El permiso de la literatura de recrear la verdad
Ya sea una visión inquietante del futuro o un pasado que no respeta la cronología, su existencia es un tour que cambia de género y está, en gran parte, condicionada por la vigencia de los progresos y el desarrollo de la tecnología. La capacidad de escrutinio subyace en la habilidad de los autores de imaginar el mundo como podría ser.
Según la novelista canadiense Margaret Atwood, autora del bestseller The handmaid’s tale (El cuento de la criada), en la ficción especulativa no todo es posible. No hay guerras entre galaxias ni dragones ni jóvenes peleando con varitas. Es un término que surge por el descontento de los vanguardistas de la ciencia ficción para diferenciar su género con características de plausibilidad, de las narraciones que interactúan con seres fantásticos o mitológicos.
Su existencia está, en gran parte, condicionada por la vigencia de todos esos progresos y medios en desarrollo actuales (siendo actual el momento de redacción del texto). Margaret Atwood prefiere que sus libros de fantasía del futuro se etiqueten como «ficción especulativa» en lugar de «ciencia ficción». “No porque no me gusten los marcianos, simplemente no entran en mi conjunto de habilidades», escribió en la introducción de En otros mundos: ciencia ficción y la imaginación humana, colección de ensayos que publicó en 2011.
La procreación ritualizada en la novela se extrapola de la Biblia. Pero la aceptación generalizada del término «ficción especulativa», como definió Atwood, significaría el fin de los continuos esfuerzos por legitimar la ciencia ficción como género. De hecho, la autora de The dispossessed, Ursula K. Le Guin, criticó a la canadiense por la «definición arbitrariamente restrictiva» del género. «No quiere que los fanáticos de la literatura la empujen al gueto literario”, escribió en una reseña de 2009.
La nota de The Guardian de 2016 titulada Speculative or science fiction?, una de las pocas que se acercaron profundamente a la discusión, da cuenta de la disputa encabezada por las grandes referentes de la ficción. Aparentemente, esta necesidad de que la historia se ciña a principios científicos tiene sus antecedentes en la ciencia ficción mundana (MSF, por sus siglas en inglés). El grupo de escritores MSF se comprometió en su manifiesto de 2004 a producir un tipo de ciencia ficción “sin viajes interestelares y sin marcianos”.
Irina Ráfols es licenciada en Letras, además de profesora de Literatura y Creación Literaria, y explica que la ficción especulativa hace tiempo comenzó a mezclarse con otros géneros: “Al comienzo del ciberpunk, la especulación tomó una línea de choque negativa, de alerta: ‘Miren lo que pasaría si…’. Algunos años después, ese negativismo dio un vuelco, y con el postcyberpunk, se adaptó a los cambios, asimiló nuevos paradigmas y volvió a la confianza”, afirma.

Cuenta en que en su ensayo Apocalípticos e integrados, Umberto Eco propone un análisis sobre la cultura popular y los medios de comunicación masivos. La obra presenta dos posiciones opuestas: quienes consideran que la cultura de masas promovida por los medios de comunicación es nociva y perjudicial para el adecuado desarrollo de la sociedad (apocalípticos) y quienes piensan que esta cumple funciones necesarias para el mantenimiento democrático del sistema social (integrados).
Este abordaje, opina Irina, también vale para la ciencia ficción. “En los primeros momentos, el género anunció el final de una época tal como la conocíamos, que se sostiene en un pensamiento tradicional que deviene en el final del mundo: un Apocalipsis como lo predice la Biblia, que sigue teniendo el control de la cosmovisión a pesar de la ciencia y la tecnología”, continúa la autora de El hombre víbora, que obtuvo el primer premio en el Concurso de Novela Roque Gaona.
El postcyberpunk luego dio una respuesta distinta: la vida continúa con otro mundo en el que es posible asentarnos y lograr una existencia que nos redefinirá como seres o especie. El lema que define al género («alta tecnología, baja vida») resume las especulaciones sobre el futuro, muchas veces anticipando el surgimiento de internet y la tecnología como factores clave. El resultado fue la descripción de una sociedad distópica y sus habitantes en un mundo duro y, a menudo, también criminal.
Más tinta, menos mordaza
Sebastian Ocampos, escritor y director de la revista Y, cita a Olga Tokarczuk cuando, en su discurso de aceptación del premio Nobel, dijo: “Cada vez más, el trabajo de género es como una especie de molde de pastel que produce resultados muy similares, su previsibilidad se considera una virtud, su banalidad es un logro” y “un buen libro no necesita defender su afiliación genérica. La división en géneros es el resultado de la comercialización de la literatura en su conjunto y el efecto de tratarla como un producto para la venta con toda la filosofía de la marca y la focalización y otros inventos similares del capitalismo contemporáneo”.
Sobre esto, Irina considera que no necesitamos prefijar una relación porque los géneros se reconvierten cada tanto. Para ella, fijar categorías herméticas es una forma de amordazar la creatividad. Cuando hablamos de textos especulativos entran en juego diversos formatos al contar historias, como el guión. “Los mejores son los que logran emocionar. Algunos prefieren la ciencia ficción hard (la máquina en sí, la propia tecnología es el centro), otros la soft (el centro el elemento humano, social)”, puntualiza.
Cada vez más, el trabajo de género es como una especie de molde de pastel que produce resultados muy similares, su previsibilidad se considera una virtud, su banalidad es un logro.
Olga Tokarczuk, escritora y ensayista polaca
Para el crítico de arte, escritor y referente de ciencia ficción en Paraguay Osvaldo González Real, la ficción es muy importante en el sentido de reinventar mundos posibles. Por ejemplo, en la obra Fantasmario (2018), de Javier Viveros, “te das cuenta de que él primero estudió a fondo la historia que va relatar, leyó todo lo que se escribió sobre la Guerra del Chaco y luego ficcionalizó”, señala.

Eliana González Ugarte creció leyendo los libros que estaban disponibles en la biblioteca de su colegio, porque le resultaba difícil encontrar ficción especulativa en Paraguay antes de internet. Años más tarde, en conjunto con Coral Moore, comenzó el proyecto Constelación, una revista de dicho género que publica historias en español y en inglés. “Quiero que Constelación sea el lugar que yo anhelaba en aquel entonces”, cuenta.
Recibió menciones y premios en numerosos certámenes de cuento y libreto cinematográfico. Escribió el guion de Alas de gloria, el primer largometraje animado del Paraguay. Y es que la ficción especulativa no está relegada solo al ámbito literario, es interseccional al cómic, los filmes, las series y hasta los videojuegos. “Leer ficción es importante porque nos enseña muchísimo”, subraya Eliana González Ugarte y sigue: “En la vida real solo vivimos lo que nos tocó, pero al leer podemos ser cualquier persona en cualquier época y lugar”.
¿Realismo o ficción?
La ausencia del tacto, la soledad, la incertidumbre, la fragilidad y la relación con la tecnología podrían ser perfectamente temas de un cuento de ficción especulativa. La pandemia del covid-19 se convirtió en un ruido permanente del que todos hablan y comenzamos a incorporar hasta en nuestros sueños. Literalmente, la terrible realidad se adueña de la ficción.
El realismo, dice Sebastian, aún es la corriente con mayor reconocimiento crítico, y muchas de las obras literarias más valiosas de los últimos siglos están enmarcadas dentro de su estética; cita a Saramago cuando escribe: “La realidad es una torre con muchas ventanas. No hay que asomarse por una, sino por todas. De manera que el escritor puede utilizar el naturalismo, el surrealismo, el realismo mágico o lo que quiera. Siempre son formas de la realidad”.
Yo no me preocuparía por el grado de ficción o de verdad en una historia. No está delimitada como la ciencia. No estamos bajo un microscopio con el fin de ver todos lo mismo. No es el grado de verdad lo trascendental de la literatura. Lo trascendental es que tiene múltiples caras.
Irina Rafols, licenciada en Letras.
A Ocampos le tocó escribir dos cuentos en los que imagina el fin del mundo y la pospandemia. Según cuenta el autor de Espontaneidad (2014), con el contexto a la vista, los temas narrativos son los mismos de siempre. En el relato sobre el fin del mundo, imaginó el ocaso amoroso de una pareja joven en Paraguay ya casi sin agua potable. “En la pospandemia, la esperanza de una humanidad consciente de sus errores pero que termina reincidiendo en la normalidad”, refiere.
“En Paraguay suele repetirse que el realismo es la gran corriente. Específicamente, el nacionalismo bélico de las guerras internacionales es la ficción más producida y comercializada, en historia, literatura, cine, historieta, etcétera. Es, supongo, comprensible en un país que, para evadir su realidad opresiva, reproduce un pasado a su gusto”, apunta Sebastian Ocampos.
Según González Real, estamos viviendo una época casi del fin del mundo, y que, por más que la superemos eventualmente con la ciencia, es un ensayo de lo que puede venir después. “A la gente esto le inspira, tiene más tiempo de escribir, nos afecta a todos y produce terror”, sigue. Para la antología Paraguay cuenta (2019), Sebastian investigó el pasado narrativo en el país e identificó a la fantasía como parte de las ficciones y no ficciones en los primeros siglos. Incluso halló cuentos de ciencia ficción primitiva. Pero luego se impusieron otras corrientes, sobre todo el naturalismo y el realismo.

“En las últimas décadas, algunos autores publicaron libros de ficción especulativa, ya sea con elementos fantásticos o de ciencia ficción. Los que leí parecen recreaciones locales de narraciones de otros países, en especial de naciones hegemónicas. Una condición colonial”, expresa Sebastian.
González Real considera que los escritores paraguayos y paraguayas, principalmente, publican novelas históricas. “Roa Bastos decía que hay pocos lectores y lo que les interesa es la historia. Si vos querés que te lean, tenés que escribir una novela sobre el Mariscal López, por ejemplo, o sobre la Guerra del 70. Su curiosidad es más histórica que literaria”, observa pero, al mismo tiempo, opina que al ser humano le gusta fantasear sobre algo que puede ocurrir.
Si bien considera que la literatura latinoamericana recibió mucha influencia de sus guerras y revoluciones, existen matices claros como los que presenta la escritura del mexicano Juan Rulfo, que apuesta al cambio de tiempos, los diálogos escuetos, la voz del campesinado y la inclusión de idiomas indígenas.
Roa Bastos dijo que escribía porque intentaba encontrar la identidad colectiva de Paraguay. Nos veía como un espejo roto y él quería juntar los fragmentos. Creo que estaba en lo cierto.
Eliana González Ugarte, narradora de Ciencia Ficción y Fantasía.
En Paraguay, en cambio, se nota más la influencia barroca, hiperdescriptiva. “Acá me parece aún más importante porque todavía nos falta vernos como los protagonistas de las historias. En una entrevista, Roa Bastos dijo que escribía porque intentaba encontrar la identidad colectiva de Paraguay. Nos veía como un espejo roto y él quería juntar los fragmentos. Creo que estaba en lo cierto y que todavía nos falta hallar ese imaginario o identidad”, reflexiona Eliana.
Ocampos cree que es importante leer ficción para comprender al humano, a sí mismo y a los demás: “Somos, en gran parte, las ficciones que nos imponen y las que creemos, que solo la ficción literaria es capaz de cuestionar para transformarnos”. En la introducción de Paraguay cuenta, escribió: “¿Por qué leo literatura paraguaya? Nací y vivo en Asunción. Premisa, no nacionalismo. Como lector, entre los libros desordenados que pude leer, primero me sentí parte de una tradición filosófica; luego de una tradición de la narrativa irónica y reflexiva. Nunca de una paraguaya. ¿Cómo hubiera podido sentirme parte de una tradición presentada pertinazmente como inexistente?”.
En palabras de Irina Ráfols, la literatura nos da permisos que en otros ámbitos no tenemos. Nos invita a jugar, a recrear la verdad, a imaginarnos cómo hubieran sido las cosas. La verdad tiene otras dimensiones en la escritura. “Yo no me preocuparía por el grado de ficción o de verdad en una historia. No está delimitada como la ciencia. No estamos bajo un microscopio con el fin de ver todos lo mismo. No es el grado de verdad lo trascendental de la literatura. Lo trascendental es que tiene múltiples caras”, concluyó.

Sin Comentarios