasto descalza, con ese tipo de emociones mucho más calmas. Quiero contar esas historias de paz en este momento de hiperproductividad, de adicción a la dopamina.
Necesitamos paz, calma, y eso estoy explorando. El desamor lo habito de otra manera, algo que trabajé muchísimo. Ahora estoy en esa edad en la que me interesa más hablar de la gozadera, de la conexión espiritual. Es otro momento de mi vida, donde te digo que todo está tan bien, que quiero explorar ese bienestar.

¿La revolución del goce?
La revolución del goce. Sí, señora.

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